Sea lo que sea que elijas, necesitas de una cosa en todo momento y lugar: la concentración de propósito, de pensamiento, de sentimiento y de acción, de modo que ella, como un poderoso imán, polarice todo aquello en que intervenga. Se necesita para el buen éxito en todo lo que se persigue en la vida.
Los hombres que han triunfado en los negocios, en la vida social y política, en el arte, la ciencia y la filosofía, en el poder y la virtud, han descollado todos por una inflexible fijeza de propósito y dominio de la mente, si bien muy a menudo, nada cuerdos, han despreciado la Gran Ley.
¿No ha sucedido siempre, no sucede actualmente, y no ha de acaecer en el futuro, que en tanto que el progreso dependa del esfuerzo humano ha de realizárselo mediante la actividad sistemática y persistente del dominio de los deseos y la concentración de la mente, y que sin esto no se lo consigue?
Lee la vida y penetra en la filosofía de cualquier hombre decidido, o de la sociedad o secta a que perteneció, y encontrarás registrado este hecho. Los epicúreos de antaño concentraban la mente en el presente y trataban de vivir de acuerdo con las leyes naturales. No permitían que la mente se detuviera a lamentarse en nada ya pasado, ni que tuviera temor o ansiedad por el futuro. Los estoicos fijaban la atención sobre todo aquello que caía bajo su dominio, y rehusaban molestarse por nada que no estuviera dentro de su poder o propósito, o malgastar el pensamiento y la emoción en ello. Los platónicos se esforzaban en fijar la mente, en reverente búsqueda, sobre los misterios de la vida. Patanjali, el gran maestro del Yoga hindú, declaraba que el hombre sólo podía llegar a su verdadero estado mediante la afortunada práctica del completo dominio de la mente. El devoto religioso hace lo posible, llenando para ello su vida y ambiente de ceremonias y símbolos, repitiendo constantemente en el pensamiento los nombres de Dios, por estimular su mente para que mantenga cada vez más devotos sentimientos. El hombre que logra el conocimiento es tan decidido en su propósito que aprende hasta en las cosas más fútiles. Tal es el poder de la mente, que con su ayuda todo llega a servir a nuestro propósito, y tal el poder del hombre que puede doblegar la mente a su voluntad.
¿No vemos que la indecisión, el azoramiento, la ansiedad y la inquietud dan origen a enfermedades, debilidad, indigestión e insomnio? Aun en estos asuntos de pequeña importancia la práctica regular del dominio de la mente, hecha en una forma sencilla, actúa como una cura mágica. Es el mejor medio para escapar de la envidia, los celos, el resentimiento, el descontento, la ilusión, el engaño, el orgullo, la ira y el temor. Sin ella no puede efectuarse la formación del carácter, y con ella no puede fracasar. Todo estudio se torna fácil y próspero en proporción a la concentración mental con que se lo hace, y la práctica incrementa enormemente los poderes reproductivos de la memoria.
Ernesto Wood / Concentración Mental
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