Pedagogía del silencio (2)

Construcción del sentido de la realidad: tiempo y espacio.

"Mis amigos los sentidos”, es un hermoso libro que encontré en una librería católica en el cual se nos cuenta la necesidad de contactarnos con nuestro cuerpo, como un medio de captar al mismo tiempo esos dos maravillosos elementos de la realidad como lo son el tiempo y el espacio. Esta capacidad de contactarnos con los procesos básicos que vivimos como seres terráqueos, se pierden definitivamente en nuestros sistemas educacionales por su acendrado enfoque intelectualista, racional y menospreciador de todo aquello que nazca del trabajo con las propias manos.

Mientras más pronto el niño aprenda a leer y escribir, para descifrar nuestros códigos intelectuales trasmitidos por el sistema educacional, mucho mejor, piensan muchos, especialmente aquellos que no son educadores, sino más bien técnicos cercanos a las ciencias económicas. Con esto logramos incorporarlos rápidamente a la vida laboral, si es necesario, o lograr mayores estándares de logros de aprendizaje, que a la vista de los organismos internacionales, es garantía que lo estamos haciendo bien (¿?).

Importa poco que el niño no aprenda a distinguir cuales son los árboles o plantas que conforman su entorno, o los animales mas importantes de su región o zona. Lo importante es que el niño sepa leer para descubrir en los libros lo que puede descubrir mirando a su alrededor. Este es un rodeo que cada vez me resulta más innecesario y tiendo a pensar que existe una generación de personas que no quiere escuchar o ver esta realidad. Cercenamos la existencia infantil abierta al descubrimiento, a la imaginación al contacto primero con los sentidos. Lo cercenamos para satisfacer a no se quién o que institución internacional o nacional.

El niño debe ser cada vez menos niño, y aprender a ser un adulto en chico, pero con la seria dificultad de no haber tenido la experiencia del tiempo y el espacio en su forma original, es decir a través de la utilización de los sentidos, sus propios sentidos. O dicho de otro modo, no saben captar el tiempo y el espacio con sus propias manos, aquellas maravillosas manos, ojos, oídos, gusto y olfato con el cual Dios nos dotó para descubrí el universo que nos rodea.

Cada día más convencido que la lectoescritura nos cercena el cerebro en términos de desarrollar nuestra capacidad de diseño pero lo más grave es que nos cercena la capacidad de sentir nosotros mismos desde que somos muy pequeños, como originalmente se nos da la naturaleza, sin influjos de pensamientos intelectualistas.

No cabe la menor duda que por el camino del desarrollo acendrado de la lectura y la escritura (y por supuesto el cálculo) nuestros niños difícilmente podrán alargar su educación parvularia o prebásica (aquellos pocos que la han tenido), con todo lo que ella significa de trabajo con los sentidos y especialmente con la imaginación. He dicho en otras partes, que es preciso parvularizar la educación básica, para mantener el máximo de tiempo a nuestros niños con la candidez que les permite el juego, el encontrarse y maravillarse frente a lo magnífico de las estrellas, las olas o sencillamente un pájaro que vuela. Somos tan "adultos" que no nos cabe en la cabeza que un niño en esta etapa tenga la capacidad de jugar hasta el cansancio, solo por el hecho de jugar, sin que tenga algo que aprender. No somos capaces de dejarlo con grandes espacios de libertad e imaginación, sabiendo que al momento de crecer tendrá que cargar con el pesado fardo de las normas sociales que nos impone, de una manera tan poco creativa, nuestra sociedad.

No queremos o no queremos saber que la disciplina y la normatividad llegan por su propio peso, por la propia necesidad que tiene la sociedad de normar su vida interna, y nos hacemos cargo, antes que sea necesario, de imponer en la escuela, en la sala de clases, esas normas.

¿Cómo vamos a tener niños desordenados y que además no sepan distinguir a A de la B y el dos del tres? Hace pocos días atrás me subí a un taxi, aquí, en la ciudad de Santiago, y le comenté al chofer sobre lo hermoso que eran unos árboles ubicados en la avenida que recorríamos en nuestro trayecto. Me prestó poca atención y le insistí en el hecho de la hermosura de esa manifestación de la naturaleza, en una ciudad que no se caracteriza por su frondosidad. Con sorpresa me dijo que el jamás miraba los árboles ya que los encontraba "fomes" (aburridos), ya que no tenían movimiento y que el prefería mirarlos en las películas o en la televisión. Le pregunté de inmediato si en la escuela le habían enseñado a mirar las hojas de los árboles, o sencillamente a mirar la naturaleza y para una nueva sorpresa mía, me respondió que no, que jamás le habían dicho que observara nada. Nada. Nunca le enseñaron a observar y mucho menos a observar la naturaleza. Increíble, pensé, que ni siquiera sepa como se llama un árbol, cuando estamos al lado de ellos, como caminantes de un camino en el cual tenemos historias que nos son comunes. Y pensé, cuanto de los árboles sé yo mismo y me di cuenta que es nada o poco lo que se sobre la naturaleza que me rodea, al igual que poco se sobre los animales, nuestros hermanos menores, al decir de San Francisco de Asís.

El taxista de mi relato era tan ignorante como yo, por un pecado de lesa humanidad: habernos despojado de nuestras raíces más originales, es decir, el contacto con la naturaleza y los animales y como consecuencia de ello ser extranjeros para nuestro propio cuerpo, el cual habitamos, pero con el cual no somos un todo integrado y homogéneo. Por eso, creo yo, que existe tanta locura el día de hoy, tanto profesor enfermo, desraizado, partido en dos, como decía Laing, al referirse a la esquizofrenia, en la cual una parte tiene sentido de la realidad y la otra es sólo imaginación vacía de contenido real, sin cable a tierra, sin cuerpo, sin tiempo y espacio.

Por eso resulta importante la pregunta sobre el significado de la A, B, C, D o el uno dos tres o el orden que podamos mantener en nuestro sistema educacional y en nuestros salones de clases. Una mirada tradicional diría que son muy importantes, casi indispensables para la vida; sí, y en algo estamos de acuerdo, pero no para la vida del niño, el cual necesita tener aprendizajes básicos, más primitivos y diversificados, más cercanos a sus sentidos, a sus propias nociones y vivencias del tiempo y el espacio personal, antes de caer en la escolarización que necesariamente deberá asumir mas adelante.
Gabriel de Pujadas H / Hacia un pedagogía del silencio 

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