Pedagogía del silencio (1)

Búsqueda de un sentido pedagógico

El sentido del trabajo docente es una pregunta que se hacen siempre los educadores y que en los actuales tiempos es poco comprendida por personas que no trabajan directamente en la docencia. Hoy día el mundo educativo oficial, por la desmedida influencia ideológica de agencias financieras internacionales, se construye a través de proyectos técnicos siempre parciales, que apuntan a la resolución de problemas que, sin duda, deben tener una rápida superación, pero a los cuales no se les inserta en respuestas mas generales sobre la realidad educativa, social y económica que los circunda y que les podrían proporcionar un verdadero sentido y trascendencia.

Todos sabemos que los proyectos, como respuestas de naturaleza parcial a problemas parciales, se agotan y pierden su vigencia en un corto período de tiempo, ya que no pueden responder a las interrogantes sobre el sentido de los procesos educativos. Ello implica la existencia de miradas de más largo alcance y que deben sobrepasar las visiones parciales de los simples hechos que son abordados por los proyectos, para adentrarse, querámoslo o no, en la idea del hombre y la sociedad que queremos formar con nuestra actividad educativa.

En esta perspectiva, consideramos pertinente afirmar que en educación la respuesta sobre su sentido tiene una directa relación con la capacidad de preguntarse sobre el ser humano, sus modos de desarrollo y sus tipos de inserción en la vida grupal. En definitiva sobre sus realidades relacionales. En educación siempre ha existido la necesidad de responder a la pregunta sobre el tipo de hombre y el tipo de sociedad que queremos formar con nuestra acción pedagógica. No es una interrogante inocente o sencillamente baladí o especulativa (al estilo medieval, como me lo decía un connotado experto educativo de cargada ideología pragmática), sino que es una pregunta sobre la finalidad que debe orientar nuestros esfuerzos parciales, siempre dilatados en el tiempo, para ayudar a formar el hombre y la mujer del futuro en la acción presente. El educador, como las educadoras, son constructores de la sociedad del mañana y sus derroteros están marcados, quiérase o no, por las ideas teleológicas que guían su acción.

Por lo mismo, el educador necesita focos orientadores de largo y mediano plazo y por eso busca, muchas veces con gran inquietud, respuesta a las preguntas últimas sobre el tipo de hombre que la sociedad del presente quiere formar para el futuro.

¿Que sucede con este tipo de preguntas que hoy día los educadores y educadoras nos seguimos haciendo y que una parte importante del mundo intelectual y tecnocrático rechaza con tanta vehemencia?


El pragmatismo que hoy nos invade, nacido de una corriente muy burdamente neoliberal, ha hecho una entrada triunfal a la cultura de nuestro tiempo y ha producido una gran mella sobre los espíritus, aún de aquellos que uno observaba como los más fuertes e inclaudicables en la manutención de principios y valores con los cuales construimos y hemos recuperado gran parte de nuestra historia democrática.


Formado en una generación que quería cambiar el mundo con solo pensarlo o imaginarlo (según algunos, la generación de los años 60), donde los compromisos jamás serían puestos en duda o abandonados, me he dado cuenta que la naturaleza humana es débil frente a los cantos del nuevo mundo; el mundo del consumismo, del hedonismo y de la vida fácil, llevada al día, sin búsqueda de un sentido que le dé trascendencia histórica o religiosa a nuestras propias existencias y a la existencia de nuestro país. De ahí también, que existan diversas manifestaciones del profundo vacío que se vive en todos los ambientes educacionales y que los proyectos institucionales no logren "apasionar" a muchos y porqué no decirlo, a muy pocos de los educadores que viven cotidianamente él y del trabajo docente.

En nuestra época es necesario hacer un gran esfuerzo para mantenerse fiel al ideal de cambiar un mundo que es injusto para la mayoría de las personas y mantener, a la vez, la esperanza de una vida mejor y más feliz para todos los seres humanos. Ser fiel al ideal de la solidaridad, pues de eso estamos hablando, no es hoy día un hecho que se encuentre a la vuelta de la esquina. Existe un acomodo paulatino al mundo del consumismo, que consume poco a poco la posibilidad de una vida espiritual rica e intensa. La solidaridad real, la no verbalizada, queda siempre para otros momentos, postergada en el silencio cómplice de la actitud del no saber, no tomar conciencia u olvidar lo que sucede con los más pobres y miserables de la tierra.

Los docentes no han construido un lenguaje técnico propio (un discurso educativo o pedagógico dirían otros), nacido de sus experiencias en el aula y por lo mismo no están acostumbrados a trabajar con un lenguaje que les permita interpretar o reinterpretar su propia acción pedagógica. Esto, que podría ser visto como una etapa precientífica o simplemente como un primitivismo científico del trabajo pedagógico, al no lograr una distancia cognitiva necesaria para lograr "objetividad" frente a la realidad-objeto con la cual se trabaja, no es sino parte de la caracterización de un trabajo que siempre se ha desarrollado en los extramuros de las ciencias exactas, teniendo presente que su finalidad es el desentrañamiento y desarrollo de la naturaleza humana, en toda su plenitud y dimensiones y que ella no está sujeta a conceptualizaciones o medidas que se utilizan en otras disciplinas del saber.
En el caso de la acción pedagógica, ésta sigue siendo un arte, que se apoya en teorías y praxis científicas y tecnológicas, pero que como todo arte, consiste en develar en la persona humana las mejores posibilidades de crecimiento y autorrealización, de verdad, de bondad y de belleza.

El lenguaje que se necesita para lograr este develamiento es muy distinto al lenguaje que es legítimo para elaborar proyectos que tienen un enfoque parcial o sesgado de los procesos educativos. Ya no se trata de una expresión que sea útil para producir un enfoque centrado, quizá con bastante certeza práctica, en algunos elementos parciales como el aprendizaje de ciertos contenidos o el desarrollo de ciertas competencias que posibiliten tal o cual desempeño, sino de un lenguaje que permita describir, analizar, definir, cuestionar, con algún tipo de certeza intelectual, afectiva o sensitiva, los distintos procesos que viven nuestros alumnos en su propio crecimiento y descubrimiento existencial, como personas humanas

Por otra parte, hemos de afirmar que el magisterio vive una profunda crisis de incomprensión social de aquellos que detentan los poderes culturales y económicos con los cuales se valoriza la educación. Los tecnócratas no han sido capaces de decodificar los significados de las percepciones y el lenguaje que los educadores tenemos en nuestra relación con el mundo y nuestros alumnos. Por ello están condenados al fracaso, a mediano o largo plazo y al éxito en el corto, porque deslumbran con su parafernalia lingüística. Por lo mismo las reformas y cambios que llevan a cabo desde sus gabinetes técnicos no son capaces de suscitar adhesiones y compromisos pedagógicos por parte de los educadores.

Cuando estos cambios se diseñan sin la participación de los maestros están condenados al fracaso. Así lo ha enseñado la historia y sería conveniente hacerle caso a sus enseñanzas. La educación no es una fábrica de neumáticos robotizada, sino que es un desafío de aprendizaje y desarrollo del ser humano integralmente considerado.

Existe, sin duda, una suerte de ignorancia y superficialidad ambiente para tratar los verdaderos temas educacionales y pedagógicos, especialmente en los niveles centrales de nuestros países (nacionales, regionales o comunales, como réplicas del anterior), en los cuales lo menos que se conversa es de educación. Estructuras financieras, sistemas organizacionales, procesos de gestión, inversiones, sueldos y salarios, infraestructura, para mencionar sólo unas pocas, son las temáticas más recurrentes en un mundo que se debería caracterizar por la permanente discusión sobre el qué queremos lograr con la educación y cómo lo queremos hacer para construir una sociedad como la que deseamos, de acuerdo a nuestras posibilidades y sobre cuya caracterización deberían existir acuerdos mínimos.

En este contexto ¿que pasa con la pregunta sobre el deber ser de la acción pedagógica, aquel deber ser que siempre se nos dijo a los educadores que era la pregunta básica de toda filosofía educacional y de toda acción educativa?; ¿es que acaso ésta ya no es una pregunta básica y ha sido superada en nuestra época y ya no es sino un fantasma del pasado que no es necesario plantear?; ¿es sólo una pregunta circunscrita al mundo de los pedagogos que, como tales, no saben realmente lo que pasa en los procesos educativos tal como hoy se les percibe e interpreta? ¿Qué sucede con nuestros proyectos y utopías, con nuestros deseos de cambiar el mundo para hacerlo mejor y más habitable a través de nuestra acción pedagógica?, ¿Acaso ya se terminó definitivamente la capacidad de soñar en una educación mejor para nuestros niños y jóvenes?

Gabriel de Pujadas H / Hacia una pedagogía del silencio

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