Entusiasmo más acción, igual a éxito (1)

Piense en un automóvil último modelo, estupendo. Es muy caro, 5.000.000 de pesetas. De diseño clásico. De primera categoría. Una obra de ingeniería de categoría mundial. Dotado de una preciosa tapi­cería hecha a mano, así como de un motor también fabricado a mano.

Pero se presenta un problema. El coche no arranca. ¿Por qué? Por­que no se ha instalado en él el sistema de encendido. Para un caso de emergencia, como tener que llevar a alguien al hospital, a toda veloci­dad, ese coche de 5.000.000 de pesetas no es más que un montón de chatarra.

Ahora piense en alguien a quien conozca que ha tenido todas las facilidades en la vida. Cuando llega a la edad adulta, esa persona ha resultado «cara». Se han gastado, como mínimo, 25 millones de pese­tas en alimentarle, vestirle, educarle y disponer de todo lo necesario para que se prepare para una carrera. El «diseño» de esa persona es estupendo, tiene una procedencia genética excelente, un aspecto ma­jestuoso y buena salud. La «ingeniería» ha sido de primera categoría; ha ido a los mejores colegios y universidades y está ataviada con la mejor ropa.

Pero, como en el caso del coche, hay un problema, Johnny, senci­llamente, no funciona. Su sistema de encendido psicológico falla, y no puede ponerse en marcha. En el mundo real, lleno de competitividad, los 25 millones de pesetas empleados en prepararle para el éxito se pierden irremisiblemente.

Las máquinas y los seres humanos tienen algo en común: hay que «entenderlos» para que empiecen a funcionar.

Recuerde:
Los seres humanos nacen con un sistema de encendido psicológico. Este sentido tiene un nombre: entusiasmo.
El entusiasmo es algo completamente invisible e intangible. Y, sin embargo, sus resultados pueden verse a diario. Cuando usted ve a un atleta batir un «récord», está viendo entusiasmo puesto en acción. Una familia con poco dinero, que hace un esfuerzo para que sus hijos obtengan una buena formación, un vendedor que obtiene los máximos resultados, una persona que pide un trabajo y lo consigue, una perso­na «normal» que llega a millonario, un individuo con la habilidad de hacer cambiar la opinión de la gente, una pareja que consigue que su matrimonio funcione de maravilla; todas estas personas tienen un gran entusiasmo.

Como ve, el entusiasmo es la adrenalina psicológica que hace que su mente, cuerpo y voluntad trabajen para asegurarle la victoria, a pe­sar de lo duro que ésta resulte, dadas la competencia, las limitaciones económicas y otros muchos inconvenientes.

Todo el mundo nace con entusiasmo. Lo primero que hace un re­cién nacido es gritar con enorme entusiasmo. Si una persona adulta diera un grito de intensidad tantas veces mayor, cuanto mayor es su peso, el sonido se oiría a una milla de distancia.

Pero pronto ese espíritu lleno de corazón y honestidad se va desin­flando. La gente empieza a manipular el sistema de encendido psicoló­gico del jovencito. Y el niño empieza a oír frases como «no lo hagas», «deja de hacer eso», «no deberías», «ya deberías saber», «eres tonto», «¿es que no puedes hacer nada bien?» y otro tipo de indicaciones que solamente le hacen perder su entusiasmo.

Las palabras de encomio, ánimo o alabanza son infrecuentes. Con el paso del tiempo, el chico o la chica encuentran su seguridad a base de no proyectar hacia el exterior su verdadera personalidad. El entu­siasmo con el que nacieron es reemplazado por el conformismo. Y dado que el conformismo es simplemente anodino, falto de entusias­mo y vulgar, la mayor parte de la gente, cuando llega a la edad adulta, ha perdido sus ansias de llevar una vida interesante, positiva y llena de alegría. Se han hecho intentos de explicar el fenómeno de la geniali­dad: ¿por qué hay personas que triunfan de forma anormal en la cien­cia, en los negocios, las artes o la tecnología?

Una teoría, que durante muchos años tuvo gran aceptación popu­lar, proponía la idea de que los individuos que se salen de lo común están dotados de cerebros de mayor tamaño que la gente normal. Pero algunos experimentos en los que se pensó, de hecho, el cerebro de va­rias personas prominentes, demostraron que no había diferencias con respecto al peso medio de las personas más comunes.

A menudo se ha considerado que una mejor educación podría ex­plicar la diferencia. Sin embargo, ni Einsten, que revolucionó la for­ma de pensar en la física, ni Von Braun, que fue el pionero en la explo­ración espacial, obtuvieron título de doctor. Muchos de nuestros más grandes artistas, de nuestros mejores ejecutivos de negocios, empresa­rios, granjeros y filósofos, tienen una educación formal limitada. De hecho existe un verdadero problema en la cuestión de la educación formal. La gente se queda muy tranquila pensando que, por el mero hecho de que les den un titulo, que no es más que un pedazo de papel, tienen el éxito asegurado.

Un científico, ganador reciente del premio Nobel de Química, dijo:
«Estoy totalmente obsesionado con la química. Es mi vida. Vivo para lograr explicar la naturaleza de la materia.» Esta obsesión o entusias­mo es lo que explica su éxito.

La cantidad de entusiasmo que tenemos, en potencia, todos nosotros, es ilimitada. Todos tenemos la posibilidad de hacer uso de la cantidad de entusiasmo que queramos. Si nos entregamos con poca fuerza, el resultado que obtendremos será pequeño. Pero si ponemos mucha energía en lo que hagamos, lograremos grandes éxitos. Uno consigue lo que quiere en proporción directa al entusiasmo que se pone en lo que se hace. Un gran éxito siempre está acompañado por un gran en­tusiasmo. Por el contrario, los fracasos siempre suelen estar unidos a la falta de entusiasmo.

Sonría y fabricará entusiasmo
La sonrisa es un instrumento de motivación de eficacia asombrosa. Sonreír es algo positivo; fruncir el ceño es algo negativo. Haga esta pequeña prueba. Piense en alguien que no le guste especialmente. Son­ría mientras piensa en esa persona y su desagrado desaparecerá. En la medida en que uno está sonriente no puede sentir enfado hacia otra persona.

O bien, trate de preocuparse por un problema laboral y al mismo tiempo sonría. No es posible. La sonrisa elimina los sentimientos ne­gativos de la misma forma que una toalla elimina la humedad. Sonreír es una manera maravillosa de vencer los enemigos del éxito, tales como la contrariedad, el enfado, la frustración, el disgusto y el miedo.

Utilice la sonrisa en todas sus relaciones con los demás. Cuando se encuentre con alguien, por primera o por centésima vez, salúdele con una sonrisa. Cuando esté afirmando algo sobre algún producto, alguna persona o alguna idea, sonría. Cuando alguien se enfade con usted, sonríale y pronto desarmará a esa persona. Y cuando le entren ganas de abandonar alguna empresa que se ha propuesto, oblíguese a sonreír.

El humor tiene un gran poder: empléelo
Cuando pone en acción su sentido del humor (por ejemplo, con­tando una pequeña anécdota o un chiste) o cuando ve algo divertido, incluso en las situaciones difíciles, los demás lo aprecian, le admiran e intiman más con usted. El humor es un imán que atrae a la gente hacia uno. A la gente le gusta estar con alguien que le haga sonreír, reír y disfrutar durante un rato. Y prefiere evitar a aquellos que siem­pre están encontrando fallos a todo, que no saben sonreír y que sólo ven la parte negativa de las cosas.

Puede usted estar seguro de que el humor produce milagros. Hace —literalmente— que los demás se encuentren mejor físicamente. El humor hace que la tensión sanguínea baje, promueve un estado de re­lajación, ayuda a una buena digestión y contribuye a que la gente se olvide de sus preocupaciones. Durante años y años el Readers Digest nos ha venido diciendo que la risa es la mejor medicina de todas. Y realmente lo es. No hay duda respecto a esto: la gente en quien usted quiere influir considera el humor como una gran ventaja. Sé de un jo­ven, a quien conozco bien, que está a punto de terminar su formación en la escuela médica. Se trata de un joven muy prometedor que solicitó el ingreso en 20 de los mejores hospitales para realizar su período de residente. Recibió 19 respuestas, todas ellas afirmativas. Un 95 % en el índice de aceptación habla muy favorablemente de las caracterís­ticas de esta persona. Y hay algo muy significativo: siete de los deca­nos de las escuelas médicas que le ofrecieron la posibilidad de realizar allí su período de residencia mencionaron que el sentido del humor de este joven médico era uno de los factores que habían influido en la decisión de aceptarle.

He aquí un párrafo de la carta que le escribió el presidente de uno de los hospitales:
«Querido Dr. Olt:
Es usted capaz de ver la parte más luminosa y brillante de las cosas al enfrentarse a una situación difícil. Su sentido del humor le va a ser muy útil en su carrera como médico.»

Un vendedor de categoría excepcional me hizo el siguiente comen­tario: «En los primeros instantes de la presentación de un producto me propongo lograr que mi posible cliente sonría o, mejor aún, que se ría. Hago esto por dos razones: en primer lugar, reírse es relajante y hace que el cliente esté mucho más receptivo hacia lo que quiero de­cirle. En segundo lugar, la broma ayuda a reforzar la reputación que tengo de persona cálida y amigable; me convierte en alguien con quien el cliente estará deseando hablar la próxima vez que le llame.»

La clave para expresarse con humor es saber encontrar la parte di­vertida de cualquier situación.
La vida es demasiado divertida como para estar siempre con «ca­ras largas».

¿Dónde está la base del buen humor? La mejor fuente posible de hu­mor es uno mismo. El ex-Presidente Reagan tenía la habilidad de en­contrar algo divertido sobre su propia persona que venia bien en cual­quier situación; y, de paso, sumaba puntos en su popularidad. Reagan hacía constantemente chistes sobre su edad. Y dado que ha sido, con diferencia, el más viejo de los presidentes de toda la historia, el hecho de que él mismo bromeara sobre su edad desarmaba a los que querían atacarle diciendo que era demasiado viejo para el cargo.

Cree un equipo en el que el entusiasmo sea primordial
Con independencia de cuál sea la actividad a la que usted se dedi­que para lograr sus objetivos, necesita el apoyo efectivo de otras per­sonas. Tanto para dirigir una empresa propia como para mejorar su posición en la que trabaja, como para formar un equipo de atletas o para ganar unas elecciones públicas son necesarias personas que le ayuden a uno. A la hora de elegir esas personas, hay dos cualidades muy importantes: su capacitación y su actitud.

La capacitación es muy importante. Desarrollar una gran empresa supone gente capaz; para formar un buen equipo de béisbol se necesi­tan deportistas con talento, y para proyectar grandes edificios se nece­sita la colaboración de arquitectos competentes. Para lograr cualquier resultado brillante se necesita gente preparada, con talento’ y capaci­dad.

Vivimos en un momento en el que el trabajo cada vez es más espe­cializado y complejo. El número de especialistas laborales se ha dupli­cado en los últimos quince años, y puede triplicarse durante los próximos quince. Y el porcentaje de la población que tiene titulo universitario cada vez es mayor. Y, sin embargo, el aumento de la productividad no es satisfactorio ¿Por qué? La explicación es que la capacitación so­lamente indica lo que la gente puede hacer, no lo que la gente va a hacer. No existe ningún tipo de «test» de elección entre distintas res­puestas que pueda medir la buena disposición o la motivación.

¡La actitud es más importante que la capacidad! Una persona que dé un nivel de 10 en una escala del 1 al 10 en lo que respecta a su capa­cidad, pero que solamente llegue a un 5 ó un 6 en lo que respecta a su actitud, quedará por detrás en eficacia final comparada con otra persona con un nivel de 5 ó 6 en capacidad, pero de 10 en cuanto a actitud.

Con una puntuación de 10 en su actitud, uno puede aumentar en gran medida su capacitación final, por medio del aprendizaje, de la experiencia y del esfuerzo. Lo contrario, sin embargo, no es cierto. En cualquier negocio o profesión —en cualquier tipo de trabajo— hay personas de gran capacidad que obtienen resultados pobres, que van a la deriva, «se retraen» en el trabajo, no colaboran y no hacen nada para mejorar ellos, ni para que la empresa mejore.

Los entrenadores de los equipos de las universidades tienen que de­sempeñar un trabajo muy cuidadoso para reclutar a los jugadores más sobresalientes de la escuela.

Los ojeadores les indican a qué jugadores deben observar. Estos ojeadores buscan a los mejores jugadores que están en acción. Pero todas las temporadas hay sorpresas: jugadores de la escuela que ni Si­quiera fueron tomados en consideración por los ojeadores, ni reco­mendados por los entrenadores de dicha escuela y pasan a formar par­te del equipo de la universidad. La explicación está en que adoptan una actitud de máximo entusiasmo y deseo por formar parte del equipo.

Sin excepción, la gente que llega a lo más alto con verdaderos méri­tos se encuentra situada en la parte superior de la escala que mide la actitud. La capacidad es importante, pero nunca resulta tan fundamental como una actitud positiva y de verdadero compromiso. La ca­pacidad es solamente un poder en potencia. Hasta que no se pone en acción, no tiene ningún valor.
La gente con actitud positiva sigue mejorando; la gente con actitud negativa, en el mejor de los casos, simplemente se mantiene.

Fuente: Fragmento/El libro del éxito

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