Desarrollando la atención y la memoria (2)


Utilice las leyes psicológicas de la memoria

La más importante de las leyes mnemónicas, ya que condiciona la conservación de las imágenes, se refiere a la vivacidad de la impresión y las sensaciones primeras.

Usted memoriza fácilmente un espectáculo, un hecho, una lectura, una noción que le haya suscitado una fuerte sensación. Su agudeza puede provenir de la emoción que la acompaña o de la atención que ella necesita.

Si no ha dominado aun la primera condición, tiene la segunda. Es decir, puede disponer la mayor atención posible al texto o tema que desee fijar en la memoria.

Esta forma de caminar del pensamiento puede hacerse en dos tiempos: “Cuando leo un libro del que ignoro el valor, dice Jules Payot, le ocurre a mi atención lo análogo a lo que le pasa a mis músculos cuando franqueo un punto de nieve dudoso, sobre la fisura de un glaciar: no apoyo.

Franca y deliberadamente, no camino. Igual, leo “el dedo”. De tal modo, la marca dejada en la memoria es tan débil que bastan algunas horas para atención redoblada, y por lo tanto voluntaria.

Puedo leer sin memorizar nada cuando no estoy dispuesto al redoblamiento. “Para que yo memorice algo, es preciso, ahora que se ha adquirido el hábito, que yo decida memorizarla y que le de un atento rodeo. Todo lo que no fijo por este rodeo voluntario de atención desaparece, hago entonces una inmensa economía de fuerza nerviosa, pues sólo retengo lo que me interesa, observaciones y experiencias que tengan valor.”

La atención estará facilitada, y al mismo tiempo, la impresión estará reforzada, por el establecimiento de planes, de resúmenes simples y precisos, por la ejecución de esquemas, el examen de ilustraciones y de fotografías, por ejemplo en la web, que se refieran al tema de estudio. A veces incluso, como en la lectura del periódico, no puedo, algunos momentos después, traer nada a la memoria. La mayor parte de las conversaciones banales, de observaciones y de lecturas sin valor, se disipan como la neblina al sol.”

“Yo logré de la suerte, una preciosa facultad de olvido voluntario que le aconsejo a los jóvenes hacerla suya. Solo es necesario voluntad y hábito. Esta facultad da el privilegio de no memorizar nada en la primera aparición, y, por consecuencia, no estar bloqueado por recuerdos azarosos. Lo que entiendo, lo que veo, lo que leo, se desliza hacia el olvido si no memorizo por un acto de leer.

Saber leer para memorizar es todo un arte
A los juiciosos consejos dados por Jules Payot, usted le agregara algunos otros, pues la lectura juega un rol de primer plano. Ella le permite, en particular, llenar el bache que existe entre el conocimiento y la acción y mejorar de este modo, vuestro comportamiento individual. De otra parte, ella les da el modo, muy especialmente en lo que concierne a las disciplinas científicas, de entrar en contacto con las realidades que se instalan, en mayor medida cada día, en las bifurcaciones del pensamiento.

Sin duda, en nuestra época, la radio y la televisión le han quitado al libro uno de sus roles esenciales que es el de aportar conocimiento.

Pero lo escrito presenta una ventaja considerable sobre el audiovisual pues es vehículo indispensable para la reflexión. Al encuentro con las informaciones audiovisuales, que son más o menos pasivamente “recibidas”, la lectura representa un medio “activo” de conocimiento. Ella provoca generalmente la puesta en obra de las mejores facultades intelectuales: La concentración, la atención activa, la comprensión, la confrontación del pensamiento del autor con su propio pensamiento, de suerte que ella puede ser la ocasión privilegiada de un encuentro entre dos soledades. Como alimento cerebral, participa también la lectura, del desarrollo de la personalidad.

La confrontación regular con la expresión de indiscutibles inteligencias, con los nuevos conocimientos, engendra cultura; la memoria se enriquece y afianza sus adquisiciones, el carácter se precisa por la elección constante propuesta por el espíritu crítico, la imaginación se alimenta de fuentes literarias. Para comprender mejor el pensamiento político, económico, social, literario, científico, filosófico y moral, es preciso leer, y, para el caso, el libro, sobretodo en el formato de libros electrónicos, tiene un futuro más glorioso aún que su pasado pues él puede ahora limitarse a lo que tiene de más noble.

Desde este punto de vista, y sin predicar por lo tanto una literatura edificante o beatamente optimista, evite leer obras mediocres, amargas y de descontentos, que desarrollan ansiedad, y que, por tal hecho, son peligrosas para su equilibrio mental y paz interior, mientras que hay obras espléndidas y reconfortantes.

Ante los títulos prometedores, antes las atractivas “tiras de lanzamiento”, tenga el coraje de preguntarse: “Estos libros valen la pena de ser leídos?” Sea por vanidad, sea por loca ambición de estar a la moda y de “estar en la página”, sea por la frecuente curiosidad apasionada y devoradora, no caiga como un hambriento sobre no importa qué libro que “acaba de aparecer”. Déjelo envejecer y hacer sus pruebas. En algunos meses quizá ya no escuchará hablar de esas obras que, en un momento dado, “hicieron furor”; entonces usted podrá leer con toda seguridad los 2 o 3 que sobrenadaron.

Desde otro punto de vista, un poco diferente, y sin querer afirmar dogmáticamente que “todo está en todo”, no obstante es permitido decir que en las obras eminentes y logradas, en esos libros que han pasado la prueba del tiempo y que se les puede calificar de “reales”, los grandes escritores, los filósofos y los moralistas de altura han visto todo, todo sentido y todo dicho, de suerte que los autores de segundo plano no hacen sino imitarlos o enfatizarlos. Por lo tanto, ¿no vale más preferir los originales a las copias, ir a la fuente más pura antes que abrevarse en las áridas y a veces temblorosos arroyos que de ella descienden?

Abandone también a esos autores oscuros y hasta incomprensibles por vagos y confusos, los que deforman la realidad para parecer sutiles, profundos o refinados, o incluso los que, por snobismo, son los abstraídos de quintaesencia.

Dicho de otro modo, deje solos a esos fabricantes de nubes de humo, esos preciosistas, esos Trissotin1 para los que ninguna obra merece crédito si ella no es hermética.

Tampoco se deje confundir por esos “éxitos literarios” de calidad y notoriedad, dudosas, que señalan un libro, entre decenas de libros valiosos y que lo promueven con grandes tirajes mientras que a estos otros los dejan en la oscuridad. Ni por ciertas “Memorias” más o menos sospechosas que hacen “babear” como si se tratara de una lejía o un jabón de calidad y que ponen como vedette a cualquier “personalidad”, sea ésta militar, diplomática, actor, deportista, político, granuja, “arrepentido y aburguesado”, participante de algún “escándalo”, etc.

En todo caso, sea cual sea la naturaleza de la obra que usted desea examinar, de primero una mirada al prefacio, recorra el índice temático y luego lea atentamente la conclusión que, generalmente, resume las teorías o los hechos expuestos.

Si usted estima que el libro merece ser leído, no olvide que el arte de leer se confunde con el arte de pensar: él exige paciencia e investigación.

Lo que significa que es necesario leer lentamente, dejar el libro de tiempo en tiempo y meditar sobre el pasaje que acaba de leer.

Es preciso releer porque no se está seguro de haber comprendido, de una vez, con exactitud, a un autor y porque releyendo un texto usted descubre siempre nuevas bellezas o ideas que en principio se le habían escapado.

En el curso de la lectura, señalará los pasajes claves y los numerará en la margen para clasificarlos luego por tema a la izquierda de la página. Usted los copiará luego en un fichero informático o a mano en una ficha Bristol.

Retomará la ficha cada vez que necesite de una cita o de una idea sobre la que ha trabajado el autor. Este índice le dará el número de la página y con esta anotación podrá retomar un libro que no había leído en muchos años.

Seleccione las frases clave y almacénelas en un fichero.
En fin, si acaba de leer una obra de mediocre calidad, no es grave, pues “no hay mala obra en que no haya algo bueno” (Goethe). Por último, usted puede beneficiarse al leer un libro mal escrito, mal pensado o insignificantes si usted sabe captar las imperfeccione.

Fuente: Profesor Robert Tocquet (Cómo desarrollar su atención y su memoria)

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