Creo que educar es “ayudar a ser”.
Creo que vale la pena seguir luchando, trabajando y esperando.
Creo que debo vivir mi “quehacer” de educador como misión y no como mera profesión.
Creo que debo prepararme para suscitar valores e ideales, con mi presencia, con la entrega de mi tiempo y con una real proximidad a compañeros de trabajo, representantes y alumnos.
Creo de verdad que el protagonista de la educación es el alumno, no el libro ni método, el programa o el profesor.
Creo que no se puede ser educador si no se profesa en humanidad, en exigencia personal, y en responsabilidad ética.
Creo que debo crear en la escuela y en el aula, un ambiente de amistad que le permita al alumno no sólo su propio descubrimiento y el de sus posibilidades y límites, sino sobre todo la aceptación de sí mismo.
Creo que los alumnos necesitan del reconocimiento y el elogio gratuito tanto como de las notas y calificaciones.
Creo que la primera prioridad es aprender a vivir y esto requiere de otras cosas aparte del estudio.
Creo que en cada alumno hay un hombre que puja por nacer y que mi tarea consiste en favorecer ese parto.
Creo en el modelo del maestro perfecto: Cristo.
Creo que todo hombre, también el niño, es más sagrado que un templo, porque es el VERDADERO TEMPLO DE DIOS.
Padre Nuestro que estás en el cielo
y también con nosotros,
comenzamos en tu presencia nuestro trabajo,
con espíritu fraternal porque Tú eres nuestro Padre.
Santificado sea tu nombre:
que te alaben nuestros alumnos y te bendigan al ver nuestras obras.
Que tu nombre de Padre se haga visible
en la convivencia familiar de nuestra Comunidad Educativa.
Venga tu Reino el que Jesús anunció y comenzó,
el Reino cuya maduración nos confiaste a cada uno de nosotros.
Que nuestras aulas sean la antesala de una sociedad renovada.
Hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo.
Que nosotros llenemos sus exigencias: conviviendo y colaborando fraternalmente en nuestra Comunidad Educativa, y caminando como pedagogos con tus hijos por los caminos de la libertad.
Danos hoy nuestro pan de cada día,
el pan de la mesa familiar,
el pan de la verdad y la amistad,
el pan de la justicia y la libertad,
el pan de los ideales y los valores
para que lo compartamos cada día con los alumnos que nos confiaste,
Perdona nuestras ofensas, como nosotros perdonamos,
y nuestras imitaciones culpables porque en ellas
empobrecemos a nuestros alumnos.
Perdónanos nuestros desalientos y nuestras impaciencias.
Y que nosotros comprendamos y perdonemos a nuestros alumnos
No nos dejes caer en la tentación de hacer de nuestra vocación
una mercancía que se vende y que se compra;
de olvidar a los marginados de la cultura y de nuestras estructuras educacionales,
de reducirnos a ser funcionarios
al servicio de una enseñanza no comprometida con la vida.
y líbranos del mal del paternalismo que aliena y no deja crecer.
Líbranos del autoritarismo que domestica,
borrando la originalidad de cada alumno.
Y líbranos del mal terrible de no amar a nuestros alumnos.
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