Al educar en valores a nuestros hijos les
estamos dando un preciado tesoro:
la posibilidad de seguir creciendo
internamente y de poder dar un sentido duradero a sus vidas.
Vivimos en una sociedad tendente cada vez más a la superficialidad, a la desinteriorización del hombre y como consecuencia a la pérdida de identidad. Se suele responsabilizar a los jóvenes de esta pérdida de valores sin reparar en que ellos no hacen sino responder a los ideales que esta sociedad les ofrece: consumismo manipulado, individualismo, etc.
Pensemos en qué
personajes adquieren notoriedad pública y cuáles fueron sus logros, y en
aquellos que permanecen en el anonimato. Todos podríamos recordar varios
nombres asociados a grandes fortunas e incluso de modelos de pasarela;
podríamos citar el mismo número de científicos o premios Nóbel actuales?
Los medios de
comunicación, apuntadores de la ideología vigente, nos dan buena cuenta de los
modelos a seguir, cuyas principales inquietudes son: tener, poder y hacer.
Frente a las actitudes que fomentan lo positivo de cada individuo: ser, pensar
y compartir.
Los valores son las
guías, los objetivos, las creencias, los ideales que la persona acepta para
alcanzar su proyecto de vida, su plenitud, su felicidad
Los ideales que
propone la sociedad son efímeros dependientes del momento vigente; los valores
son duraderos, firmes en el tiempo y, por tanto, apoyan a la persona en su
crecimiento interno.
Es
dentro de la familia donde el individuo debe encontrar y adquirir los valores
humanos que den sentido a su vida. La única forma de ir recuperando valores
perdidos es fomentándolos en nuestros hijos. El amor, base de la unión de los
miembros de una familia, facilita la transmisión del resto de virtudes. La
vivencia profunda y sincera del afecto permite la adquisición de la bondad y
sus expresiones.
Educar
a nuestros hijos en valores supone:
1. Reflexionar en
pareja acerca de los valores que consideramos más adecuados para el desarrollo
personal de nuestros hijos.
2. Crear un ambiente
familiar que facilite y potencie estos valores, teniendo comunicación y
potenciando la confianza y la comprensión. Es en la familia donde buscamos un
lugar para el diálogo y un apoyo emocional.
3. La transmisión de
valores se realiza de una forma vivencial y no de forma teórica. Nuestro modelo
es su mejor aprendizaje. Los hijos necesitan modelos referenciales que seguir.
4. No debemos olvidar
que la adquisición de valores no se realiza de una vez para siempre, sino que
se trata de un proceso que les acompaña en su desarrollo, lo que implica el que
tengamos en cuenta la etapa en la que se encuentran para adecuar la forma de
seguir transmitiéndoles dichos valores y que pueda crecer su compromiso en ellos.
La
función de padres
Los padres tienen
como función primordial la de ayudar a sus hijos a que crezcan de una forma
íntegra y sana a nivel físico, psíquico y social, y que de esta forma puedan
realizar en un futuro su propio proyecto de autonomía.
En el desarrollo de
esta función debemos evitar:
- Confundir el
proyecto de nuestros hijos con nuestro propio proyecto, desde la creencia de
saber qué es lo mejor para ellos o desde el deseo de que realicen aquello que
nosotros no pudimos realizar.
- Hacer principal hincapié en su crecimiento social entendiéndolo exclusivamente como posición social y económica, tipo de relaciones, etc.
- Olvidar el objetivo
de un proyecto de vida, a saber: ser capaces de sacar el mayor beneficio
emocional de nuestras vidas. Sentirnos satisfechos de nosotros mismos. Tener
capacidad de amar. Aceptar nuestras limitaciones. Potenciar nuestras
capacidades. Intentar mejorar lo negativo que nos rodea. En una palabra,
encontrar un sentido duradero en nuestras vidas.
Un
proyecto con valores.
Un proyecto de vida
adquiere sentido si está avalado por unos valores firmes.
Socialmente se cae en
el error de confundir lo que deberían ser los medios para alcanzar nuestros
objetivos con el fin en sí. Por ejemplo, un buen trabajo debería ser el medio
para conseguir una autonomía económica, poder realizarse intelectualmente,
integrarnos socialmente, etc. Sin embargo, hoy día se considera la adquisición
de un buen trabajo como un fin en sí mismo, valorándolo no tanto por las
satisfacciones personales (las vocaciones están pasadas de moda), cuanto por la
remuneración económica y el poder social. Por tanto, eres lo que puedes hacer,
tener o demostrar. Este tipo de metas son las más efímeras y tras conseguirlas
nos llenan de insatisfacción e inconformismo porque siempre habrá alguien que
nos recordará que se puede hacer, tener o demostrar todavía más.
Valores
para este siglo.
El desarrollo
intelectual del ser humano con sus logros tecnológicos y científicos no avanza
en paralelo con su desarrollo espiritual y personal; cabría pensar más bien que
avanza en proporción inversa. Prueba de ello son las diferencias tan injustas e
insalvables que existen entre continentes, países y dentro de un mismo pueblo.
La tendencia al individualismo que hace perder la conciencia social y el
respeto por los otros. El aumento de la violencia en los más jóvenes. El
aumento de las perversiones en los adultos, etc.
Es necesario que
padres y educadores refuercen su tarea como transmisores de valores. Para
apoyar el cambio a una sociedad más sana necesitamos educarlos en:
Solidaridad:
Salir
del egocentrismo y adquirir una conciencia social. Relegar el yo por el
nosotros. Tomar posturas y acciones acordes. Aprender a compartir.
Justicia:
A
cada uno lo suyo. Todos debemos compartir los mismos derechos. Respeto por la
dignidad de cada persona.
Tolerancia:
La
admisión del otro con la aceptación de la diferencia. Conocer al otro y
enriquecernos con sus vivencias.
Paz: Con
antítesis de violencia. Rechazo tanto de la violencia directa como de la
estructural, es decir, la que hace referencia a la injusticia social. Aprender
a buscar salidas no violentas ante los conflictos.
Libertad: Ser uno
mismo, consecuente con sus ideas y creencias.
Poder desarrollarse
de forma independiente y autónoma. Poder elegir. Limitar nuestra libertad ante
la libertad de los demás.
Sinceridad:
Ser
honestos en nuestras palabras y actitudes. Ser coherentes con lo que pensamos y
sentimos. Ser dignos de confianza.
Estos son algunos de
los valores posibles a desarrollar, pero cada uno de ellos encierra muchos más:
el respeto, la generosidad, la nobleza, la lealtad, la responsabilidad, etc.
Los valores nos
ayudan a salir de nosotros mismos, a pensar en los demás, a pensar que el mundo
no acaba en nosotros, que hay algo aun mayor y más importante.
El
proceso
Como decíamos antes, la adquisición de valores no se realiza de una vez, sino que se trata de un proceso que va variando a lo largo de su desarrollo. Como es lógico, no se le puede pedir el mismo nivel de compromiso a un niño de siete años que a un adolescente de dieciocho.
Teniendo en cuenta
las distintas etapas por las que atraviesan, podremos adecuar su formación.
Algunos rastos de estas etapas son:
-
El niño de los dos a los cuatro años:
Actúa por imitación,
y lo primero que adquiere es la confianza en sus padres y en sus palabras.
Aprende a esperar el logro de su deseo.
-
De los cuatro a los seis años: Empieza a reconocer las diferencias.
Reconoce la autoridad en sus padres. Empieza a captar el sentido del bien y del
mal. Sabe lo que es la propiedad y le cuesta compartir. Empieza a aprender las
normas y su sentido.
-
De los seis a los diez años: Pasa a ser más reflexivo. Entiende lo
que es causa y consecuencia. Adquiere el concepto de responsabilidad. Saca
satisfacciones del compartir.
-
De los once a los catorce años: Aparecen las nociones del derecho y el
deber. Se interesa por los conceptos abstractos: justicia, libertad, etc. Tiene
un carácter social. Aprende a tener posturas críticas.
-
De los catorce a los dieciocho años: Se muestra crítico
con lo que le rodea. Necesita cuestionarse los valores vigentes y adquiridos.
Es solidario y leal con sus iguales. Se muestra altruista.
Se suele criticar a
los jóvenes actuales por las actitudes que toman ante la vida. Tendríamos que
pensar si esta generalización es del todo correcta y si está influenciada por
lo que nos muestran los medios de comunicación. Son noticia los jóvenes
solidarios que participan en las ONG, los voluntarios que se ocupan de
enfermos, ancianos o pobres, los que trabajan con niños en su tiempo libre y
piensan e idean alternativas para mejorar lo que les rodea. Todavía queda mucho
por hacer y los adultos tenemos la responsabilidad de educar a nuestros hijos y
alumnos para la plasmación de un mundo más humano.
Es
dentro de la familia donde el individuo debe encontrar y adquirir los valores
humanos que den sentido a su vida.
Debemos
evitar confundir el proyecto de nuestros hijos con nuestro propio proyecto.
Los valores nos ayudan a salir de nosotros mismos, a pensar en los demás.
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