A menudo nos olvidamos de que las
cosas que nos rodean han nacido de actos de voluntad. Un día decidimos tener
nuestra propia casa. Examinamos los anuncios de los periódicos, discutimos y
elegimos. Luego la amueblamos. Así, creamos nuestro mundo en el que vamos a
vivir y en el que nos reencontramos. Más adelante ya no lo renovamos. Es cierto
que hemos ido haciendo algún pequeño retoque, como pintar las paredes o cambiar
un sillón gastado. Pero, en general, nos adormecemos en la costumbre. Así, poco
a poco, nuestra casa, sus muros y sus muebles se han convertido en parte del
paisaje, como la colina que vemos por la ventana.
Durante mucho tiempo seguimos
pensando que la casa se mantiene siempre nueva. Es extraño pero cierto. Cuando
las cosas cambian lentamente no nos percatamos de su transformación. Luego, un
día, con zozobra, descubrimos que la instalación de la calefacción se ha
convertido en chatarra) que hay que arreglar el tejado y que el mobiliario está
en pésimas condiciones. Y encima no habíamos pensado en ahorrar el dinero que
ahora precisamos;
Muchos se comportan del mismo
modo también en la propia empresa o en la organización que dirigen. Querrían
que continuara adelante con los mismos productos, los mismos métodos y el mismo
personal, es decir, como al principio. En cambió, las cosas siguen existiendo
sólo si son renovadas. Permanecer en el mercado quiere decir interrogarse a
menudo sobre la eficacia del producto, los métodos de producción, la distribución,
los directivos y nosotros mismos.
Un proceso análogo se registra en
la administración pública, en el sistema legislativo o en la política. Estamos
inmersos en miles de leyes interrelacionadas, olvidadas, recuperadas y modificadas
que constituyen un enredo inextricable de legitimidades, hábitos y privilegios,
que evoluciona lentamente como un magma volcánico. Una sociedad, cualquier
sociedad, funciona porque el noventa por ciento de las cosas siempre se han
hecho del mismo modo y todos siguen repitiéndolas.
Mientras que las instituciones
envejecen y se hacen rígidas, nuevas fuerzas apremian desde las profundidades
para desquiciarlas. Así, el cambio llega imprevisto, inesperado y traumático.
Pensemos en Italia. En la sociedad se habían
producido profundas mutaciones, pero los políticos y los empresarios no se
habían percatado de ello. Así, en 1992, un grupo de magistrados comenzó a
aplicar la ley sobre la financiación pública de los partidos. La ley existía,
pero era ignorada. Las personas arrestadas protestaban: «Pero ¿por qué?
-decían-, siempre se ha hecho así, todos lo hacen». Y era completamente cierto,
lo hacían todos y nadie había sido jamás castigado. Pero había surgido un nuevo
poder, con sus propias metas y objetivos, dispuesto a revocar, sin dudarlo, la
tradición. Que el gobierno Prodi es un nuevo poder, se ve por la capacidad de
anular, mediante decreto, los derechos adquiridos de los comerciantes, de
suprimir el cobro del impuesto de circulación a cargo del Automóvil Club y de
imponer la reforma de la escuela y del catastro.
La historia nos enseña que, para
cambiar de ruta suele ser necesaria una sacudida y la llegada de un nuevo grupo
dirigente. En política con la revolución o con las elecciones, en las empresas
con el nombramiento de un nuevo director, con la venta o mediante la fusión con
otra empresa. Los recién llegados no tienen vínculos con el pasado y no dudan
en destruir para reconstruir. Es muchísimo más difícil hacerlo uno mismo,
renovándose y renovando lo que le rodea. Para conseguirlo debemos aprender a
actuar como los empresarios de genio que saben arrojarse a pecho descubierto en
una empresa, sin perder nunca el sentido crítico. Debemos aprender de los que
son capaces de una creación continua.
No hay comentarios:
Publicar un comentario