Grandes Pedagógos Latinoamericanos: Andrés Bello


La gran figura literaria de este varón memorable basta por sí sola para honrar, no solamente a la región de Venezuela que le dio cuna, y a la República de Chile, que le dio hospitalidad y le confió la redacción de sus leyes y la educación de su pueblo, sino a la América española, de la cual es el principal educador", ha escrito de Bello el señor Menéndez y Pelayo. Bello nació en Caracas, el 29 de noviembre de 1781, y pagó su tributo a la madre común en la ciudad de Santiago de Chile, el 15 de Octubre de 1865. Apenas niño, mostró en grado sumo vocación para el estudio, y bajo la sabia dirección de fray Ignacio de Quesada, en el antiguo convento de la Real y Militar Orden de Nuestra Señora de la Merced, a la par de cuya iglesia vivía el joven Bello, inició con brillo cierto los estudios de latinidad, y fueron tantos los conocimientos que adquirió bajo tan experto maestro, que al llegar a la Universidad Pontificia, donde leyó el bienio de Filosofía en la cátedra de Escalona, fue asombro de profesores y alumnos.
En la Universidad recibió el grado de Bachiller en Artes (Filosofía), e inició estudios de Medicina y de Derecho, que se vio obligado abandonar. Protegido por Ustáriz, logró tomar parte en un concurso para funcionario de la gobernación, de la que fue oficial mayor durante el término de Guevara y Vasconzelos.  Se Considera como uno de los primeros maestros de Simón Bolívar. Al darse los primeros pasos por la Independencia, la revolución puso los ojos sobre el modesto sabio, y la Junta de Gobierno lo designó por secretario de la misión que a Londres llevaron Bolívar y López Méndez.
De poco fruto fue aquella gestión, mas sirvió de feliz oportunidad para que nuestro gran sabio se alejase del teatro voraz de la guerra, donde se iban a consumir las mejores fuerzas de la Patria. Pudo así dedicarse por completo, en el viejo mundo, a profundizar sus estudios humanísticos, en forma tan extraordinaria, que pasma de admiración a los actuales críticos. Sin embargo, allá fue siempre robusto arrimo para los intereses de la Patria lejana, y en más de una ocasión prestó sabios consejos a los comisionados de la República. Don Andrés abarcó todas las ramas del saber: humanista, filólogo, historiador, crítico, jurista, poeta, geógrafo, filósofo, legislador, gramático, dejó tratados que son objeto de la mayor admiración. Su verdadera obra de cultura, su intenso trabajo como legislador y educador, tuvo por teatro la feliz república de Chile, cuyos códigos fueron confiados a la redacción de Bello, y cuya universidad nacional se honró con su Rectorado. "La autoridad moral e intelectual que su vida y sus obras le granjearon en toda América fue inmensa. Los pueblos ponían sus diferencias internacionales en manos del sabio para que las decidiera, y se remitían a Bello.
El año 1864 se le escogió por los Estados Unidos y el Ecuador para dirimir una contención entre ambas repúblicas. Al año siguiente, en 1865, lo escogieron Colombia y el Perú para arbitramiento semejante (Blanco Fombona. Prólogo a Literatura castellana). Su obra como gramático es la más menudamente citada: con ella dio independencia a los estudios del castellano, y sobre lo clásico superficial, elevó el razonamiento filosófico. Como tal fue un revolucionario en la arquitectura del idioma. En la formación del derecho internacional americano ocupa sitio de padre con su Derecho de Gente, publicado en 1882. Y tal fue su autoridad y tanta la intensidad de sus enseñanzas, que la jurisprudencia internacional de Chile comprende toda una época, determinada por la presencia de Bello como consejero del Ministerio de Relaciones Exteriores. Sus trabajos científicos sobre literatura castellana son de tal magnitud, que los más afamados investigadores españoles han tenido que aceptar la posición bellista en el propio estudio de las fuentes del castellano.
Como poeta fue llamado Príncipe, por la altura de su numen, por la pureza de su versificación, por la filosofía que llevó a su obra lírica. "Vale mucho, y valdrá siempre con singular valor, por el relieve con que brilla en su poesía descriptiva, donde las imágenes, si no son extraordinarias, resaltan, por su delicadeza exquisita y por la propiedad con que reflejan los aspectos y hermosura de la naturaleza, bañándola de luz" (Picón-Febres. La literatura venezolana en el siglo XIX). Responde a esta opinión su Silva a la zona tórrida, de altura inimitable.
Como imitador de poetas extranjeros, su labor es admirable. Bello, el primero de nuestros grandes maestros en orden cronológico, y a quien hemos escogido al propio para cerrar esta pequeña crestomatía venezolana, sigue y continuará por mucho tiempo siendo la más grande figura intelectual de que puede gloriarse Venezuela. Símbolo de saber y de virtud, su nombre debe tener perenne culto en la juventud del país, obligada a seguir las huellas luminosas en nuestros grandes antecesores, y a rendir culto cariñoso a estos abuelos venerables, que son los mejores soportes del edificio espiritual de la patria.
En 1930 se erigió una estatua a Bello en una plaza de Caracas, noble iniciativa de Luis Correa, empeño-so en todo momento por formar en nuestro pueblo una justa conciencia de amor a Bello y a su obra educativa. En el bronce deficiente de Chicharro Gamo, el filósofo aparece en actitud de sedentario reposo, que hace contraste con la figura enhiesta de Zamora, que le sirve de par en vecino sitio. Frente a frente ambas estatuas, nos hacen pensar en lo grato que sería una realidad cívica, que reservase a la espada, por sólo ministerio, la noble misión de resguardar el orden de justicia, donde pueda  el filósofo meditar las grandes directrices de los pueblos.

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