Frente a este nuevo año es hora de sentarse a pensar en todas las barbaridades que hicimos durante los pasados 365 días. Es hora también de desearles cosas bonitas a los demás, de dejar la tontería y hablarle al vecino, a quien juraste no dirigirle la palabra hasta que te pidiera perdón por haberse montado en tu mata de aguacates para pegarle un cable a tu antena de Direct TV.
Es hora de hacer las paces con todo el mundo; en especial, con la gente loca y desordenada de este país que cada año toma decisiones frívolas que hacen que vivamos en un pozo de arenas movedizas.
Es hora de sentarse junto a una botella de ron y pensar seriamente en cuanto hemos ganado y perdido, en los amigos y familiares que se fueron, en los años que pasan, en la necedad o la sabiduría que acumulamos, en el ser y en la nada... ¡Salud, carajo!
Es tiempo de hacer planes, de ponerse metas, de mirar hacia adelante con optimismo, de tener ambiciones sanas, de prepararse para que el porvenir no llegue y nos agarre durmiendo en calzoncillos. Es tiempo también de establecer prioridades y de darse cuenta de que no siempre seremos jóvenes, de que la vida es una gandola sin frenos que puede pasarnos por encima u obedecernos, según si nos hacemos con el volante o nos lanzamos bajo sus ruedas (qué bella esta metáfora camionera. Sólo nos faltó la rampa de frenado y el cargamento de cochinos para completar la imagen).
La vida es un milagro. Celebremos que estamos vivos, que podemos abrazarnos y besarnos, que podemos desearnos el bien e intentar ser menos imbéciles. Festejemos con alegría, pero sin molestar al prójimo. Miren que no estamos para excesos, que la juventud se acaba y que el infierno está lleno de idiotas que se creyeron inmortales.
El tiempo es elástico y siempre juega en contra nuestra. Por eso hay que seguirle la corriente y aprovecharlo, haciendo vainas útiles que nos hagan mejores personas. Quizás ahí esté el meollo de los meollos, porque si uno no trata de ser buena gente, es muy probable que dé lo mismo tener un Mustang 2010 plateado u otro posgrado en Harvard. De nada vale cuanto acumulemos, si somos unos miserables de espíritu a los que no les importa hacer sonreír al prójimo.
Bailen, celebren, coman, gocen pero miren a su alrededor. Observen si hemos construido el presente que alguna vez nos imaginamos o si estamos en el infierno de la improvisación, en el caos producto de lo que no planificamos ni deseamos ni quisimos.
Hay que bailar, beber y celebrar sin alejarse de la seriedad de la vida, de aquello por lo que hay que luchar y quemarse las pestañas leyendo y estudiando.
Hablemos de la alegría del año pasado aunque no nos desborda, pero que está ahí, a pesar de todo. Abracémonos. Digámonos cuánto nos queremos, cuánto nos necesitamos, cuánto deseamos estar cerca los unos de los otros porque, en los momentos más oscuros, sólo nos tenemos los unos a los otros (Dios también está ahí, pero como él no se mete en cuestiones de economía y política, es como si no estuviera). Expresémonos nuestro fervor. Saquemos a flote lo poco o mucho que tengamos de bueno. Creámonos beatos, así sea por uno o dos segundos al día. Dejemos las groserías, las envidias, las malacrianzas, los apetitos voraces, los pesimismos ilustrados, las adoraciones ciegas, la repetición de fuegos fatuos y los malos humores. Usemos desodorante, cambiémonos los interiores todos los días, comamos con la boca cerrada, pi¬damos la bendición y, doquiera que vayamos, tratemos de no ser aves de mal agüero.
Mejor no sigamos por aquí. Suena a película repetida y evangelizadora. Ustedes vean lo que hacen y si se portan bien o no este año. Total: ya están grandecitos.
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