
El cometer actos negativos como robar y mentir puede, quizá, proporcionarnos alguna satisfacción a corto plazo, pero a la larga siempre será una fuente de desgracias. Los actos positivos siempre nos aportan fuerza interior.
Esa fuerza nos ayuda a tener menos miedo y más confianza en nosotros mismos, y de este modo nos resulta mucho más fácil hacer extensible a los demás nuestro cariño sin que las barreras religiosas, culturales o de cualquier otra índole representen obstáculo alguno. Es, pues, importante que reconozcamos nuestro potencial para lo bueno y para lo malo, y que lo observemos y analicemos con detenimiento.
Eso es lo que he dado en llamar la expansión del valor humano. Mi mayor preocupación es siempre fomentar la comprensión del valor humano más profundo. Este valor humano más profundo es la compasión, un sentido del cariño y del compromiso. No importa cuál sea la religión que cada cual profese, ni si se es practicante o no, sin el valor humano no es posible ser feliz.
Pasemos a examinar la utilidad de la compasión y del buen corazón en la vida cotidiana. Si estamos de buen humor cuando nos levantamos por la mañana, si hay en nuestro interior un sentimiento bondadoso, automáticamente nuestras puertas interiores estarán abiertas para ese día. Aun cuando nos encontremos por casualidad con una persona antipática no experimentaremos gran desasosiego y podremos incluso arreglárnoslas para decirle algo agradable.
Es posible que incluso charlemos con esa persona no demasiado amistosa y que lleguemos a mantener con ella una conversación sensata. Crear una atmósfera cordial y positiva contribuye a reducir automáticamente el miedo y la inseguridad. De esta forma podemos hacer amigos más fácilmente y crear más sonrisas.
Pero el día en que nuestro estado de ánimo es menos positivo y nos sentimos irritados todas nuestras puertas interiores se cierran automáticamente.
En consecuencia, incluso en el caso de que nos topemos con nuestro mejor amigo nos sentiremos incómodos y tensos. Estos ejemplos ponen de manifiesto cómo nuestra actitud interior influye en nuestras experiencias cotidianas. Para crear una atmósfera agradable en nuestro interior, dentro de nuestras familias y en nuestras comunidades, tenemos que cobrar conciencia de que la fuente última de esa atmósfera agradable está dentro del individuo, dentro de cada uno de nosotros: un buen corazón, la compasión humana, el amor.
La compasión no ofrece solo beneficios mentales, sino que contribuye además a mantener un buen estado de salud. Según la medicina contemporánea y mi propia experiencia, la estabilidad mental y el bienestar físico están directamente relacionados entre sí. Es evidente que la ira y la agitación nos hacen más susceptibles a la enfermedad. Al contrario, si la mente está tranquila y ocupada por pensamientos positivos, el cuerpo no caerá fácilmente presa de la enfermedad. Esto muestra que el cuerpo físico aprecia y responde al afecto humano, a la paz mental humana.
Otra cosa que me parece evidente es que desde el momento en que alguien solo piensa en sí mismo, el foco de toda su realidad queda reducido a su persona y, como consecuencia de ese enfoque limitado, cualquier pequeña molestia puede parecer desproporcionada y causar temor, inquietud y un sentimiento de desdicha abrumadora.
No obstante, desde el momento mismo en que alguien piensa en los demás con afecto, su perspectiva se ensancha y sus problemas le parecen insignificantes. He ahí la diferencia.
Cuando alguien siente afecto por el prójimo manifiesta una especie de fuerza interior a pesar de sus propios problemas y dificultades. Gracias a esa fuerza, sus problemas le parecerán menos importantes y fastidiosos. El ir más allá de los propios problemas y ocuparse de los demás, hace que cobremos fuerza interior, confianza en nosotros mismos, coraje y serenidad. Se trata de un
ejemplo claro de cómo el modo de pensar de una persona puede transformarla.
ejemplo claro de cómo el modo de pensar de una persona puede transformarla.
Si trabajamos en favor de los otros seres sintientes veremos cumplidos nuestros intereses y deseos. Como el famoso maestro del siglo XV Tsongjapa señala en su Gran exposición del sendero de la iluminación: «A medida que el practicante se compromete en actividades y pensamientos que están orientados a conseguir el bienestar de los demás, verá realizadas sus propias aspiraciones sin necesidad de dedicarles el menor esfuerzo».
Algunos de vosotros quizá me hayáis oído decir, pues es algo que comento con bastante frecuencia, que en cierto modo los bodhisattvas — los compasivos seguidores del camino budista — son personas «sensatamente egoístas», mientras que las personas como nosotros somos «estúpidamente egoístas». Pensamos en nosotros mismos y nos desentendemos de los demás, y el resultado es que siempre estamos descontentos y lo pasamos mal.
Otros beneficios del altruismo y del buen corazón quizá no nos parezcan tan evidentes. Una de las metas de la práctica budista es lograr un nacimiento favorable en nuestra próxima existencia, una meta que solo puede ser alcanzada evitando aquellas acciones que puedan resultar perniciosas para otros. En consecuencia, también en el contexto de este objetivo, el altruismo y el buen corazón constituyen el fundamento. Es asimismo muy claro que para que un bodhisattva consiga cumplir la práctica de las seis perfecciones — la generosidad, la disciplina ética, la tolerancia, el esfuerzo dichoso, la concentración y la sabiduría —, la cooperación con el prójimo y la bondad son de vital importancia.
Así pues, vemos que la bondad y el buen corazón constituyen los pilares sobre los que se asienta el éxito en la vida, el progreso en el camino espiritual y la consecución de nuestra última aspiración: alcanzar la iluminación completa.
De ahí que la compasión y el buen corazón no sean solo importantes en un momento inicial sino a lo largo de todo el trayecto. Su necesidad y valor no están limitados a un momento, lugar, sociedad o cultura determinados.
Por consiguiente, no solo necesitamos compasión y afecto humano para sobrevivir, sino que estos son la fuente última del éxito en la vida. Las formas de pensar egoístas no solo causan daño a otros sino que impiden la felicidad que nosotros deseamos. ¿No es hora ya de pensar más sabiamente?. Eso es lo que pienso.
Fuente: Dalai Lama (Con el corazón abierto)
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