
"¡Voy a irme a la Montaña Negra!", gritó el pequeño Ricardo de cinco años.
"Muy bien, si eso es lo que quieres adelante", le respondió su madre abriendo la puerta y acompañándolo hasta el pórtico.
Un manto de silencio cayó sobre él. Hacía rato que ya no había sol y la oscuridad de la noche cubría el paisaje. Por el resplandor de las estrellas, apenas veía la forma de la Montaña Negra en la distancia. En plena oscuridad, el niño escuchó el movimiento de un animal entre las plantas, y el aleteo de un ave en el cielo oscuro.
De pronto, el corazoncito del niño latía con más rapidez, y se le había acelerado la respiración. Ir a la Montaña Negra había sido una mala idea.
¿Por qué habría dicho eso?, pensó.
Se sentó en el pórtico abrazándose las rodillas contra el pecho, mientras una lágrima le rodaba por la mejilla al tratar de controlar el miedo.
Desde la cocina, escuchó que su padre le decía: "Ricardo ¿quieres venir a cenar con nosotros?"
A veces, cuando estamos enojados con nosotros mismos, con los demás, con las circunstancias, o hasta con Dios, queremos irnos. Nos enojamos y amenazamos. Nos sentamos en el pórtico y lloriqueamos. Aun así, Papá espera pacientemente y nos llama para reunirnos con el resto de la familia. El amor ahuyenta los temores y la restauración sana las heridas.
Muchos son los planes del hombre, más el consejo del Señor permanecerá.

Cuenta una antigua leyenda que en la Edad Media un hombre honorable fue injustamente acusado de haber asesinado a una mujer.
En realidad, el verdadero asesino era una persona muy influyente del reino y por eso, desde el primer momento, se procuró buscar un chivo expiatorio para encubrir al culpable, así que el hombre honesto e inocente fue llevado a juicio, conociendo de antemano que tendría escasas o nulas oportunidades de escapar al terrible veredicto: ¡la horca!.
El juez cuidó, no obstante, de dar al juicio todo el aspecto de justicia, y por ello le dijo al acusado:
Conociendo tu fama de hombre justo y devoto del Señor vamos a dejar en manos de Él tu destino. Vamos a escribir en dos papeles separados las palabras culpable o inocente. Tú escogerás una y será la mano de Dios la que decida tu destino.
Por supuesto, los manejos corruptos habían escrito en los dos papeles la palabra 'CULPABLE', y la pobre víctima, aún sin conocer los detalles, se dabacuenta de que el sistema propuesto era una trampa. No había escapatoria.
El juez conminó al hombre a tomar uno de los papeles doblados. El hombre respiró profundamente, quedó en silencio por unos segundos, con los ojoscerrados y, cuando la sala comenzaba a impacientarse, abrió los ojos y con una extraña sonrisa hizo su elección: tomó uno de los papeles y, llevándolo a su boca, ¡se lo tragó rápidamente!.
Sorprendidos e indignados, los presentes protestaron airadamente:
-¿Pero qué hizo? Y ahora, ¿cómo vamos a saber el veredicto?"
Es muy sencillo -respondió el hombre-. Es cuestión de leer el papel que queda y sabremos lo que decía el que yo elegí.
Con rezongos y enojo mal disimulado debieron liberar al acusado y jamás volvieron a molestarlo.
Cuando todo parezca perdido, usa la imaginación.
"En los momentos de crisis, sólo la imaginación es más importante que el conocimiento".
Albert Einstein
Pido que el Dios de nuestro Señor Jesucristo, el Padre glorioso, les dé el Espíritu* de sabiduría y de revelación, para que lo conozcan mejor.
Pido también que les sean iluminados los ojos del corazón para que sepan a qué esperanza él los ha llamado, cuál es la riqueza de su gloriosa herencia entre los santos. Efesios 1:17,18
Pido también que les sean iluminados los ojos del corazón para que sepan a qué esperanza él los ha llamado, cuál es la riqueza de su gloriosa herencia entre los santos. Efesios 1:17,18

En una tira cómica de Rabanitos, de Charles Schulz, Marcie regala unas flores a su maestra. Para no quedarse atrás, Peppermint Patty dice a la maestra: «Yo pensé en hacer lo mismo, señora, pero nunca lo hice. ¿Le sería útil un jarrón lleno de buenas intenciones?»
Todos hemos tenido intenciones de hacer algo bueno pero no lo hemos hecho. Tal vez querramos hacer una llamada para ver cómo está un amigo, o visitar a un vecino enfermo, o escribir una nota de aliento a un ser querido. Pero no sacamos el tiempo para hacerlo.
Algunas personas saben que Jesucristo es el único camino al cielo y piensan confiar en Él un día. Sin embargo, se la pasan posponiéndolo. Puede que tengan buenas intenciones, pero eso no da salvación.
Tal vez como cristianos digamos que queremos estar más cerca del Señor, pero de alguna manera no sacamos el tiempo para leer la Palabra de Dios ni orar.
Santiago tiene palabras fuertes acerca de este problema de no hacer nada: «A aquel, pues, que sabe hacer lo bueno y no lo hace, le es pecado» (4:17).
Fuente: www.RenuevoDePlenitud.com
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