Las 17 reglas del éxito (II)

REGLA NUMERO SEIS:

Siempre hay que dejar que las propias acciones hablen por uno, aunque todo el tiempo hay que estar en guardia contra las terribles trampas del falso orgullo y la vanidad que pueden detener el propio avance. La próxima vez que uno se sienta tentado a vanagloriarse, tendría primero que meter la mano en una cubeta llena de agua y, cuando la saque, el agujero que queda hará que uno se dé una idea correcta de la medida de su importancia.A ninguno de nosotros nos decepciona más otra persona de lo que nos decepcionamos de nosotros mismos. Un obstáculo peligroso para nuestro progreso continuo es la terrible pantalla de orgullo complaciente que es responsable de cegar nuestro avance una vez que hemos experimentado un poco de éxito. Es cierto, es posible que hayamos trabajado muy duro y hayamos dedicado todos nuestros talentos y esfuerzos en avanzar, y esa es realmente la razón por la cual usted y yo estamos juntos; sin embargo, es fácil caer en la trampa de creer, después de unas cuantas victorias, que uno posee algunas cualidades especiales y únicas, y cuando uno refleja esa actitud en su comportamiento con los demás, eso puede dañar seriamente su progreso.
De hecho, nada puede lastimarlo más a uno que la arrogancia y el orgullo que piden que alguien les ponga un alto. Todos somos hijos de Dios, pero si tan sólo pudiéramos ver qué tan poco hueco dejaría nuestra muerte en este mundo, dejaríamos de tomar tan en cuenta el espacio que ocupamos y pensaríamos más en ayudar a los demás.
Constantemente estoy librando mi batalla personal contra la tentación del falso orgullo. Cuando uno escribe un nuevo libro cada dos años, como yo, y luego recorre todo el país para promocionarlo en la prensa, la radio y la televisión, por no mencionar la serie de discursos de inauguración que pronuncio al año, es fácil caer en la trampa de comenzar a creer todas las cosas buenas que se dicen y se escriben en los medios de comunicación – por no mencionar todas las atenciones, las limosinas con chofer y las fiestas par firmar autógrafos con lo cual se le malacostumbra a uno.
Nunca olvidaré el día en que Dios decidió reducirme considerablemente la opinión de mí mismo, algo que indudablemente me merecía en ese tiempo. Estaba en mi habitación del hotel en espera de que llamaran a la puerta como señal de que era el momento para que hiciera mi aparición en el salón de baile allá abajo, donde iba a pronunciar el discurso de inauguración de una gran convención nacional de varios miles. Cuando llegó por fin el mensajero de la compañía, un hombre de edad, me puse el saco y lo seguí por el pasillo hacia el elevador.
Había mucho ruido y gente en el vestíbulo y no habíamos avanzados mucho cuando sentí que alguien me tocaba con decisión el hombro y me volví par ver a un hombre joven con ojos de asombro, con un distintivo con el nombre de su compañía pegado al bolsillo de su saco, que aferraba una bolsa de papel y me apuntaba a la cara con el dedo.
¿Es usted Og Mandino? – me preguntó sin aliento. Asentí con la cabeza y seguí caminando. ¿Me concede un minuto, señor? preguntó el joven mientras se desplazaba hacia una mesita junto a una ventana, lejos del movimiento de la gente. Interrogué con la mirada a mi guía ceñudo, quien finalmente asintió moviendo la cabeza con cierta reticencia. – Señor – me espetó el joven mientras colocaba la bolsa de papel sobre la mesa - quiero que sepa que mi esposa es una fanática de Og Mandino. Le juro que se ha leído todo lo que usted ha escrito. Como en maestra en el pequeño pueblo donde vivimos, no hubo manera de que pudiera venir conmigo y se quedó muy afligida Tenía tantas ganas de escucharlo a usted.
¡Que pena! – Pues bien, señor, pensé que debía hacer algo especial por Louise, y creo que estuve en todas las librería que hay en un radio de ochenta kilómetros alrededor de nuestro pueblo y me las ingenié para conseguir cinco de sus libros en edición empastada. Por favor... se lo suplico... ¿me haría usted el gran honor de autografiar estos libros para mi esposa? Se los quiero dar como regalo de cumpleaños, el jueves próximo.
Con todo gusto – le dije, saqué la pluma del bolsillo interior de mi saco y escribí en los cinco libros, la siguiente dedicatoria: Para Louise, con afecto: Feliz Cumpleaños, Og Mandino.
Cuando hube terminado, el joven volvió a meter cuidadosamente todos los libros en su bolsa de papel, me dio un abrazo nervioso y apresurado, me dio las gracias y se alejó... y a mí se me olvidó mantener la boca cerrada, pero qué bueno que se me haya olvidado.Ya se había alejado unos tres metros, cuando dirigiéndome a él le grité: - Dígame, ¿esto va a ser una sorpresa para Louise?. Se volvió y con una tímida sonrisa de oreja a oreja, me repuso gritando:
¡Por supuesto que sí, señor, ella está esperando un nuevo Toyota Corolla!




REGLA NUMERO SIETE:

Cada día es un don especial de Dios, y si bien es posible que la vida no siempre sea justa, uno no debe dejar nunca que las penas, las dificultades y las desventajas del momento envenenen la actitud y los planes que uno tiene para sí mismo y su futuro. No se puede ganar si se lleva puesta la fea capa de la autocompasión con toda seguridad ahuyentará cualquier oportunidad de éxito. Nunca más. Hay una mejor manera.
La vida no es justa... y probablemente nunca será así. Habrá ocasiones en que uno hace la mayor parte del trabajo y, sin embargo otro se lleva el crédito. Es posible que uno trabaje el doble de lo que trabaja su vecino, y uno se sabe el doble de listo... y sin embargo, uno sólo gana la mitad de lo que gana el otro.
Hay muchas ocasiones en que la vida nos reparte una mala mano. ¿Cómo juega uno esas malas manos cuando le toca una? ¿Se aferra, se niega a rendirse, aunque no se tenga la garantía de lograr el triunfo... o se lamenta y se compadece de sí mismo porque uno está seguro de que sus dificultades y problemas son mucho más terribles que las desgracias de cualquiera otra persona? ¡Pobre nene!
Hace casi dos décadas, recibí una pequeña tarjeta amarilla con un poema escrito con tinta verde, de parte de Wilton Hall, quien publicaba Quote Magazine en anderson, Carolina del Sur. El poema ha tenido un sitio especial en mi vida a lo largo de todos estos años. Durante mis discursos, no solo lo comparto con todos mis públicos, sino que lo mantengo a mano para mi propio bienestar. Cuando las cosas no están yendo muy de acuerdo con la forma en que las planeé, o los días comienzan con el pie izquierdo, o empiezo a irritarme un poco con los demás y tal vez a sentir lástima de mí mismo, saco mi poema, lo leo y luego prosigo con mi vida, agradecido y sólo hago una pausa suficientemente larga para volver la vista a los cielos y decir: ¡Gracias!
Sí, recárguese en el sillón, amigo lector, y permítame que le dé el gastado original. Es un tesoro, y le apuesto que también usted, al igual que yo, lo releerá con frecuencia en el futuro y lo compartirá igualmente con sus amigos.
¡Señor, perdóname cuando me lamento!
Hoy, en el autobús, vi a una bella muchacha de cabello rubio, la envidié... parecía tan alegre... y deseé ser así de bonita. De pronto, cuando se puso de pie para irse, la vi cojear por el pasillo. Tenía una sola pierna y usaba muleta; sin embargo, al pasar... ¡qué sonrisa! ¡Oh, Dios, perdóname cuando me lamento! Tengo dos piernas.
¡El mundo es mío!
Me detuve a comprar unos dulces. El muchacho que los vendía era tan encantador.
Conversé con él. Se veía tan contento. Si me retrasaba no habría problema. y cuando me iba, me dijo: “Se lo agradezco, ha sido usted muy amable. Es grato conversar con gente como usted. Sabe – dijo –. Soy ciego”. ¡Oh, Dios, perdóname cuando me lamento! Tengo los ojos.
El mundo es mío.
Después al ir caminado por la calle, vi a un niño con los ojos de cielo. Estaba de pie y observaba a otros niños que jugaban. Parecía indeciso. Me detuve un momento y le dije:
“¿Por qué no vas a jugar con ellos, primor?” Siguió viendo hacia enfrente sin decir nada y entonces me di cuenta de que no podía oír. ¡Oh, Dios, perdóname cuando me lamento!
Tengo dos oídos. El mundo es mío.
Con pies que me lleven a donde quiero ir, con ojos para ver los colores del atardecer, con oídos par escuchar lo que quiera saber... ¡Oh, Dios, perdóname cuando me lamento. En realidad soy una afortunada. El mundo es mío.
Autora Anónima



REGLA NUMERO OCHO:

Uno nunca debe llenar sus días ni sus noches con tantas nimiedades y cosas insignificantes como para no tener tiempo de aceptar un verdadero reto cuando éste se presente. Esto es válido tanto para el juego como para el trabajo. Un día meramente sobrevivido no es ocasión de festejo. Uno no está aquí para desperdiciar sus preciosas horas, Cuando tiene la capacidad de lograr tanto si hace una pequeña modificación en su rutina. Ya no hay que ocuparse en nimiedades. Ya no hay que volverle la cara al éxito. Hay que darse tiempo y espacio para crecer. Ahora, ¡Ahora mismo! ¡No mañana!Es posible que usted, lector, conozca a este tipo de persona. Tal vez hasta sea usted así.
Si es así, me da gusto que haya acudido a mí. Esa persona está siempre ocupada, siempre tiene más proyectos, reuniones y diligencias de los que se pueden manejar, y siempre está en una loca carrera de un lado a otro en un intento - intento, nada más - por adelantarse a los acontecimientos. Lo que este tipo de gente hace constituye un esfuerzo, inconsciente pero muy eficaz, para evitar el éxito. Claro que están ocupadas en cualquiera de esas faenas y tareas insignificantes que pueden encontrar para hacer, de tal manera que si alguna vez se les presenta un verdadero reto, algo que en verdad pudieras significar mucho para sus vidas y su bienestar, les es muy fácil responder siempre que lo lamentan pero están demasiado ocupadas en este preciso momento y no pueden atender otra cosa.
¿Le suena conocido? Espero que usted, amigo lector, no haya estado esforzándose inconscientemente por fracasar manteniéndose "muy ocupado" en cosas que de nada le servirán, aparte de que lo mantengan en ese largo camino trillado. Si le sirve de consuelo, hay muchos que están en esa situación. Sabe usted que se necesita tanta energía para fracasar como la que se necesita para triunfar, y por eso es que tenemos tanta gente activa y ocupada que no logra entender por qué no está ocurriéndole nada en su vida.
En el caso de que usted piense que podría estar en esa categoría, tal vez está usted haciendo lo que hace porque alguien oprimió su "interruptor de eliminación" hace años. Sí, su "interruptor de eliminación". Hacer años iba a hacer un libro sobre este tema, pero ésta es la primera vez que lo menciono en letras impresas.
Una vez adquirí un convertible muy costoso, y obviamente el vendedor me persuadió de que no debía sacar ese vehículo tan caro a la calle ni estacionarlo en ningún estacionamiento público sin instalarle antes una alarma contra robos que inmediatamente haría sonar una fuerte y penetrante sirena si alguien trataba de abrir por la fuerza mi joya, conectar el encendido y llevarse el convertible. Por su puesto que accedí.
Una mañana, retrasado por una cita, entré como un rayo a la cochera, puse la llave de encendido, la giré... pero no pasó nada. Ni siquiera un quejido. Nada. ¿Estaría totalmente descargado el acumulador? No era creíble. Encendí la radio. Funcionó a todo volumen. Puse una cinta en la grabadora. Ella Fitzgerald en “Mack the Knife”. Excelente fidelidad. Encendí los limpiaparabrisas. Dos chorros de agua saltaron desde aperturas ocultas y los limpiadores se movieron de un lado para otro en perfecta sincronía. Frustrado y molesto, entré a toda prisa en la casa y llamé a mi amigo el vendedor de automóviles.
- Instalamos una alarma en esa joya, ¿ verdad?, Og? ¡Y me costó trescientos dólares!
- Entonces probablemente oprimiste por accidente el “interruptor de eliminación”.
-¿El “interruptor de eliminación”?
- Si, es un aditamento de los sistemas de alarma contra robos más complejos.
¿No te lo explicaron cuando hicieron la instalación?
Cada vez me enfurecía más. – Con toda seguridad recordaría si alguien hubiera hablado de poner un “interruptor de seguridad” en mi automóvil. ¿Qué es y dónde está?
- Es parte del sistema de alarma. Una vez que te bajas del automóvil y lo cierras con llave, pones otra llave en la cerradura que instalaron en el guardafangos y le das vueltas, ¿verdad?
Ese pone en funcionamiento la alarma, de tal manera que si alguien intenta forzar una puerta o rompe una de las ventanas se dispara la alarma.
- Así es.
- Pues bien, el "interruptor de eliminación" es un grado adicional de protección. En algún lado del interior del automóvil, generalmente abajo del tablero o debajo de la alfombra, se instaló otro pequeño interruptor. Si antes de salir del automóvil lo oprimes y luego cierras con llave y pones a funcionar la alarma, estás verdaderamente protegido contra el robo.
Incluso si alguien logra abrirlo y es lo suficientemente tonto como para intentar ponerlo en marcha mientras la alarma está sonando, no lo logrará porque una vez que oprimiste el “interruptor de eliminación”, se corta toda corriente del acumulador al arranque. El automóvil no puede moverse.
Regresé a la cochera, pero no pude localizar mi "interruptor de eliminación", y en menos de una hora, el vendedor estaba en mi casa. Por supuesto que lo encontró casi inmediatamente, debajo de la alfombra delantera del lado del conductor. Sí, el interruptor estaba oprimido.
Probablemente lo había hecho yo con el pie, por accidente, pero no pude seguir molesto, no conmigo mismo, ya que el incidente me proporcionó una invaluable analogía que se relacionaba con muchos seres humanos que conocía y me ha sido de gran valor cuando trato de convencer a alguien de que está desperdiciando mucho tiempo en un trabajo en el que se “ocupa” mucho pero sin consecuencia para su vida.
Como puede usted ver, realmente mi automóvil actuó de manera bastante normal cuando di vuelta la llave de encendido. Se encendieron las luces, funcionó la radio, los limpiaparabrisas se movieron de un lado a otro. Un automóvil muy pero muy ocupado. Como mucha gente que conozco. Sólo hubo un problema. Esa máquina no pudo moverse ni siquiera un centímetro hacia adelante a pesar de toda su actividad, porque yo había oprimido sin darme cuenta su “interruptor de eliminación”.
Todos tenemos nuestros propios “interruptores de eliminación”. Tal vez cuando éramos pequeños, alguien, incluso uno de los padres u otro adulto a quien respetábamos, o el cónyuge cuando ya éramos mayores, nos haya dicho un día, en un arranque de ira, que nunca valdríamos gran cosa. ¡Zas! ¡Eso bastó! Sin darse cuenta y sin pensarlo, oprimieron nuestro interruptor, y nos hemos pasado todos estos años trabajando muy duro con el fin de que su profecía se cumpliera, sin comprender siquiera la motivación de nuestras acciones.
Claro que estamos “ocupados”, pero al igual que mi convertible, no vamos a ninguna parte.
Y no entendemos por qué. ¡Qué lástima!
Hay que agacharse a desconectar ese "interruptor de eliminación ahora que usted, amigo lector, sabe que tiene uno. Ya no hay que "ocuparse" en cosas sin importancia. Hay que dejar de ocultarse detrás de todas esas tareas intranscendentes. Hay una mejor forma de vivir.



REGLA NUMERO NUEVE:

Hay que vivir este día como si fuera el último de su vida. Hay que recordar que sólo se encontrará la expresión "mañana" en el calendario de los tontos. Hay que olvidar las derrotas del ayer y no tomar en cuenta los problemas del mañana. Eso es todo. El día del Juicio Final. Es todo lo que se tiene. Uno debe hacer de este día el mejor de su año. Las palabras más tristes que uno podría pronunciar son: “Si pudiera volver a vivir mi vida...” Hay que tomar la batuta ahora. ¡Y dirigir con ella! ¡Este es su día! La mayoría de los fracasados actúan siempre como si les quedaran mil años de vida. ¿Por qué?
Sencillamente porque no tienen la menor confianza de poder manejar los retos de la actualidad. ¿Y cómo evitan el tener alguna vez que poner a prueba su potencial? De cien manera diferentes. Algunos beben demasiado o se dedican en exceso a festejar.
Muchos duermen dos o tres horas más de las que necesitan cada noche. Otros se pasan las horas resolviendo crucigramas o armando rompecabezas, o echados frente al televisor.
“No hay que preocuparse – siempre le aseguran a uno – Todo se resolverá... mañana”.
¿Mañana? Llevo muchos años en este mundo y en todo ese tiempo he visto miles de calendarios, pero nunca... nunca he visto uno con un "mañana" en él.
No hay que tratar el tiempo como si uno tuviera de eso un surtido interminable.
Uno no tiene ningún contrato con la vida. Si el ayer es ya un cheque cancelado, el mañana es sólo un pagaré. Todo lo que uno tiene en efectivo es el hoy, y si uno no lo gasta prudentemente, la culpa es solo de uno. El Padre Tiempo no hace viajes redondos en beneficio nuestro.
Ninguno de nosotros ha aprendido mucho a menos que aprenda a dar a cada día el trato de una vida separada. Los millones de personas afortunadas que se han salvado mediante Alcohólicos Anónimos conocen muy bien el poder de la expresión “un día a la vez”.
En una ocasión, Robert Louis Stevenson escribió: “Cualquiera puede llevar su carga, no importa qué tan pesada sea, hasta el anochecer. Cualquiera puede hacer su trabajo, no importa que tan difícil sea, durante el día. Cualquiera puede vivir una vida dulce, paciente, amorosa y pura hasta la puesta del sol. Y esto es todo lo que la vida significa realmente”.
Independientemente de lo difícil que sea, uno puede manejar la carga de este día, una tarea a la vez, y avanzar en dirección a sus metas. Sólo cuando uno se pasa horas innumerables y plañideras rememorando sus errores pasados, o preocupándose de las cosas terribles que podrían suceder mañana, es cuando uno deja de escurrir este día precioso, que es todo lo que uno tiene.
Hoy es su día, el único día de que dispone, el día en que puede mostrar al mundo que puede hacer una contribución significativa. Tal vez nunca logre entender cuál puede ser el significado de su papel en ese gran todo que es la vida, pero usted sigue estando aquí para desempeñarlo, y ahora es el momento. No importa que tan llenas están las horas, hay que recordar que sólo pueden entrar en la vida de uno en forma de un momento a la vez, únicamente.
Usted puede manejar cualquier momento, no importa qué tan difícil sea, cuando le llega en fila india.
Cuando uno concluye su día, debe darlo por concluido. Nunca debe llevar parte de la carga al día siguiente. Uno hizo lo mejor que pudo y si en ello hubo algunos desaciertos y errores, hay que olvidarlos. Hay que vivir ese día, y todos los días, como si todo fuera a terminar con la puesta del sol, y cuando ponga la cabeza en la almohada, debe descansar con la seguridad de haber hecho lo mejor que pudo.

REGLA NUMERO DIEZ:

A partir de hoy, uno debe tratar a todas las personas que encuentre, sean amigas o enemigas, conocidas o extrañas, como si fueran a morirse a medianoche. No importa qué tan trivial sea el contacto, Hay que brindar a cada persona toda la atención, amabilidad comprensión y afecto que uno pueda mostrar, y hay que hacerlo sin pensar en ninguna recompensa. Su vida nunca volverá a ser igual.
Al igual que las reglas de cualquier juego, todas las reglas de la vida se relacionan entre sí.
Cuando se siguen las indicaciones de una regla, ésta lo llevará a la siguiente y así sucesivamente, pero ahora uno está comenzando a jugar el juego de la vida como debe jugarse. Vivir cada día como si fuera el único que uno va a tener es, de hecho, uno de los principios supremos para una existencia dichosa y con éxito. Sin embargo, he aquí una regla asociada que es exactamente igual de poderosa y productiva pero que, a diferencia de la otra, muy poca gente la conoce.
Mientras se vive cada día como si fuera el único que se va a tener, hay que comenzar a tratar a todos los que encuentre - su familia, vecinos, compañeros de trabajo, los desconocidos, los clientes, incluso los enemigos, si se tienen - como si de cada una de esas personas se conociera un secreto profundo y oscuro: ¡que todos están viviendo también su último día en este mundo y morirán a media noche!.
Ahora bien, amigo lector, ¿cómo se imagina que trataría a todos los que encuentre el día de hoy si supiera que se van a ir para siempre cuando acabe el día?
Usted lo sabe. Con más consideración, atención, ternura y afecto de lo que nunca antes les haya brindado. ¿Y cómo se imagina que reaccionará ante su amabilidad? Por supuesto. Con más consideración, amabilidad, cooperación y afecto de lo que usted haya recibido de otras personas en el pasado. Siga haciendo lo mismo, día tras día, ¿Y cómo se imagina que será su futuro, si lo llenó con ese tipo de amor desinteresado?
Ya está sonriendo. Usted conoce la respuesta, amigo lector.
Hace años, cuando se enviaba a los autores a un recorrido publicitario para hacer la promoción de sus libros en la radio, la televisión y la prensa, lo hacían más por su cuenta, a diferencia de lo que ocurre hoy en día cuando literalmente son llevados de la mano de ciudad en ciudad y de entrevista en entrevista, por representantes de la editorial en cada ciudad.
En esos “viejos tiempos”, nuestros editores nos enviaban por correo boletos de avión más las reservaciones de hotel y un programa de nuestras presentaciones de cada ciudad.
Era entonces responsabilidad del autor trasladarse a los aeropuertos y hoteles y tomar taxis para ir de una entrevista a la siguiente. Si uno tenía siete u ocho compromisos al día, lo cual no era desusado, y las entrevistas se repartían en el tiempo y la distancia, como ocurría en Los Ángeles, se volvía un desafío supero a la propia resistencia y agilidad el simple hecho de llegar a tiempo de una cita a la siguiente.
Este día memorable sucedió en Nashville hace varios años, cuando realizaba un recorrido.
Un joven chofer negro me llevó desde mi hotel hasta la estación de televisión WSM donde me iba a presentar en The Noon Show. Como el viaje tomaba algo de tiempo, comenzamos a conversar, y el conductor, cuyo nombre me lo aprendí, era Raymond Bright, parecía fascinado por el hecho de que su pasajero iba a salir en televisión.
Mi programa impreso tan detallado me informaba que este programa se transmitía en vivo, con público en el estudio, y que tenía un formato muy similar al de The Tonight Show, incluso contaba, con su propia banda y tal vez uno o dos cantantes. Mientras nos aproximábamos al hermoso edificio, mi taxista dejo en voz alta:¡Esa de allí es la mejor estación del Nashville!
Tal vez se debió a que la regla de tratar a los demás con afecto y atención como si fueran a morir a medianoche, seguía estando fresca en mi mente ya que la había mencionado extensamente en varios programas el día anterior, el hecho es que, cuando le estaba pagando a Ray, le pregunté impulsivamente:
-¿Alguna vez ha visto como se hace un programa de televisión?
- No, señor.
- Pues bien... si dispone usted de una hora o algo así, y está bien que me cobre la espera, ¿por qué no entra conmigo para que me vea hacer el tonto?
Me miró con ojos de asombro: ¿De veras?
- Claro, y luego que termine, me puede llevar al centro, a la librería Cokesbury, donde voy a firmar autógrafos a la una y media.
De un salto, Raymond subió de nuevo en su taxi, levantó la banderilla amarilla de taxímetro, lo que significaba que no me estaba cobrando nada, y volvió a salir.
Dentro de la estación, le presenté mi nuevo amigo a un sorprendido Teddy Bart, el conductor del programa y a Elaine Ganick, la productora, quienes nos condujeron al estudio iluminado donde la banda ya estaba afinando. Ray fue llevado a un asiento en primera fila, y mientras yo salía a ponerme de acuerdo con Teddy y Elaine sobre qué era lo que íbamos a conversar, el taxista veía admirado a la banda que repasaba sus números mientras las cámaras de televisión y los micrófonos pasaban de un lado a otro en un ensayo final.
Cuando terminó el programa, nos fuimos a toda prisa a la librería del centro. Después de esto, le dije a Ray que me estaba muriendo de hambre y me llevó a almorzar a lo que denominó “mi sección de la ciudad”, y aunque yo era el único blanco en ese sitio, las hamburguesas fueron las mejores que he comido. Cuando llegó el momento de pagar, empecé a buscar mi cartera pero un brazo fuerte me lo impidió. Ray iba a pagar, y no había más que decir. Nada de discusión. Me llevó a otros dos programas de radio, me esperó, me llevó de regreso al hotel a recoger mis cosas y luego me transportó al aeropuerto.
En el camino, mientras comenzaba a dormitarme en el asiento trasero, escuché su voz profunda:
- Señor Og (para entonces me llamaba como me habían estado llamado antes los conductores de los programas de radio)... Señor Og, nunca voy a olvidar este día mientras viva.
- Por qué, Ray?
- Porque hoy, por primera vez en mi vida, me siento importante.
En todo el camino al aeropuerto, una que otra vez veía esos grandes ojos marrón que se me quedaban viendo por el espejo retrovisor y lo oía repetir, una y otra vez:
¡Usted me hizo sentir importante!
En el aeropuerto, Ray saltó del taxi y llevó mis maletas al sitio donde se registra el equipaje.
Luego le pagué y se me acercó y me abrazó – lo que sorprendió a unos cuantos mirones – mientras gruesas lágrimas le corrían por las mejillas.
- Lo amo, señor Og – murmuró.
- Y yo a usted también, Ray – repuse con voz ronca.
Muerto a media noche. Una visión que procede a una nueva forma de tratar a todos los que uno encuentra. Realmente es fácil de hacer y lo que uno recibe en retribución puede cambiar su vida para siempre ¡Inténtelo, amigo lector!

REGLA NUMERO ONCE:

Hay que reírse de sí mismo y de la vida. No con el ánimo de burlarse ni de autocompasión plañidera, sino como un remedio, como un medicamento milagroso, que le mitigará a uno el dolor, le curará la depresión y le ayudará a poner en perspectiva la derrota aparentemente terrible del momento. Uno debe borrar la tensión y las preocupaciones riéndose de sus predicamentos, con lo que liberará su mente para pensar con claridad en la solución que seguramente llegará. Nunca hay que tomarse demasiado en serio.
Los días más desolados son aquellos en que no se ha oído el sonido de la risa. Una buena sonrisa es un rayo de sol en cualquier hogar, así es que no hay que dejar pase un día sin exteriorizar el lado feliz de uno, aunque esté luchando con el caos.
Cada vez que sonríe, y más cuando ríe, se añaden momentos preciosos a la propia vida.
El hombre es la única criatura dotada con el poder de la risa, y tal vez es la única criatura que merece que se rían de ella. Sin embargo, la mejor de las risas es la de aquella persona que tiene suficiente confianza en sí misma. Esto demuestra la rara capacidad de mirarse con objetividad, y si uno puede hacer eso, todas sus preocupaciones se encogerán.
Claro que hay reglas para jugar bien este difícil juego de la vida, pero uno no debe olvidar nunca que se sigue tratando de un juego - un juego que nadie debe tomar jamás demasiado en serio. Si no nos las ingeniamos para extraer un poco de gozo de este día, ¿qué caso tiene? Reírme de mí mismo y, por supuesto, no tomarme demasiado en serio es una regla del juego que debo seguir aprendiendo una y otra vez. Cada vez que comienzo a actuar un tanto demasiado profesional o pomposo o que asumo el papel del “autor famoso”, Dios siempre me preparara para otra merecida caída que me enderece... hasta la próxima vez.
Acababa de estar varios días visitando estaciones de radio y televisión en la zona de Atlanta, y ahora me llevaban en una limosina negra a firmar autógrafos en un centro comercial aproximadamente a dos horas de la ciudad. Mi programa me indicaba que iba a visitar una pequeña estación cristiana de radio donde iba a conversar en vivo con un caballero conocido como “el Reverendo John”.
A su debido tiempo, nos estacionamos frente a una casita de campo cuya pintura blanca comenzaba a descascararse. Mi conductor se volvió y me dijo, casi en tono de disculpa.
- Esta es Señor. La radiodifusora.
Antes de haber subido el último escalón, se abrió la puerta del frente y allí estaba el Reverendo John. Supe que era él porque llevaba un letrero bordado en hilo rojo con ese nombre por encima del bolsillo superior de su atuendo blanco de una pieza.
-¡Bienvenido a nuestra humilde estación, señor! – exclamó mientras me abrazaba – Es un gran honor.
Atravesamos lo que alguna vez probablemente había sido una estancia pero ahora estaba lleno de equipos electrónicos y tableros de discos y cintas. Pude oír salmos mientras el reverendo me conducía a su "estudio" en la parte de atrás.
- Saldremos al aire en sólo unos cuantos minutos – dijo mi anfitrión – Siéntese allí y póngase cómodo.
El reverendo John señalaba con un gesto de la cabeza en dirección a una mesa sin pintura sobre la cual se apoyaba precariamente un micrófono, unido con varios clavos a los tableros.
Me deslicé para sentarme en la tosca banca, y me pregunté si los editores, allá en sus elegantes oficinas de la Quinta Avenida, tenían idea de las cosas por las que tenían que pasar los autores. Luego, para mi gran sorpresa, el Reverendo John se acomodó a mi lado en la banca, y de pronto comprendí que le micrófono que había sobre la mesa era el único y que íbamos a compartirlo. Vaya cambio después de pasarme días entre el brillo y el cristal de las radiodifusoras de Atlanta. Sin embargo, me dije a mí mismo que podía soportar cualquier cosa durante treinta minutos.
En ese viaje estaba promocionando Operación Jesucristo, y a diferencia de tantos entrevistadores, que nunca leen el libro de uno antes de la entrevista, el Reverendo John no sólo lo había leído, sino que había preparado una larga lista de preguntas muy perceptivas, en un cuaderno de notas, a la cual constantemente se refirió una vez que estuvimos en el aire.
Realmente estaba disfrutando nuestra conversación cuando, aproximadamente a la mitad de la entrevista, sonó con fuerza el timbre de un teléfono que había en el otro cuarto. Por supuesto que este “estudio” no estaba insonorizado, como lo está la mayor parte, así es que el fuerte ruido del teléfono, que llegó a mitad de mi respuesta a una de sus preguntas, me descontroló completamente y casi pierdo el hilo de mis pensamientos mientras trataba de recobrar la compostura.
El maldito teléfono siguió sonando y sonando. Finalmente, un molesto Reverendo John echó un vistazo a su cuaderno de notas, me hizo la pregunta siguiente de su lista y luego, ante mis horrorizados ojos, se volvió, pasó las piernas por encima de la banca, se puso de pie y desapareció en el otro cuarto, me imagino que para atender el teléfono. Heme aquí ahora respondiendo ante una banca vacía – y un micrófono funcionando – y hable... muy... muy despacio, demorándome, sin saber qué haría si completaba mi respuesta antes de que mi amigo hubiera regresado.
Finalmente, agoté el tema y el Reverendo John no aparecía por ningún lado. Y entonces, por primera vez en mi vida, se me ocurrió una brillante idea. Estiré el brazo y acerqué su cuaderno de notas, lo puse frente a mí, y recorrí con el dedo su lista de preguntas, encontré la que seguía y dije: "Reverendo John, me imagino que usted se ha de preguntar de dónde saqué la idea de Operación Jesucristo.
...Y durante los siguientes catorce minutos, !me entrevisté yo sólo!
Finalmente, sentí que alguien me tocaba el hombro. Estaba tan concentrado en mi doble papel de entrevistador y entrevistado, que ni siquiera me di cuenta de que mi anfitrión había regresado. Señalo el enorme reloj que había en la pared, se inclinó y dijo frente a nuestro micrófono: Señor Mandino, fue un gran honor tenerlo con nosotros el día de hoy. Le deseo un gran éxito con este libro maravilloso y que viaje seguro durante el resto de su recorrido. ¡Dios lo bendiga!
Al decir eso, oprimió un botón y el himno “Never My God to Thee” se difundió pro las ondas hertzianas, mientras que yo me incorporaba secándome la frente. Fue entonces cuando recordé, una vez más, esa regla tan importante de la vida que nos dice que hay que reírnos de nosotros mismos. El Reverendo John me mostraba una tarjeta y se veía complacido.
- Señor Mandino, siento haber tenido que hacerle pasar ese apuro, aunque se las arregló usted con gran maestría. La llamada era de mi madre de ochenta y dos años que vive en San Diego, y la última vez que hablamos me prometió que la siguiente vez que me llamara me daría nuestra vieja receta familiar par preparar el pan de zanahoria.
Hay que reírse del mundo. Y lo más importante, hay que reírse de uno mismo. Si en la farmacia de su preferencia se vendiera la risa, el doctor familiar le recetaría algo de risa al día. Es una forma mucho mejor de vivir.



De Og Mandino
Imprimir

No hay comentarios: