
Nunca deben descuidarse los detalles, ni escatimarse ese esfuerzo adicional, esos cuantos minutos de más, esa palabra suave de alabanza o agradecimiento, esa entrega de lo mejor que uno puede hacer. No importa lo que los demás piensen, pero sí es de primordial importancia lo que uno piensa de sí mismo. Usted nunca podrá hacer lo mejor, que debería ser siempre su rasgo distintivo, si está tomando atajos y evadiendo responsabilidades. Usted es alguien especial. Debe actuar como tal. ¡Nunca deben descuidarse los detalles!
Maestro, estudiante obrero de una fábrica, vendedor, administrador, padre de familia, entrenador, atleta, conductor de taxi, elevadorista, médico, abogado – no importa qué retos se acepten en esta vida, qué tareas deban desempeñarse para ganarse el pan de cada día... nunca deben descuidarse los detalles.
En efecto, estamos viviendo en una era que parece ir más rápido que la velocidad de la luz, y en nuestro mundo apresurado es fácil caer en el hábito de tomar atajos, de pasar por alto algunas de nuestras obligaciones, cuando pensamos que nos puede resultar. Olvidamos las lecciones de la historia y las advertencias de los hombres sabios. Descuidar los detalles, en cualquier cosa que uno esté haciendo, puede resultar desastroso.
Edison perdió una valiosa patente porque inadvertidamente colocó mal un solo punto decimal. Roberto de Vicenzo perdió un Torneo Maestro porque firmó, sin tomarse el tiempo de verificarla, su tarjeta de puntos en la que había un puntaje incorrecto. Y estoy seguro que usted, lector, alguna vez recibió el adagio de Benjamín Franklin: “Por falta de un clavo, la herradura se perdió, y por falta de un jinete la guerra se perdió”.
Evidentemente, el sueño de todos es encontrar algo que hacer en este mundo, un trabajo que le guste tanto a uno que estaría dispuesto a hacerlo gratis.
Desafortunadamente, esto no le sucede a muchos y por eso la mayoría de nosotros aburriéndose cada vez más de su tarea en la vida, gradualmente deja de hacer su mejor esfuerzo y realiza un trabajo chapucero cada vez que se puede. Por no mencionar lo que esta manera de vivir le hará a la imagen que uno tiene de sí mismo, los detalles pasados por alto o manejados sin cuidado, a menudo pueden provocar problemas mayores que con toda seguridad impedirán que uno avance. Somos una creación de Dios. Nunca hay que dejar que nada de lo que surge de uno, actos, objetos, esfuerzo o amabilidad, sea menos de lo mejor que uno puede dar. Sólo los fracasados y los mediocres descuidan los detalles.
Un ejemplo muy bueno de esta verdad tan sencilla pero poderosa, de esta residente regla de la vida, se yergue en lo alto de la Isla de la Libertad en la bahía de Nueva York. Si alguna vez va usted, amigo lector, a la ciudad de Nueva York y dispone de unas cuantas horas para disfrutarlas, le recomiendo que realice uno de los varios viajes en helicóptero que salen del pie de la calle Treinta y Cuatro Este en East River. Cuando llegue finalmente a la hermosa Estatua de la Libertad que se levanta orgullosa en medio de la bahía, le pido que preste especial atención.
La mole de cobre con estructura de acero de la Dama Libertad destaca más de noventa metros sobre el nivel del mar. Mientras un helicóptero da vueltas cada vez más cerca, le recomiendo que mire la parte superior de la cabeza de la estatua para que observe cada mechón de cabello se elaboró esmeradamente hasta el mínimo detalle y, al igual que todas las demás partes de su bata y de su cuerpo. Ese delicado peinado metálico en la parte superior de la cabeza indudablemente requirió de muchas semanas adicionales en el taller parisino de Auguste Bartholdi, semanas que el gran escultor podía haberse ahorrado pues, hasta donde podía saber, nadie vería nunca la parte superior de la cabeza de la estatua.
La estatua fue inaugurada el 28 de octubre de 1886 por el presidente Grover Cleveland. ¡En 1886 no había aeroplanos! ¡Los hermanos Wrigh ni siquiera lograron su primer despegue primitivo del suelo en Kitty Hawk sino diecisiete años más tarde! Bartholdi estaba bien consciente de que sólo unas cuantas gaviotas valientes podrían alguna vez mirar a la estatua desde arriba, y con toda seguridad nadie hubiera sabido nunca si los mechones de pelo no habían sido modelados y pulidos meticulosamente.
Sin embargo, el maestro artesano no tomó ningún atajo. ¡Cada mechón de cabello, cada rizo, está en su sitio!
REGLA NUMERO TRECE:
Hay que recibir cada mañana con una sonrisa. Uno debe considerar el nuevo día como otro regalo especial de su Creador, otra oportunidad dorada para completar lo que uno no pudo concluir ayer. Hay que motivarse uno mismo. Hay que dejar que la primera hora establezca el tema del éxito y la acción positiva que con toda seguridad resonará durante todo el día. El día de hoy nunca volverá a ocurrir. No hay que desperdiciarlo con un inicio falso o completamente nulo. Usted no nació para fallar.
Uno debe ser automotivador. Debe recibir el amanecer de cada nuevo día con una sonrisa de gratitud al Creador por otra oportunidad de mejorar lo que se hizo ayer. Somos tantos los que abandonamos agachados y temerosos nuestro lugar de descanso con miedo a lo que cada día pueda traernos, sin darnos cuenta nunca de que la forma en que actuemos durante esas primeras horas marcará su huella durante todo el día, y nos prepara para mañana y todos los mañanas que vienen a continuación.
Que terrible es despertar y enfrentar un día tan desolado, doloroso y aburrido que todo lo que podemos esperar es el sueño misericordioso que nos aguarda después de la puesta del sol.
Hay una mejor manera de vivir. Enfrentar cada mañana con un brillo de esperanza en los ojos, recibir el día con reverencia por las oportunidades que contiene, saludar a todos los que uno encuentre con risas y afecto, ser bueno, amable y cortés con amigos y enemigos, y disfrutar la satisfacción de un trabajo bien hecho durante horas preciosas que nunca regresarán – ésta es la forma de que uno deje su huella.
Sobre todo, hay que recibir la mañana con una sonrisa. ¿Verdad que es fácil? ahora bien, si este sencillo acto representa un problema para usted, amigo lector, si se despierta y siente que no tiene nada por qué sonreír, no se desespere. A todos nos pasa. Hay muchos días en que hasta los individuos más positivos preferirían permanecer en la soledad de sus cuartos en vez de enfrentar un mundo que a veces puede ser hostil y desatento. Todos tenemos días "deprimentes" incluso los personajes mundiales más poderosos, las grandes estrellas de los deportes y los presidentes de las grandes corporaciones. Una que otra vez, todo el mundo despierta con la sensación de que más le convendría esconder la cabeza debajo de la mullida almohada, en vez de avanzar a paso de tortuga por los embotellamientos o hacer esa primera visita de ventas o verle la cara a ese jefe desagradable.
Ahora bien, la próxima vez que despierte usted, lector, sintiéndose muy mal por toda la irritación y la escasa recompensa que le espera, he aquí la receta perfecta que lo enviará al mundo con una actitud tan positiva que no podrá dejar de tener un gran día. Este sencillo truco, o técnica, o como lo quiera llamar, nunca ha fallado, no le costará ni un centavo y sin embargo, hará más por usted que su jugo de tocino, café o cualquier cinta de motivación que laguna vez se haya grabado - lo enviará al mundo con una actitud positiva, poderosa, productiva y.. agradecida.
Todo lo que tiene usted que hacer para que le brille el sol y le suene la música cada vez que se despierte sintiendo lástima de usted mismo es simplemente tomar el periódico matutino.
Nunca mire la primera página en las primeras horas de la mañana, a menos que realmente quisiera arrastrarse hasta el sótano para esconderse. En vez de esto, abra el diario en la sección de... ¡obituarios!
En esa sección, amigo lector, encontrará una larga lista de nombres de personas que se sentirían absolutamente encantadas de cambiar de lugar con usted, ¡incluso con todas sus irritaciones, dudas, temores y problemas! Le recomiendo que lo intente cada vez que se sienta deprimido en la mañana. Me lo agradecerá.
¿Ahora sí escucha el canto de los pájaros?
REGLA NUMERO CATORCE:
Uno logrará su gran sueño, un día a la vez, así es que hay que fijar metas para cada día – no proyectos largos y difíciles, sino tareas que lo llevarán a uno, paso a paso, hacia su arcoiris. Debe anotarlas, si así le parece, pero hay que limitar la lista de manera que no se tengan que arrastrar las cuestiones inconclusas de hoy hacia el mañana. Hay que recordar que uno no puede construir su pirámide en veinticuatro horas. Hay que ser paciente.
Nunca debe dejar que su día esté tan lleno de actividades que se descuide la meta más importante – hacer lo mejor que pueda, disfrutar este día y mantenerse satisfecho con lo que ha logrado.
Fijar metas es fácil. Al igual que ocurre con las resoluciones de Año Nuevo, cualquiera de nosotros puede hacer una larga lista de las cosas que espera lograr en el futuro.... pero luego seguimos viviendo exactamente como el pasado.
Abordemos una vez más ese proyecto elusivo pero necesario, y permítame que le ayude, amigo lector. Primero, una advertencia. Cualquier meta que lo obligue a trabajar día tras día y año tras año, durante tanto tiempo y con tanto esfuerzo que nunca tenga tiempo para usted mismo ni para sus seres queridos, no es una meta sino una condena... una condena a toda una vida de infelicidad, no importa cuánta riqueza y éxito logre.
A menudo se nos dice que la “ida es un viaje” Los supuestos expertos en la motivación utilizan la expresión incesantemente, las solapas de los libros la proclaman y uno la puede oír en una gran cantidad de cintas: "la vida es un viaje" Suena tan elocuente que debería ser cierta. Esta gran sabiduría debería ir compañada, por lo menos, de música de órgano.
Lo que esa expresión boba nos está diciendo es que uno debe combatir, luchar y trabajar horas interminables para alcanzar la primera meseta del éxito. Pero, un momento, eso no es suficiente. La vida es un viaje. Así que tome aliento, pídale a sus seres queridos que se hagan a un lado y continúe afanándose y luchando, días y noches, hasta que en algún momento llegue a su segunda meseta. ¡Fabuloso! ¿Que si ahora puede descansar? ¡Qué lástima! Es un viaje, amigo mío, así que tome alimento y siga luchando y sudando y agonizando hasta que llegue a la siguiente meseta y luego a la siguiente.
Y luego, un día...
Tolstoi, el brillante novelista ruso, no dejó una valiosa alegoría sobre cómo el hombre siempre ha fracasado en la consecución de metas que tienen muy poca relación con nuestra felicidad y con el disfrute del breve lapso que pasamos en la tierra. Un campesino de nombre Pakhom está seguro de que tendrá un gran éxito cuando finalmente tenga un terreno tan grande como los terrenos que no tienen las vastas propiedades de la élite de la nobleza rusa.
Esa es una meta. Llega el día en que le hacen una oferta sorprendente – se le concederá, sin costo, todo el terreno que él mismo pueda rodear corriendo desde el amanecer hasta el ocaso.
Pakhom vende todo lo que tiene con el fin de trasladarse al lejano lugar donde se le hizo esta oferta. Después de muchas penalidades, llega allá y se pone de acuerdo para aprovechar su gran oportunidad al día siguiente.
Al amanecer, Pakhom comienza a correr a una velocidad vertiginosa. Pasa corriendo bajo el brillante sol matinal, con la meta fija ante los ojos, sigue corriendo bajo el intenso calor, sin ver a diestra o siniestra. Todo el día continúa al mismo ritmo, sin detenerse si a comer, ni a tomar agua, ni a descansar; su propiedad aumenta a cada zancada. Finalmente cuando el sol se pone más allá del páramo y las sombras envuelven la tierra, Pakhom avanza titubeante hacia la meta. ¡Victoria! Logró su objetivo. ¡Éxito!
Y entonces... al dar su último paso, Pakhom cae muerto de agotamiento. Toda la tierra que ahora necesita... son dos metros.
El éxito no es un viaje. Este día, al igual que todos los demás, es un don especial de Dios.
Uno debe fijarse metas de modo que cumpla su potencial para el día, incluso corriendo ese kilómetro adicional, pero hay que dejar que algunas de esas metas le den a uno gozo, sonrisas y paz. Y uno debe planear esas metas diarias de tal manera que no sean sino pasos a lo largo del camino hacia los grandes sueños que uno guarda secretamente en su corazón.
Hay que darse todas las oportunidades de triunfar, y si se fracasa, que haya sido después de intentar el triunfo.
Habría que escuchar a Séneca, ese sabio de la Antigua Roma: “La verdadera felicidad consiste en disfrutar del presente, sin depender ansiosamente del futuro, sin entretenernos ni en esperanzas ni en temores, sino descansando satisfechos de lo que tenemos, lo cual es suficiente, pues quien es feliz no desea nada. Las grandes bendiciones de la humanidad están dentro de nosotros y a nuestro alcance. El sabio se contenta con su suerte, sea cual sea, sin desear lo que no tiene”.
A pesar de una larga e ilustre carrera, recompensada tanto con reconocimiento del público como con bienes materiales, un gran cómico estadounidense admitió recientemente en una entrevista que nunca se había sentido seguro de su éxito. Dijo:
Tengo la sensación, a veces, de que una mañana voy a despertarme y todo se habrá ido. Alguien va a decir: “Esto es todo, muchacho, se acabó todo par ti”. Y así, aunque tiene mas de sesenta años, este hombre tan talentoso como Pakhom, hace interminables apariciones en teatros, centros nocturnos, en películas y en televisión.
Sus seguidores están encantados de que lo haga, pero yo desearía que también se detuviera a aspirar el perfume de esas rosas una que otra vez, antes de que todos los pétalos se caigan.
Todos estamos atrapados en el remolino del cambio, como nos lo advirtió Schopenhauer, donde la persona, si quiere por lo menos mantenerse erguida, debe siempre avanzar y moverse, como un acróbata en la cuerda floja. Hay una mejor manera de vivir.
REGLA NUMERO QUINCE:
Uno no debe permitir nunca que nadie le eche a perder su desfile y de esa manera arroje una sombra de tristeza y derrota en todo el día. Hay que recordar que no se requiere nada de talento, ni abnegación, ni inteligencia, ni carácter, para estar en el equipo de los que encuentran fallas. Nada externo puede tener poder sobre una a menos que uno lo permita. El tiempo es demasiado precioso para sacrificarlo en días desperdiciados combatiendo las fuerzas rastreras del odio, los celos y la envidia.
Usted debe proteger cuidadosamente su frágil vida. Únicamente Dios puede crear la forma de una flor, pero cualquier niño puede hacerla pedazos.La vida, según nos dijo Montaigne, es algo tierno que puede lastimarse con facilidad. Siempre hay algo que puede marchar mal. A menudo, los contratiempos más ligeros y pequeños son los más inquietantes y, al igual que las letras pequeñas son las que más nos cansan los ojos, estas pequeñas vejaciones son las que más nos perturban y ensombrecen nuestro día, si lo permitimos.
Los humanos somos animales extremadamente frágiles. Podemos despertar con una canción en los labios y una gozosa anticipación de las horas por venir en nuestros corazones, y luego permitimos que palabra severas de otro humano o el embotellamiento del tránsito, o el derrame de una taza de café nos arruinen todo el día.
Uno no debe permitir nunca que nadie, ni nada, le arruine su desfile. Siempre habrá detractores, críticos o cínicos que sienten envidia de uno, de sus habilidades, de su trabajo y de su manera de vivir. No hay que tomarlos en cuenta. Son como una campana en un paso elevado, que tañe con durezas y en vano mientras pasa rugiendo el tren. Las horas y los días de uno son demasiado valiosos para molestarse con este grupo de envidiosos que nunca ven una buena cualidad en ningún ser humano pero que nunca dejan de ver una mala cualidad.
Son búhos humanos, vigilantes en la oscuridad y ciegos en la luz, al acecho de sabandijas pero incapaces de ver una buena presa. Nadie puede nunca distraernos de ser felices o hacer lo mejor que podemos hacer... a menos que le demos permiso para ello. Hay que recordar que quien puede reprimir una ira momentánea puede impedir todo un día de tristeza.
Las pequeñas aventuras y los comentarios hirientes de cada día, si se les toma mucho en cuenta y se les magnifica, pueden hacerle un gran daño a uno, pero si uno los pasa por alto y los saca de su mente, gradualmente pierden toda su fuerza. Los detractores están en todas partes. Hay que recordar que la envidia, al igual que el gusano, siempre se siente atraída por la mejor manzana. Franklin dijo una vez que quienes se desesperan por alcanzar la distinción con sus propios esfuerzos, se sienten felices cuando es posible rebajar a otros a su nivel.
Uno no puede progresar en la vida si vive como ermitaño, así es que hay que entrar en contacto con el mundo y su desfile de desventuras y críticas, pero sin permitir nunca que le echen a perder su desfile. Hay que alejarse de los envidiosos.Nunca debe responderse a su envidia y veneno con la misma moneda. Debe tenerse presente que incitar el fuego para el enemigo equivale a quemar toda la casa para deshacerse de una rata. No hay que rebajarse nunca a su nivel.
Boooker T. Washington, quien se elevó desde la situación degradante y desesperada de la esclavitud, nos dio a todos una lección especial sobre cómo vivir una vida mejor cuando escribió: “No permitiré que nadie rebaje mi alma haciéndome odiarlo”. Piense usted, amigo lector, en estas palabras la próxima vez que alguien trate de rebajarlo hasta su nivel.
Nada externo puede tener poder sobre mí. Deje que este sea su lema, al igual que fue el de Walt Whitman, y con él se mantendrá tranquilo a lo largo de cualquier día.Hace muchos años, un domingo muy temprano, estaba sentado en una cafetería tejana precisamente en las afueras de El Paso; disfrutaba mi desayuno y también me divertía con una camarera vivaz animada de rubia cabellera que sonreía y bromeaba con todos los clientes mientras corría de mesa en mesa con las órdenes. Era alguien que evidentemente disfrutaba su trabajo y su vida, y su actitud era contagiosa. Esa mañana, todos nos sentimos un poco mejor gracias a ella. Mientras me tomaba mi segunda taza de café, pensando en el largo viaje que me esperaba, un hombre de edad con un portafolios abultado se dejó caer en el siguiente banquillo, echó un rápido vistazo a la carta e hizo señas a nuestra pequeña camarera. Ella se le acercó contoneándose, le lanzó su mejor sonrisa tejana y le dijo:
- Lindo día, ¿verdad?
El viejo caballero torció la boca y le contestó con un gruñido:
- ¿Qué tiene de lindo?
La sonrisa de la bella rubia no se inmutó:
- Vaya, señor, nada más intente perderse algo de un día como éste, ¡y ya verá!Uno controla su vida. Si alguien le echa a perder su desfile y le arruina el día, es únicamente porque uno lo permitió. Nunca más, ¿de acuerdo?
REGLA NUMERO DIECISÉIS:
Hay que buscar la semilla del bien en todas las adversidades. Cuando uno domina ese principio, posee un valioso escudo que lo protegerá bien a través de todos los oscuros valles por donde tenga que pasar. Es posible ver las estrellas desde el fondo de un pozo profundo, en tanto que no pueden distinguirse desde la cima de una montaña. De la misma manera, usted aprenderá de la adversidad cosas que uno no habría descubierto jamás sin dificultades. Siempre hay una semilla del bien. Uno debe encontrarla para prosperar.
Aproximadamente un año después de que me ascendieran a la presidencia de la revista Éxito Ilimitado de W. Clement Stone, y con la ayuda de los comerciales de Paul Harvey por la radio de todo el país, nuestra circulación estaba alcanzando alturas inexploradas en la gráfica de ventas que había en mi oficina. Y entonces cometí un terrible error de apreciación, error que con toda seguridad no sólo iba a retrasar nuestro progreso, sino que le costaría una fortuna a la compañía.
Apenas me di cuenta de los que había hecho, telefoneé a W. Clement Stone y le solicité una entrevista, durante la cual cuidadosamente le relaté, sin quitar ni poner nada, cómo me las había ingeniado para enredar las cosas. Stone escuchó atentamente mis palabras, sólo me interrumpió unas cuantas veces para aclarar determinados hechos, y al terminar, me quedé sentado allí nada más, con la sensación de haberle fallado y en espera de que cayera la cuchilla. Estaba seguro de que mi carrera como editor había terminado.
Stone seguía viendo el techo, chupó varias veces el humo de su largo habano antes de volverse por fin hacia mí, sonriente, para decirme: ¡Magnífico, Og!
¿Magnífico? ¿Se habría vuelto loco? Le acababa de hacer gastar una pequeña fortuna y a la vez le había puesto en entredicho su querida revista, y me estaba diciendo que magnífico. No dije nada, probablemente porque estaba en un estado de conmoción parcial. Luego Stone se inclinó hacia adelante, me tocó el brazo y me dijo suavemente: “Realmente es magnifico,. Og. Deja que te explique por qué”.
A continuación, el gran hombre se puso a enseñarme una regla para vivir que me ha sido invaluable durante más de un cuarto de siglo. Con todo cuidado me explicó que aunque se daba cuenta de que lo que había ocurrido a la revista era una adversidad terrible, estaba seguro de que, si considerábamos largo y tendido nuestro problema, podríamos encontrar una semilla de bien en toda esa dificultad, una semilla que podríamos utilizar en nuestro provecho. Me recordó que cada vez que Dios cerraba una puerta, siempre se abría otra, y durante varias de las horas siguientes examinamos nuestro problema desde todos los ángulos posibles. Finalmente, mientras yo anotaba página tras página, ideamos un plan que no sólo sirvió para recuperar nuestra cuantiosa pérdida, sino que agregó mucho a nuestros ingresos por publicidad durante muchos años. Esas horas especiales constituyeron la mayor experiencia de aprendizaje en mi vida.
Uno debe sembrar siempre la semilla del bien, en cualquier adversidad. No hay una regla para vivir que sea más exigente que ésta, pero, una vez que uno ha aprendido a reaccionar ante cualquier problema con la palabra “Magnífico” y luego se toma el tiempo para descubrir qué podría haber de bueno en el serio problema que uno tiene, se sorprenderá al ver con cuánta frecuencia se puede cambiar una derrota segura en una victoria.
Samuel Smiles, autor del primer libro sobre el éxito intitulado Autoayuda a finales del siglo XIX, dijo que siempre aprendemos más de nuestros fracasos que de nuestros éxitos. Con frecuencia descubrimos lo que sí funciona al descubrir lo que no funciona, y quien nunca haya cometido un error nunca ha experimentado la emoción de hacer que una pérdida aparente se vuelva un triunfo.
El principio de transformar los debes en haberes es tan antiguo como el hombre. Por ejemplo los amigos de Santa Claus, los esquimales, que se las han arreglado para sobrevivir durante milenios extrayendo la semilla del bien de su mayor adversidad; convierten las únicas materias primas de que disponen, el hielo y la nieve, en iglúes para guarecerse del frío. Un viejo amigo con quien juego al golf dice que la verdadera prueba da la vida, al igual que ocurre en el golf, no es el hecho caer en las trampas, sino el poder salir de ellas, como cuando la pelota ha caído entre pasto muy crecido.
En los juegos y en la vida, quienes han aprendido a enfrentar la adversidad son quienes ganan los campeonatos.
REGLA NUMERO DIECISIETE:
Uno debe darse cuenta que la verdadera felicidad radica dentro de uno mínimo. No hay que desperdiciar tiempo ni esfuerzo en buscar la paz, la alegría y el gozo en el mundo externo. Hay que tener presente que no hay felicidad en tener u obtener, sino únicamente en dar. Hay que dar. Compartir. Sonreír. La felicidad es un perfume que no se puede escanciar en los demás sin que unas cuantas gotas caigan en uno mismo.
Nathaniel Hawthorne nos advirtió, hace mucho, que era mucho más fácil atrapar una mariposa que el sentimiento esquivo llamado felicidad. Según escribió, la felicidad, cuando se presenta en este mundo, ocurre incidentalmente. Si hacemos de ella el objeto de nuestra búsqueda, eso nos llevará a una persecución infructuosa y nunca la alcanzaremos. Sin embargo, como Aristóteles declaró ante el mundo: “La felicidad constituye el significado y el propósito de la vida, el único objetivo y fin de la existencia humana”.
Veamos por ejemplo las hordas que todas las noches se reúnen en las ciudades n busca de unas cuantas horas de felicidad. ¿Cuántos millones de dólares anuales gastamos en adquirir placer de todo tipo? ¿Funciona? ¿Somos felices? recientemente llevé a cabo un experimento que había estado diciendo que haría durante años. Una tarde soleada, me instalé en una esquina de la calle Cincuenta y Cuatro y de la Quinta Avenida en la ciudad de Nueva York y me puse a observar a las siguientes doscientas personas que pasaron frente a mí en dirección al sur. De acuerdo con mi expectativa, menos de diez iban sonrientes, o por lo menos que parecieran felices. ¿Por qué? Si la felicidad es una condición normal, como la buena salud, ¿por qué no somos más los que la disfrutamos? Probablemente no lo estamos disfrutando porque ni siquiera estamos seguros de saber que es. La mayoría de nosotros supone que si se tiene una gran riqueza o un gran poder, deberíamos ser felices con toda seguridad; sin embargo, conozco a muchos millonarios que son muy atormentados y solitarios.
Hace poco, en un fascinante crucero por el Canal de Panamá en el Royal Princess, me quedé sorprendido de ver cuán pocas caras felices había a bordo de este elegante trasatlántico de lujo, Ser mimado, atendido y malacostumbrado parecía no significar nada para la mayoría de los pasajeros. No debería haberme sorprendido.
Si los ingredientes de la felicidad no están dentro de la persona, ningún logro material, ninguna diversión ni ninguna tarjeta de crédito "Dorada" puede hacer sonreír a esa persona.
Thoreau, mi viejo amigo, tenía mucho que podía decir al respecto, entre otras cosas: “Estoy convencido, a partir de la experiencia, de que permanecer en este mundo no es un trabajo arduo sino una diversión cuando vivimos con sencillez y sabiduría. La mayor parte de los lujos, y muchas de las así llamadas comodidades de la vida, no solo son completamente prescindibles, sino verdaderos, obstáculos para la elevación de la humanidad” ¿Recuerda usted, amigo lector, al Caballero Blanco de A través del espejo de Lewis Carroll?
Cuando Alicia lo conoció, el tipo iba cargado de lujos – una colmena para atrapar las abejas que pudieran acercársele, una trampa para protegerse de los roedores, brazaletes alrededor de las patas de su caballo para protegerlo de las mordidas de tiburones, e incluso un plato en anticipación del budín de ciruela que algún alma caritativa le podría ofrecer. Cargado de estos adminículos, el caballero es un símbolo perfecto de quienes buscan la felicidad juntando dinero, objetos y bienes raíces.
¿La felicidad... es una mariposa? Tal vez no. “Muy poco se necesita para hacer una vida feliz”, escribió Marco Aurelio, "todo se halla dentro de uno mismo, en su manera de pensar".
Uno buscará la felicidad eterna y fracasará, a menos que la busque dentro de sí mismo, en su corazón y en su alma, y luego comparta lo que posee sin pensar en ninguna recompensa. Hay que oír lo que dice George Eliot: “Es sólo un tipo empobrecido de felicidad el que podría derivarse de una preocupación muy grande por nuestros propios placeres estrechos. Sólo podemos tener la felicidad mayor como la que acompaña a la verdadera grandeza, si tenemos una gran consideración y muchos sentimientos hacia el resto del mundo, así como los tenemos hacia nosotros mismos. Este tipo especial de felicidad a menudo trae consigo tanto dolor que sólo podemos diferenciarlo del dolor porque es lo que elegiríamos sobre todo lo demás, porque nuestras almas ven que eso es bueno”.
Es bueno tener dinero y las cosas que el dinero puede comprar, pero también es bueno ponerse una que otra vez a reflexionar para estar seguro de no haber perdido las cosas que el dinero no puede comprar. Hay que comunicarse con los demás. La felicidad no es sino el producto secundario de la manera en que uno trata a sus semejantes. Ahora es el momento de ser feliz. Aquí es el lugar para ser feliz. Hay que aprender y comenzar a vivir según las reglas que se le han entregado a usted, reglas que se le han entregado a usted, reglas que se le presentaron con mucho amor, y compartir su mensaje con otros que piden su apoyo. Sólo entonces aparecerá la mariposa y se posará ligeramente en su hombro mientras suena la cajita de música.
Nunca hubo, ni habrá una mejor manera de vivir.
De Og. Mandino
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