Equilibrio perfecto

El regreso de las vacaciones es el momento ideal para hacer de una alimenta­ción sana un estilo de vida. Merece la pena intentarlo. Algo tan sencillo como comer de todo un poco, bien y despacio, puede ser la receta mágica para sentirse mejor y recon­ciliarse con el propio cuerpo.
1. Evitar el efecto yo-yo: no recuperar el peso perdido. Si la operación bikini ha surtido los efectos es­perados y durante las vacacio­nes se ha lucido la silueta de­seada, el objetivo para el regre­so está claro: no hay que dejar que la báscula vuelva a subir.


Según los especialistas, este efecto yo-yo se produce siem­pre que, de manera significati­va, se alteran las costumbres ha­bituales de ingesta y gasto. Por ejemplo: un cambio brusco de atún a la plancha a pizza.




La vuelta a la rutina y al sedentarismo suponen otro ries­go para la figura.




Hay que seguir comiendo muchas verduras, ensaladas, sopas y carnes o pescados a la plancha. Pero si, por el contra­rio, el levantarse más tarde, dormir la siesta, los aperitivos y los helados han hecho de las suyas y se vuelve a casa con algo más de peso, hay que reto­mar los buenos hábitos. Es el momento de ceñirse a una ali­mentación equilibrada y olvi­darse de los caprichos propios de los días de disfrute.




2. No picar y comer cinco veces al día: Tan poco recomenda­ble es "picar" entre horas como saltarse comidas. Lo mejor es comer lo suficiente en cada comida para llegar sin hambre a la siguien­te. Y, si no, hacer dos merien­das intermedias, a media ma­ñana y a media tarde, como un trozo de fruta con unas nueces o un pequeño sándwich de ja­món o atún.






Dejar de desayu­nar o de cenar puede provocar que la próxima vez que se sien­te a la mesa coma más y con mayor ansiedad. Y no sólo eso: cuando se salta una comida, el cuerpo compensa la pérdida de energía conservando lo ya ingerido y ralentizando el meta­bolismo, lo que nos hace ganar peso. En resumen, lo más recomendable es comer cinco ve­ces al día.






La razón está en que cada vez que se come, el páncreas produce insulina. Esta hormona es la encargada de metabolizar los azúcares de los alimentos para que las células los puedan utilizar. Con cinco comidas pequeñas o modera­das se producirán menores cantidades de insulina. Por el contrario, si se come sólo una o dos veces al día, tras doce ho­ras de ayuno, el páncreas libe­rará una gran cantidad de insu­lina. Y esto hace engordar.




3. Volver a la dieta me­diterránea: Frutas, verduras, cereales, le­gumbres, aceite de oliva y, sobre todo, pescado, combinados con to­dos los demás alimentos, cons­tituyen la base de esta dieta. Sin embargo, algunos de estos pro­ductos no tienen protagonismo en la mesa. Es el caso de las legumbres. Aunque presentan ciertos pequeños inconvenien­tes —pueden provocar digestio­nes algo pesadas y flatulencias— las lentejas, los garbanzos, las judías o las habas son ali­mentos con una altísima densi­dad de nutrientes. Constituyen una excelente fuente de proteí­nas de buena calidad, aportan hidratos de carbono y grandes dosis de fibra. Además, contie­nen numerosas vitaminas y mi­nerales.






Por el contrario, tienen muy poca cantidad de agua y de lípidos. Sin embargo, uno de los sambenitos con el que han tenido que cargar las legum­bres en los últimos años es que engordan, aunque, si no van acompañadas de excesivas gra­sas, no son tan peligrosas.


Antes de empezar a mencio­nar las muchas y excelentes propiedades beneficiosas de las frutas y las verduras, se puede hablar de lo que les falta. Tienen bajo contenido en proteínas y en lípidos; no tie­nen nada de colesterol y, salvo algunas excepciones, aportan pocos hidratos de carbono. En cuanto a lo que tienen.... Pues básicamente agua, vitaminas, minerales y fibra. Por eso, si a sus pocas calorías les añadimos su concentración de nutrien­tes, resultan perfectas para casi todo y, por supuesto, para las dietas de reducción de peso.


Con cinco comidas pequeñas o modera­das se producirán menores cantidades de insulina. Por el contrario, si se come sólo una o dos veces al día, tras doce ho­ras de ayuno, el páncreas libe­rará una gran cantidad de insu­lina. Y esto hace engordar.






4. Tomar las proteínas justas: Una de las principales labores de las proteínas y, más en concreto, de sus aminoácidos, consiste en reno­var las estructuras del cuerpo, desde la piel a los huesos, los músculos y los tejidos de relle­no. Nuestro organismo no es capaz de crear por sí mismo al­gunos aminoácidos esenciales, y los tiene que conseguir de los alimentos. Las mejores proteí­nas son las de origen animal, principalmente las que se en­cuentran en los huevos y la carne. También las legumbres son una buena fuente de pro­teínas. Lo recomendable es que las proteínas aporten alrededor de 10% del total de energía que se consume al día Qas grasas un 30 o 35% y los hidratos en en­tre el 55 y el 60%).






No es con­veniente pasarse con ellas, puesto que en ocasiones están acompañadas de grasas de ori­gen animal que pueden sobre­cargar de trabajo innecesario al riñon y al hígado. Pero tampo­co hay que llegar al extremo de eliminar la carne o los huevos de nuestros platos porque con ello sólo se consigue robar a nuestro cuerpo uno de los me­jores aliados para combatir la flacidez.

Lo más recomendable es comer cinco veces al día... Con cinco comidas pequeñas el páncreas producirá menos insulina

5. Tomar fibra: Todos los alimentos aportan algunas sustancias que no son nutritivas para el organismo. Entre ellas se encuentran las fibras, que tienen efectos muy positivos para la salud.
Por término medio, cada per­sona necesita unos 30 gramos de fibra al día, de los que como mínimo una tercera parte tiene que ser de la llamada fibra so­luble.






Las legumbres, las frutas y las verduras son muy ricas en fibras solubles, que una vez que llegan al estómago ralentizan el paso de los nutrientes al intestino delgado y regulan los niveles de glucosa y de colesterol. De ahí que ayuden también en el control de enfermedades cardiovasculares o la diabetes.




Las fibras insolubles forman parte, principalmente, de las cáscaras de los cereales, las pepitas de las fresas y los kiwis. Tienen una gran capacidad para retener el agua y aumen­tar su volumen. En el colon son muy resistentes a la degrada­ción bacteriana lo que, sumado a su gran capacidad de absor­ber agua, favorece el tránsito intestinal.




Además, los alimentos con mucha fibra obligan a masticar más, por lo que se come más despacio. Este lento proceso obliga a aumentar la salivación y, así, se favorece la higiene dental. En la primera fase de la digestión, las fibras producen sensación de saciedad, por lo que también resultan muy úti­les en las dietas de control de peso. Otra de sus ventajas es que ayudan a mantener y desa­rrollar la flora intestinal.




Pero igual que ocurre con todo en la alimentación, no hay que exagerar con su consumo porque tomada en grandes cantidades la fibra puede dis­minuir la absorción de algunos minerales como calcio, hierro, cobre y zinc. Además, algunas personas tienen bacterias ca­paces de hacer asimilable la fi­bra y convertirla en un aporte extra de calorías.

6. Incluir más antioxidantes: "Envejecemos porque nos oxidamos". Así de tajantes son los nutricionistas. Por lo tanto, hay que lograr un equilibrio entre sustancias prooxidantes, como el tabaco, la contaminación y el alcohol, y los antioxidantes. Además, los antioxidantes ayudan al cuerpo a combatir los radicales libres, sustancias capaces de provocar modificaciones a nivel celular que se pueden traducir en arrugas, cataratas o, más grave aún, problemas cardiovasculares y algunos tipos de cáncer.




En la naturaleza existe un gran número de antioxidantes, pero hay tres que han demos­trado claramente sus bondades frente a la oxidación: las vita­minas C y E y los carotenoides. La vitamina C, o ácido ascórbico, se encuentra principalmente en los cítricos, las fresas y frambuesas, los kiwis, los to­mates, los pimientos rojos, las coles, las papas y las espinacas. Se trata de una vitamina que el cuerpo no puede fabricar y, por tanto, tiene que conseguirse a través de la comida. Además de reforzar el sistema inmunológico, ayuda en el proceso de formación de colágeno.




El germen de trigo, las ver­duras, los aceites vegetales, la yema de huevo, las legumbres, el maní y la margarina son las principales fuentes de la vita­mina E (o tocoferoles). Su la­bor antioxidante se basa en que protege a los ácidos grasos de la oxidación e interviene en la renovación celular.
En cuanto a los carotenoides, el más importante es el B-caroteno, que nuestro cuerpo trans­forma en vitamina A. Al tiem­po que protege a las células de los radicales libres, participa en la renovación de la piel y del cabello. Se encuentran en las
frutas y verduras de color ama­rillo o naranja, como las za­nahorias, y en las verduras con hojas de verde oscuro.




Otros antioxidantes impor­tantes son el licopeno, que está en los tomates; la luteína, pre­sente en el brócoli; los polifenoles, que se consiguen en las uvas y el vino, y determinados minerales, como el selenio.




Además de sus beneficios in­dividuales, los antioxidantes interactúan entre ellos. Por ejemplo, la vitamina C refuerza a la vitamina E regenerándola en su forma activa después de que ésta ha reaccionado contra los radicales libres.




7. Beber más agua: Con o sin gas; de manan­tial, natural o mine­ral; a temperatura ambiente, fresca o con hielo y gotas de limón. Da igual, lo fundamental es tomar agua. El ser humano puede pa­sarse varias semanas sin comer nada, pero si no toma agua muere en pocos días. Y es que 54% del cuerpo de una mujer está formado por agua, algo menos que en el caso de los hombres porque ellas tienen más grasa corporal. Por térmi­no medio, cada persona necesi­ta entre 1,5 y 2,5 litros de agua al día, que es lo que elimina el organismo en cada jornada.

Hay un gran número de antioxidantes, pero tres han demostrado claramente sus bondades: C y E y ¡os carotenoides
Imprimir

No hay comentarios: