
Ejemplos de alimentos funcionales son: el aceite de oliva, por su perfil de ácidos grasos saludables; las avellanas y la linaza, ya que coadyuvan al mantenimiento de las funciones mentales y visuales; el salmón y el atún, pues contribuyen a reducir el riesgo de enfermedades cardiovasculares; y la sal yodada porque, además de proporcionar electrolitos, cloro y sodio, aumenta la actividad de la hormona tiroidea y previene la aparición del bocio endémico.
Prebióticos - probióticos y salud intestinal
Dentro de los alimentos funcionales, los prebióticos y los probióticos despiertan un interés especial, ya que tienen la capacidad de equilibrar la microflora intestinal, contribuyendo de esta manera al correcto metabolismo de la nutrición.
Veamos: el intestino es uno de los órganos que intervienen en el proceso de digestión de los alimentos. Actúa como puerta de entrada de nutrientes hacia la circulación, también como barrera contra toxinas de distinto origen. Cuando se altera la integridad de esta víscera abdominal, se modifica su permeabilidad y peligra su capacidad de defensa contra antígenos o microorganismos nocivos. En la actualidad, se sabe que un desequilibrio en la micro-flora intestinal (curiosa colección de unos 100 billones de bacterias, de 400 especies distintas, que se aloja mayoritariamente en el intestino grueso), puede originar o favorecer el desarrollo de algunas enfermedades, como por ejemplo, el cáncer.
De allí la importancia de apoyar nutricionalmente a las bacterias que resultan beneficiosas para la salud: aquéllas que inhiben el crecimiento de microorganismos nocivos, estimulan las funciones inmunes, favorecen la síntesis de vitaminas y optimizan la absorción de nutrientes especiales ¿De qué manera? Consumiendo prebióticos y probióticos.
Los prebióticos son ingredientes no digeribles que tienen la propiedad potencial de mejorar la salud, ya que promueven el crecimiento selectivo de bacterias intestinales beneficiosas, lo que trae como consecuencia una reducción de bacterias patógenas. Debido a su estructura química, estos compuestos no logran ser absorbidos en la parte superior del tracto gastrointestinal, ni tampoco hidroliza-dos por enzimas digestivas humanas.
La fibra vegetal y, más específicamente, los fructooligosacáridos (FOS), son ejemplo de estos alimentos. La achicoria, el ajo, la alcachofa, la avena, la cebolla, el centeno, la miel, el ajo porro, la remolacha y los plátanos son alimentos ricos en FOS, es decir, son fuente natural de prebióticos.
Por su parte, los probióticos son microorganismos vivos que sobreviven al paso por el tracto gastrointestinal, y que ejercen efectos ventajosos sobre la salud de quien los consume, especialmente por su capacidad de contribuir a mejorar el equilibrio microbiano intestinal.
Los lactobacillus y las bífidobacterias son algunos de los probióticos empleados en la industria alimentaria y farmacéutica. Son añadidos a productos "saludables", como por ejemplo, fórmulas infantiles, leches con fibra o deslactosadas, galletas, panes y yogures con efecto bífidus. En forma natural, los probióticos se encuentran en las bebidas alcohólicas artesanales, los cereales, los lácteos fermentados (leche, kéfir, queso, yogurt) y los pescados y vegetales fermentados, como las aceitunas, el chucrut y la soya.
La llegada de prebióticos y probióticos a los anaqueles de farmacias y supermercados está acompañada de campañas publicitarias seductoras, pero exageradas. Si bien es cierto que pudieran representar una alternativa en la prevención y el tratamiento de enfermedades de alta prevalencia en sociedades desarrolladas (alergias, cáncer, diarreas asociadas al uso de antibióticos), también es verdad que ni unos ni otros son fármacos; tampoco evitan ni curan enfermedades por sí solos. Mientras tanto, sus defensores argumentan que son productos útiles cuando la dieta no basta para mejorar los problemas de salud que intenta atacar; también para compensar la ausencia, en el menú, de ciertos alimentos que de manera natural los incluyen, y que no se pueden ingerir por intolerancia a los mismos. Sus detractores sostienen que su precio promedio es mucho más elevado con respecto a sus equivalentes "normales", no son forzosamente alimentos necesarios, y sus efectos varían de una persona a otra, razón por la cual no se debe generalizar acerca de los beneficios que se asocian a su consumo.
Eva Gimeno, investigadora y doctora en farmacia, autora de Alimentos prebióticos y probióticos. La polémica científica sobre sus beneficios, señala que "la inclusión de prebióticos y probióticos en la alimentación no excluye que ésta debe ser adecuada, y que debe hacerse en el marco de una alimentación variada y equilibrada".
Esta especialista advierte que "no existe unanimidad sobre en qué medida los microorganismos del yogurt y otras leches fermentadas son capaces de resistir las condiciones adversas que para ellos implica el proceso de digestión, llegar viables al intestino grueso, colonizarlo y ser suficientemente competitivos como para enfrentar las bacterias patógenas que en él habitan".
De donde se desprende que aún es mucho lo que resta por hacerse en materia de investigación, y que los resultados (fuertemente publicitados) de ciertos estudios financiados por la industria láctea no pueden considerarse concluyentes. Por ende, no es aconsejable atribuir propiedades cuasi milagrosas a productos elaborados con leche fermentada.
Gimeno sugiere, eso sí, que se incluyan en el menú de todos los días alimentos que, en forma natural, contengan abundante fibra y microorganismos vivos, ya que éstos, además de brindar vitaminas y minerales, suponen una inversión que tarde o temprano se traducirá en bienestar.
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