Concentración mental

EL BUEN ÉXITO EN LA VIDA

Una ilimitada oportunidad

¿Deseas el triunfo en la vida? ¿Quieres los medios que infaliblemente lo aseguran? ¿Eres capaz de elegir y decirte: "Yo quiero riquezas; he de ser famoso; quiero ser virtuoso; he de ser poderoso"? Que nuestra imaginación obre sobre el pensamiento, y observarás cómo las confusas nubes de la esperanza van tomando la forma de célicas posibilidades. Dadle alas a tu fantasía, porque más esplendoroso que el mejor cuadro que puedas hacer con el pensamiento es el futuro que puedes pretender mediante la voluntad. Una vez que la imaginación haya obrado, tan pronto hayas escogido, decirte: "Yo quiero". Y nada hay en la Tierra que pueda detenemos por más tiempo, pues eres inmortal y el futuro tiene que obedecernos.

¿Dicen que la muerte puede salirnos al paso? No lo hará.¿Dicen que la pobreza, la enfermedad o los amigos pueden estorbarnos? No será así. Nada puede ser obstáculo, a menos que lo permitas. Pero debes hacer tu elección, y en adelante ya nunca más desear otra cosa. Sino que debes decirte: "Yo quiero". Y debes decirlo siempre en pensamiento y en acción, y ya jamás en meras palabras. Y en adelante ni por un momento debes cambiar de propósito, sino que tu constante intención debe hacer que todo lo que cuentes vaya a servirte. Y entonces, si lo que has escogido no es perjudicial, en poco tiempo será tuyo.

Hablas de la pequeñez del hombre, perdido entre los surcos de la madre tierra, y de esta tierra, una partícula de polvo en la inmensidad del espacio. No hay tal, pues las grandes cosas no se miden por su apariencia. Se habla de las debilidades y fatigas, de los inmediatos placeres y locuras, las conveniencias y accidentes de la vida... de cómo estas cosas confirman y limitan al hombre pequeño. No hay tal, pues todo puede llegar a utilizarse. El cuerpo es sólo una vestidura y los sentidos meros agujeros en el velo de la carne, y cuando éstos se aquietan y aquél es obediente, y la mente permanece en contemplación de sus inmortales posibilidades, se abre una ventana dentro de cada uno de nosotros, y a través de ella vemos y aprendemos que serás lo que queremos ser... y nada más.

Como la débil semilla enterrada en el suelo irrumpe y lanza un tierno brote, que se abre camino a través del suelo y consigue verse libre a pleno aire, y llega a convertirse en una poderosa encina que puebla la tierra con porciones de sí misma, o como un gran baniano se extiende sin límites desde una pequeña raíz suministrando abundancia y hogar a miles de criaturas, así también lanza en este día el primer brote, tierno más no incierto, de la voluntad, y elige lo que has de ser.

¿Qué escogerás? ¿Quieres el poder? Deja entonces que los demás sean más libres y poderosos, porque tu también lo eres. ¿Quieres el conocimiento? Como tu lo eres, que los demás sean también sabios. ¿Quieres amor? Deja entonces que los demás gocen de él, ya que tienes tanto que dar. De esta suerte estarás acorde con la Gran Voluntad y la Gran Ley, y tu vida será una con la Gran Vida, sin la cual no puede haber triunfo permanente.

¿Que cuáles serán los medios? Todo lo que te salga al paso, grande o pequeño; porque no hay nada que no puedas usar como medio para alcanzar fin. Pero recuerda una vez más: que todas las personas y las cosas que uses salgan beneficiadas con ello. Así tu triunfo será también el de ellas, y la Gran Ley se habrá cumplido.

El triunfo mediante la concentraciónSea lo que fuere lo que elijas, necesitas de una cosa en todo momento y lugar: la concentración de propósito, de pensamiento, de sentimiento y de acción, de modo que ella, como un poderoso imán, polarice todo aquello en que intervenga. Se necesita para el buen éxito en todo lo que se persigue en la vida.
Los hombres que han triunfado en los negocios, en la vida social y política, en el arte, la ciencia y la filosofía, en el poder y la virtud, han descollado todos por una inflexible fijeza de propósito y dominio de la mente, si bien muy a menudo, nada cuerdos, han despreciado la Gran Ley.
¿No ha sucedido siempre, no sucede actualmente, y no ha de acaecer en el futuro, que en tanto que el progreso dependa del esfuerzo humano debe realizarse mediante la actividad sistemática y persistente del dominio de los deseos y la concentración de la mente, y que sin esto no se lo consigue?

Lee la vida e impregnate de la filosofía de cualquier hombre decidido, o de la sociedad o secta a que perteneció, y encontrarás registrado este hecho. Los epicúreos de antaño concentraban la mente en el presente y trataban de vivir de acuerdo con las leyes naturales. No permitían que la mente se detuviera a lamentarse en nada ya pasado, ni que tuviera temor o ansiedad por el futuro. Los estoicos fijaban la atención sobre todo aquello que caía bajo su dominio, y rehusaban molestarse por nada que no estuviera dentro de su poder o propósito, o malgastar el pensamiento y la emoción en ello. Los platónicos se esforzaban en fijar la mente, en reverente búsqueda, sobre los misterios de la vida. Patanjali, el gran maestro del Yoga hindú, declaraba que "el hombre sólo podía llegar a su verdadero estado mediante la afortunada práctica del completo dominio de la mente".

El devoto religioso hace lo posible, llenando para ello su vida y ambiente de ceremonias y símbolos, repitiendo constantemente en el pensamiento los nombres de Dios, por estimular su mente para que mantenga cada vez más devotos sentimientos. El hombre que logra el conocimiento es tan decidido en su propósito que aprende hasta en las cosas más fútiles. Tal es el poder de la mente, que con su ayuda todo llega a servir a nuestro propósito, y tal el poder del hombre que puede doblegar la mente a su voluntad.

¿Acaso no vemos que la indecisión, la preocupación, la ansiedad y la inquietud dan origen a enfermedades, debilidad, indigestión e insomnio? Aun en estos asuntos de pequeña importancia la práctica regular del dominio de la mente, hecha en una forma sencilla, actúa como una cura mágica. Es el mejor medio para escapar de la envidia, los celos, el resentimiento, el descontento, la ilusión, el engaño, el orgullo, la ira y el temor. Sin ella no puede efectuarse la formación del carácter, y con ella no puede fracasar. Todo estudio se torna fácil y próspero en proporción a la concentración mental con que se lo hace, y la práctica incremento enormemente los poderes reproductivos de la memoria.

Más elevados objetivos
Uno de los más elevados esfuerzos y objetivos de la concentración de la mente ha sido descrito por Annie Besant en su libro La Sabiduría Antigua, con elocuentes palabras:

El estudiante debe empezar a practicar una extrema moderación en todas las cosas, cultivando un estado ecuánime y sereno de la mente; su vida debe ser limpia y los pensamientos puros, manteniendo el cuerpo en estricta sujeción al alma, y la mente adiestrada para ocuparse en nobles y elevados asuntos; debe habitualmente practicar la compasión, la simpatía y la ayuda a los demás, indiferente a las molestias y placeres que puedan afectarlo, y debe cultivar el valor, la constancia y la devoción.
Una vez que por la perseverancia práctica ha aprendido a dominar la mente hasta cierto punto, de modo que puede mantenerla fija en una sola línea de pensamiento por algún tiempo, debe empezar un adiestramiento más rígido por la diaria práctica de la concentración sobre algún tema difícil o abstracto, o sobre algún elevado objeto de devoción.
Esta concentración consiste en el firme fijar de la mente en un solo punto, sin vagar y sin entregarse a las distracciones que causan los objetos externos, la actividad de los sentidos o la mente misma. Se la debe dominar hasta conseguir una imperturbable tranquilidad y fijeza, de manera que gradualmente aprenda a retirar su atención del mundo exterior y del cuerpo, cuyos sentidos permanecen quietos y tranquilos, mientras la mente vive intensamente con todas sus energías recogidas interiormente, lista para aplicarse a un solo punto del pensamiento, el más elevado que pueda alcanzar.
Cuando es capaz de mantenerse así con relativa facilidad, está lista para un nuevo paso, en que por un poderoso y calmado esfuerzo de la voluntad pueda lanzarse por encima del más elevado pensamiento a que pueda llegar mientras obra el cerebro físico, y en tal esfuerzo elevarse hasta unirse con la conciencia superior, y así liberarse del cuerpo.

De esa vida superior que está más allá del cerebro encontrarás detalles en sus valiosos libros teosóficos, y de cómo abre ante el hombre infinitas perspectivas de conocimiento y poder, muy por encima de todo lo imaginable dentro de las necias limitaciones del cerebro. Pero si persigues la vida espiritual por métodos más devotos, no por eso dejará de ser necesaria la concentración de propósito. Una antigua escritura dice que el devoto debe ver a Dios en todo y a todo en Dios.
Cualquier acción que realices: el comer, el sacrificio, el dar, el esfuerzo... házlo como una ofrenda a El. Y eso sólo puede hacerlo el hombre cuando ha adquirido la concentración. También para aquellos que llaman al portal del santo sendero encontramos escrito en el famoso libro A los pies del Maestro que el aspirante debe conseguir la unidad de propósito y el dominio de la mente.
Todavía en otro sentido se ha utilizado la concentración mental. La literatura religiosa está llena de notables ejemplos de la visión llevada hasta las cosas invisibles mediante la mente extasiada.
Los yoguis y faquires hindúes enumeran ocho series de facultades y poderes, que incluyen la visión de lo ausente, del pasado y del futuro, el telescopio y el microscopio psíquicos, el poder de viajar invisiblemente en el cuerpo sutil y otros... todos alcanzables por medio de la concentración. Maravillosos como son estos efectos, y fascinantes como son el estudio y la práctica que a ellos conducen, no menos interesante y eficiente es la aplicación de la concentración al juego de nuestros sentidos normales, y para extender nuestro poder y conocimiento sobre el mundo que nos rodea en la vida diaria.

¿Qué significa, entonces, esta concentración, y qué práctica hemos de seguir para obtener el dominio de la mente?
No quiere decir que debemos estrechar, limitar, confinar nuestros pensamientos y actividades. No significa retirarse a las selvas o a las montañas. Ni tampoco perder la simpatía e interés por todo lo humano. Ni significa que la corriente de la vida se ha secado en nuestras venas, como el río del desierto en el árido estío. Sino que toda nuestra vida está inspirada en un solo propósito. Significa pensamiento y actividad siempre crecientes y más amplias simpatías, pues estamos siempre alerta para usar todas las cosas en un gran y único objetivo.
COMO FACILITAR LA CONCENTRACIÓN

En la atención no debe haber tensión
Muchas personas fracasan en la concentración porque cometen el error de tratar de asir firmemente la imagen mental. No hagas eso. Coloca la idea escogida ante tu atención y contemplada calmadamente, como si observaras un reloj para saber la hora. Este apacible mirar revela los detalles de una cosa tan bien como puede hacerlo un intenso esfuerzo, y quizá mejor.

Trata de hacerlo ahora por unos cinco minutos, porque una vez que hayas llegado a mirar bien una cosa y verla perfectamente, en todo y en parte, sin poner la mirada fija y escudriñadora, sin fruncir el ceño ni retener el aliento, sin cerrar los puños ni hacer nada semejante, podrás aplicar tu poder a la práctica mental de la concentración.

Toma un objeto cualquiera: un reloj, una pluma, un libro, una hoja o una fruta, y observalo con toda tranquilidad por unos cinco minutos. Observa en él cuanto detalle puedas, como el color, peso, tamaño, configuración, composición, construcción, ornamentación, etc., sin efectuar la menor tensión. Es necesario observar bien sin que se presente la más mínima tensión nerviosa.
Una vez que te hayas capacitado en eso, comprenderás por qué la concentración debe realizarse en perfecta quietud y silencio. Supongamos que necesitamos sostener un objeto pequeño con el brazo estirado el mayor tiempo posible debemos sujetarlo con el mínimo de energía, dejándolo que descanse en la mano, y no agarrándolo fuertemente. No te imagines que la idea que has elegido para tu concentración tiene vida y voluntad propias, y que quiere saltar o alejarse de ti. No es el objeto el voluble, sino la mente. Confía en que el objeto ha de permanecer donde lo has puesto, ante el ojo mental, y mantén serena tu atención sobre él, No hay necesidad de sujetarlo, porque esto tiende a destruir la concentración.

Por lo general, empleamos la energía mental únicamente en el servicio del cuerpo físico y en pensar en todo lo relacionado con él. Vemos, así, que el flujo mental no tiene obstrucción y que el pensar es fácil cuando hay un objeto físico para fijar la atención, como, por ejemplo, al leer un libro. El argumentar se hace fácil cuando cada paso se' encuentra determinado en lo escrito, o el pensamiento es estimulado por la conversación.
De la misma manera es fácil jugar al ajedrez cuando vemos el tablero; pero jugar con los ojos vendados ya es cosa más difícil. El hábito de pensar únicamente en asociación con la actividad o el estímulo corporales es, por lo general, tan grande que un esfuerzo especial del pensamiento suele ir acompañado del fruncir de las cejas, el morderse los labios v otros varios desórdenes musculares, nerviosos y funcionales.
La dispepsia de los filósofos y hombres de ciencia es casi proverbial. Cuando un niño aprende algo despliega el más asombroso juego de contorsiones. Al escribir sigue a menudo los movimientos de la mano con la lengua, aprieta con toda su fuerza el lápiz, enrosca el pie en la pata de la silla... y se cansa en tiempo muy escaso.

Tales cosas deben cesar por completo en la práctica de la concentración. Un alto grado de esfuerzo mental es de todo punto dañino al cuerpo, a menos que se haya logrado siquiera parcialmente cesar con dicha asociación entre el pensamiento y el cuerpo. La tensión muscular y nerviosa nada tiene que ver con la concentración, y el buen éxito en el ejercicio no se mide por ninguna sensación o sentimiento corporal. Algunos creen que se están concentrando cuando sienten cierta tirantez en el entrecejo o en su parte interna; pero lo que logran únicamente es causarse dolores de cabeza y otras molestias. Llega a ser casi notorio en Oriente que el sabio o gran pensador posee un plácido entrecejo.

Hacer variar el rostro o retorcer su forma, y cubrir la frente de arrugas, es comúnmente signo de que el hombre trata de pensar más allá de su capacidad, o que no está acostumbrado a ello. Más bien donde se puede ver en todo su apogeo el ceño fruncido es en los asilos de alienados, y no entre los hombres que saben pensar. Debe practicarse siempre la concentración sin el menor esfuerzo. El dominio de la mente no se consigue por un férvido esfuerzo de ninguna clase, así como no se toma agua de un solo trago, sino que se consigue con la práctica constante, calma y tranquila, y desprendiéndose de toda agitación y excitación de las emociones.

La calma constante, pausada y tranquila consiste en el ejercicio continuado, regular y periódico por un tiempo suficiente para que sea efectiva. Los resultados de esta práctica son acumulativos. Escasos al principio, abundantes después. El tiempo que se le dedique cada vez no necesita ser grande, porque la calidad de la obra importa más que la cantidad. Poco y frecuente es mejor que mucho y a largos intervalos.

La práctica puede hacerse una o dos veces al día, y hasta tres veces si es por corto tiempo. Una vez al día bien ejecutada es mejor que tres veces practicadas con indiferencia. A veces la gente que tiene más tiempo disponible consigue un menor logro, porque sabiendo que tiene mucho tiempo no se siente compelida a efectuarlo inmediatamente y de la mejor manera; mas el hombre que dispone de corto tiempo para su práctica siente la necesidad de lograrla a la perfección.

Los ejercicios deben hacerse por lo menos una vez al día, y siempre antes y no después de entregarse al reposo o al placer. Deben practicarse lo más temprano posible, y no posponerlos hasta después de haber cumplido con otros deberes más fáciles o más placenteros. Es necesaria cierta estrictez de regla, y es mejor que nos la impongamos nosotros mismos.

Naturalidad de las imágenesAyudará a nuestra concentración el cuidado que pongamos en plasmar las imágenes naturales y las coloquemos en situaciones también naturales, No tomes, pongamos por caso, una estatuita imaginándola colocada en el aire ante ti. En esa posición hay una tendencia subconsciente a sentir la necesidad de colocarla sobre algo. Más bien imagínala que está sobre una mesa delante de nuestro en posición natural dentro de la habitación. Empieza luego cuidadosamente tu concentración imaginando primero toda aquella parte del aposento que normalmente cae dentro de nuestro campo de visión; presta después menos atención a las cosas más lejanas y fijálas sobre la mesa que sostiene la estatua. Finalmente estrecha todavía más el círculo hasta que sólo quede la imagen de la estatuita y hayas olvidado el resto del cuarto. Aun entonces, si otras cosas volvieran a nuestro pensamiento no te molestes por ellas. No puedes, como con un cuchillo, separar cualquier imagen de tu imaginación. Siempre tendrá que haber un marco de otras cosas que rodea a la principal, pero serán débiles y estarán fuera de foco.

Así como cuando fijas la vista en un objeto físico, las demás cosas que hay en la habitación son visibles, pero de una manera vaga, así también cuando se concentra la visión mental sobre un objeto, pueden surgir otras imágenes en su vecindad. Pero así que el objeto, la estatuita en este caso, ocupa el centro de la atención y es el foco de la visión mental, no necesitáis molestaros por los otros pensamientos que se presentan. Harás mejor en emplear la sencilla fórmula: "No me importa". Si permites que ellos te perturben, desplazarán a la estatua del centro del escenario, porque tu atención irá hacia ellos; pero si los percibes accidentalmente, y sin separar los ojos de la estatua, dí: "Ah, ¿son ustedes? Muy bien, quedense si quieren, o vayanse si lo prefieren; ello no me importa". Y quietamente desaparecerán sin que te des cuenta. No puedes tener la satisfacción de ver– cuándo se van, así como no puedes tener el placer de verlos dormir. ¿Y de qué te serviría?

Has que el objeto sea perfectamente natural, revistiéndolo para ello con todas las cualidades que le son comunes. Si es algo sólido, hazlo sólido en tu imaginación, y no como un cuadro. Si tiene color, hazlo que brille en el objeto, y hazlo sensible a su peso, si se trata de una cosa física.
Las cosas que por naturaleza son inmóviles deben aparecer con positiva inmovilidad en la imaginación, y las móviles moviéndose en forma definitiva, así, los árboles deben agitar y entrechocar con el viento las hojas y ramas, los peces nadar, las aves volar, la gente andar y conversar, y un río deslizar sus aguas con suave y dulce murmullo mientras la luz se quiebra en ellas.
ConfianzaLa confianza en sí mismo es también una gran ayuda para la consecución de la concentración, especialmente cuando va aliada con algún conocimiento de cómo obra el pensamiento y del hecho cierto de que los medios están allí aun cuando no sean visibles por el momento. Tal como las actividades de manos, pies, ojos, y de toda otra parte del cuerpo físico, dependen de sus órganos internos en cuya función confiamos enteramente, asimismo las actividades de la mente, que son visibles a nuestra conciencia, dependen de invisibles funciones con las que se puede contar con toda seguridad.
Toda actividad mental se perfecciona con la confianza. Una buena memoria, por ejemplo, descansa enteramente en ella, y la menor incertidumbre puede hacerla flaquear muchísimo. Recuerdo que cuando era muy pequeño mi madre me envió, en cierta ocasión, a comprar algo, jabón o manteca, a un pequeño almacén que distaba como una media milla de casa. Me dio una moneda y me indicó el nombre del artículo que necesitaba. No tenía yo la menor confianza en la competencia de los sastres, y por cierto que no iba a confiar la moneda al bolsillo.
No podía creer, tratándose de un asunto tan importante, que la moneda estaría todavía en el bolsillo al llegar al término del viaje, de modo que la sujeté lo más fuerte que pude en la mano a fin de sentirla todo el tiempo. Durante todo el camino repetía el nombre del jabón, o lo que fuera, con la certeza de que si lo apartaba de mi conciencia por un momento lo perdería definitivamente. No tenía tampoco confianza en los bolsillos de la mente, aunque en realidad la merecen más que los fabricados por el sastre. Sin embargo, a pesar de mis esfuerzos, o más probablemente a causa de ellos, al entrar en el almacén y ver aparecer ante mí al tendero que descollaba como una gran masa, tuve un momento en que me paralicé y no pude recordar qué era lo que tenía que comprar.

Esto no es nada inusitado, aun entre los adultos. He conocido muchos estudiantes que seriamente han comprometido, exactamente por la misma especie de ansiedad, el buen éxito en sus exámenes. Empero, si queremos recordar, lo mejor es hacer completamente claro en la mente la idea o el hecho, luego observarlo con inalterable concentración por algunos segundos y después dejarlo que se pierda de vista en las profundidades de la mente.
Esta confianza, junto con el método de la observación tranquila ha de producir una disposición para concentrarse que puede sólo asemejarse a la que se adquiere al aprender a nadar. Ocurre a veces que una persona se lanza muchas veces al agua, y hasta se agarra con manos y dientes sin otro resultado que hundirse más y más; pero llega un momento en que de repente se siente en el agua como en su elemento. De aquí en adelante, doquiera que va a entrar en el agua se pone casi inconscientemente en disposición para nadar, y ésta obra sobre el cuerpo para nadar y flotar. De igual modo ha de llegar un día en la concentración, si es que ya no ha llegado, en que notarás que has adquirido la disposición necesaria y podrás en adelante reflexionar sobre un objeto dado del pensamiento tanto tiempo como quieras.
De Ernesto Wood (Curso Práctico de Concentración Mental)

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