Crear consenso

Hay personas que, cuando se encuentran en una posición de responsabilidad y de gobierno, hacen explotar discusiones y conflictos. En poco tiempo se enemistan con todos e, incluso estimulan el conflicto entre los demás, promueven los encontronazos y las peleas. Si son presidentes de una asamblea o de un consejo en el que se debe decidir en forma colegiada, en poco tiempo la atmósfera se vuelve irrespirable.

Cuando alguien hace una propuesta, enseguida los otros hacen una opuesta, hasta que finalmente se llega a una disputa general en la que no se decide nada. Recuerdo un Consejo Universitario de este tipo. Duraba jornadas enteras y la gente salía rabiosa.

Hay en cambio personas que tienen la capacidad de allanar los conflictos. No tienen encontronazos con nadie y logran que los demás no se peleen entre ellos. Bajo su dirección un consejo o una asamblea, después de haber discutido aunque sea durante largo rato, usualmente decide por unanimidad.

¿Por qué los primeros producen un resultado tan catastrófico? ¿Por qué no estudian los problemas? ¿Por qué no hablan con sus colegas? ¿Por qué no se comprometen? No, no. Su error es, en todo caso, lo contrario. Se hacen cargo de todos los problemas, toman posición en todas las cuestiones, dan siempre su opinión y se baten para hacerla prevalecer. De este modo terminan por enojar primero a uno y después al otro, con polémicas residuales y rencores. Si además hay un conflicto, en lugar de minimizarlo, quedarse afuera para facilitar un acuerdo, toman posición, se alinean con una de las partes, lo agrandan.

No les falta buena voluntad o inteligencia. Muchos no son particularmente agresivos o impulsivos. Lo que los caracteriza es una excesiva necesidad de afirmación personal, de demostrar en cada momento, en cada relación, que existen, que cuentan, que son útiles, importantes. Tienen miedo de no estar, de desvanecerse, de desaparecer. Tienen miedo dé que los otros hagan las cosas sin ellos, que se pongan de acuerdo y lleguen a una decisión sin necesitarlos.

Lo cual es muy posible, puesto que nadie es indispensable. Y lo saben quienes crean concordia y eficiencia. Saben que si un grupo, un equipo, tiene muy claro el objetivo a alcanzar, todos, al final, colaboran para poder llegar. Cada uno quiere que se tome en consideración, que se valore su contribución. El que dirige debe explotar esta tendencia espontánea. Debe hacer hablar a los otros, asegurarse de que cada uno pueda decir todo lo que piensa. Debe pedir que todos escuchen con seriedad. Todos deben hablar y todos deben reflexionar.
De este modo las propuestas peores se eliminan por sí solas, las mejores, emergen. Es mejor que no sea el jefe el que hace las propuestas, sino que las haga surgir del aporte individual. Luego, cuando se enuncie la solución más conveniente, él será el que la retome, el que la valorice, para obtener el consenso general. Si hay un disenso muy marcado, o si se enuncia un error, propondrá que se difiera el tratamiento del tema. En todos los sistemas colegiados, no autocráticos, el jefe debería ser esencialmente el garante del objetivo y de la claridad, por encima de las partes, vigilante y fuerte. Cuando el jefe deja de ser superior a los intereses particulares y se convierte en uno como los demás, entonces el grupo enloquece, se desintegra.
Francesco Alberoni / El optimismo

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