Alexander Gustave Eiffel El mago del hierro

“Monsieur Eiffel era, estoy seguro, un calculador meticuloso habitado por la grandeza y la altura del espíritu. Sufría al no ser reconocido como un dador de belleza. Sus cálculos estaban inspirados y conducidos por un admirable instinto de la proporción.”

LeCorbusier

Ahora lo ves, ahora no lo ves. Así dicen los magos cuando van a desaparecer objetos para generar asombro en su público. Este mago hizo aparecer más cosas de las que desapareció. ¿Quién podía imaginar puentes de hierro que colgaran sobre el vacío, que dominaran los abismos y las riveras agitadas, cúpulas de observatorios, armazones metálicos para edificios públicos, casas, tiendas, bancos y, por supuesto, la torre? La torre que se levanta en medio de París con el nombre del mago del hierro, la Torre Eiffel.

Lo que desaparece, no se ve. Lo que no vemos, termina no existiendo, por lo que esta celebración de los 120 años de la Torre Eiffel es muy importante. Mientras esté en pie, la torre nunca desaparecerá, pero su historia, lo que hubo detrás de su concepción, construcción y vida podría desvanecerse. El mundo viaja a la torre, la ve, la aborda y, al abandonarla, la deja de ver. Sin embargo, se la llevan en forma de llavero, reproducida en postales y carteles, multiplicada en fotos de recuerdo como símbolo del mundo.

Nacimiento de la torre

Ella nació condenada a muerte. Fue erigida con licencia para excavar los cielos durante sólo 20 años y, sin embargo, ya ha cumplido más de 100. Lo efímero en la arquitectura a veces se vuelve paradójicamente perdurable. Los arcos de triunfo erigidos para recibir a los generales romanos victoriosos eran provisionales y todavía nos dan la bienvenida en la entrada de las ciudades. Pero la consagración de lo efímero tiene su apogeo en las exposiciones universales, en las que los arquitectos del mundo competían con edificios condenados a terminar como escombros.

La Torre Eiffel no fue concebida por el hombre que le dio nombre. Fueron dos ingenieros de su empresa, Emile Nouguier y Maurice Koechlin quienes, en junio de 1884, tuvieron la idea de dibujar una elipsis de lo esencial. El proyecto se inspiraba en Babel, pero más inmediatamente en el inglés Richard Trevithick quien, 50 años antes, había propuesto erigir una columna de hierro colado, de altura orbicular de 1000 pies.

El 6 de junio de 1884, Koechlin dibujó el primer croquis, extrapolando con audacia los pilares de puentes. Los bocetos no entusiasmaron a Eiffel, hasta que pasaron por los lápices de Stephen Sauvestre. Este arquitecto vistió los pies, unió las cuatro aristas y el primer piso con arcos monumentales, situó grandes salas acristaladas en los pisos y dibujó una cima en forma de bulbo.

Eiffel quedó deslumbrado. Indemnizó a sus colaboradores y registró la patente bajo su propio nombre. Sedujo al ministro de Industria y Comercio para convocar un concurso al que se presentaron 107 proyectos y que ganó él mismo. Se presupuestaron 6.5 millones de francos y un plazo de ejecución de 12 meses.

Eiffel tenía 55 años cuando comenzó a erigir un tallo de hierro, desde cuya cumbre se vería espejear la luz del sol y los faroles. Había construido cientos de puentes de ferrocarril, había levantado el famoso puente sobre el Duero, en Portugal, con su arco de acero de 160 metros. Había fundido la Estatua de la Libertad y había diseñado su estructura interior. Además, estaba construyendo las esclusas del Canal de Panamá, cuyo fiasco a punto estuvo de arruinar su honor, su libertad y su orgullo.

“Arte es la torre, lo sabe el viento que, cuando enloquece, inclina la cumbre como un junco”. Lo supo Edith Piaff, que cantó desde el primer piso ante 25 mil espectadores. También Aznavour y Brassens cantaron allí. Jean Michel Jarre dio un concierto para celebrar los 50 años de la Unesco ante más de un millón de espectadores. Johnny Hallyday convocó en el año 2000 a 600 mil personas.

Injuriar la torre con justas sarcásticas se convirtió en un género literario. El mástil, orgulloso y audaz, con la cabeza alta hablaba a los cielos. Por eso la retrataron Rousseau, Paul Signac, Bonnard, Utrillo, Chagall y, sobre todo, Robert Delaunay, que la pintó 30 veces. La filmaron los cineastas. Louis Lumière consumó el primer traveling del cine en el ascensor de la torre. En Ninotchka, Lubistsch la utiliza como símbolo de libertad; Simenon la convirtió en escenario de un crimen; Roger Moore se desenvolvió entre sus hierros encarnando a James Bond y Woody Allen sucumbió al hechizo de la dama fálica en su único musical, Todos dicen I love You.

Esta edificación tuvo muchos detractores que estaban movidos por el miedo a la novedad y a ese avance tan ajeno a sus mentalidades.

La “Grande Dame” o la Dama de Hierro fue fuente de pasiones encontradas de amor y odio, aunque ya predomina ampliamente el culto a su figura.

Los enemigos de la torre lanzaron una campaña de recogida de firmas para demolerla. Entre los que firmaron, figuran arquitectos como Charles Garnier, diseñador de la Opera de París; Joris Karl Huysmans, quien dijo que esa “odiosa torre” era un “supositorio solitario repleto de agujeros” y Guy de Maupassant afirmó que odiaba ese “esqueleto gigantesco”, llamado la Torre Eiffel. Sin embargo, presumía de ir cada día a comer al restaurante de la torre, porque era el único lugar de París donde no la veía. La acusaba de ser una chimenea negra que opacaba el arte de la ciudad, una montaña de frío metal.

Aunque predestinado a ser chatarra, las almas bellas de París vieron en aquel mecano “energuménico” un insulto al buen gusto.

Masa bárbara, sueño estupefaciente, mástil inacabado, confuso y deforme eran otras lindezas acuñadas por los intelectuales. El florilegio de la saña lo completó Verlaine, que habló de un esqueleto de campanario. Críticas vanas, pues ese año dos millones de visitantes se pasmaron ante la sinuosa dama de hierro.

Lo que era horrible se convirtió en bello y los detractores acabaron bebiendo en vaso largo su propia bilis. Los nuevos vientos que arreciaron contra la torre eran de incienso. Lo había profetizado Eiffel, cuando habló de la conyugalidad entre la fuerza y la armonía: “Hay en lo colosal una atracción, un encanto propio que no pueden explicar las teorías del Arte”.

Su interés por el viento es el hilo conductor de su carrera como científico. Eiffel, tan desmesurado, vanguardista y revolucionario en sus obras, llevó una vida personal de lo más seria y burguesa, casi aburrida.

La carrera del joven ingeniero Eiffel fue lanzada en 1858, cuando una compañía belga de ferrocarriles le confió la realización del Puente de Bordeaux. A partir del éxito de esta construcción, en 1886 creó su propia empresa en Levallois-Perret. Perfeccionó las formas de construir y le introdujo una visión científica al calcular los efectos de los vientos.

En 1875 ganó el concurso internacional para construir un importante viaducto ferroviario sobre el Duero en Oporto, Portugal. Eiffel imaginó un arco de 160 metros de apertura que reposara directamente sobre el río sin andamios. Esto fue tan innovador que le llovieron las solicitudes.

En 1879, el escultor Frederic Auguste Bartholdi lo contactó para que hiciera la estructura interna de la estatua de la libertad. También construyó la cúpula del observatorio de Niza.

Dedicó los 30 últimos años de su vida a una fértil carrera de científico, mediante el estudio del túnel aerodinámico. Emplea tiempo en encontrar una utilidad a la Torre, que sólo se había construido para un período de 20 años: experiencias acerca de la resistencia del aire, estación de observación de meteorología y antena gigante para la radio naciente fueron algunas de las opciones. En paralelo a la recogida de datos meteorológicos en las estaciones instaladas en sus distintas propiedades, prosigue sus estudios sobre el aerodinamismo, construyendo un túnel aerodinámico al pie de la torre; luego, uno más importante, en 1909: el de la rue Boileau de París. Siempre en actividad, muere el 27 de diciembre de 1923, a la edad de 91 años.

Eiffel fue también el primero en señalar la posibilidad de construir un túnel en el canal de la Mancha y un sistema de ferrocarril subterráneo en la capital francesa. Fue especialmente prolífico en sus obras en países tan diversos como Portugal, Hungría, Bolivia, Perú, Chile, Egipto, México, Camboya, Vietnam o Laos. En España, las dos principales obras de Eiffel son el puente de las Peixateries Velles de Girona, sobre el río Onyar, y el puente ferroviario del Hacho, en la provincia de Granada.
Texto y fotos: María Ángeles Octavio

Vistas Panorámicas de Francia desde la Torre

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