Cómo desarrollar la compasión

Antes de poder generar compasión y amor es importante tener una idea clara de lo que entendemos por estos dos conceptos. En términos sencillos, la compasión y el amor pueden definirse como los pensamientos y los sentimientos positivos que dan lugar a cosas tan esenciales en la vida como pueden ser la esperanza, la valentía, la resolución y la fuerza interior. En la tradición budista, la compasión y el amor se consideran dos aspectos de la misma cosa: la compasión es el deseo de que otro ser se vea libre del sufrimiento; el amor es desearle la felicidad.
La siguiente cuestión que debemos comprender es si es posible estimular la compasión y el amor. En otras palabras, ¿Hay algún medio por el cual estas cualidades de la mente puedan crecer, al tiempo que la ira, el odio y los celos se vean atenuados?. Mi respuesta a esa pregunta es un rotundo «sí». Aun cuando no estéis de acuerdo conmigo de entrada, adoptad una actitud abierta ante la posibilidad de que se produzca este proceso. Hagamos algunos experimentos juntos y quizá entonces hallemos algunas respuestas.
Para empezar, cabe la posibilidad de dividir cada tipo de felicidad y de sufrimiento en dos categorías principales: mentales y físicas.
De estas dos, es la mente la que suele ejercer mayor influencia en la mayoría de nosotros. A menos que estemos gravemente enfermos o que nos veamos privados de algunas necesidades básicas, nuestra condición física desempeña un papel secundario en la vida. Si el cuerpo está
satisfecho, puede decirse que prácticamente nos olvidamos de él. No obstante, la mente registra cada hecho, por insignificante que sea. De ahí que debamos dirigir nuestros mayores esfuerzos a conseguir la paz mental en vez de ocuparnos del bienestar físico.
La Mente Puede Transformarse
Desde mi limitada experiencia, estoy convencido de que podemos desarrollar nuestras mentes mediante un adiestramiento constante.
Nuestras disposiciones, actitudes y pensamientos positivos pueden aumentar y sus contrarios negativos disminuir. Incluso un momento fugaz de conciencia depende de muchos factores y, al alterar uno de esos factores, la mente también cambia. Esa es una verdad simple sobre la naturaleza de la mente.
Lo que llamamos «mente» es algo muy peculiar. A veces es muy obstinada y renuente al cambio. No obstante, mediante un esfuerzo continuado y una convicción basada en la razón, nuestras mentes son a veces muy honestas y flexibles. Cuando reconocemos verdaderamente que hay cierta necesidad de cambiar, lo hacemos. El deseo y la oración por sí solos no bastan para transformar nuestra mente, también es necesario razonar: un razonamiento basado, en última instancia, en la experiencia de cada cual. Y, con todo, nadie es capaz de transformar su mente de la noche a la mañana; los viejos hábitos, especialmente los mentales, se resisten a soluciones rápidas.
Pero con un esfuerzo continuado y una convicción basada en la razón, es posible lograr cambios profundos en las actitudes mentales.
Como base para el cambio, necesitamos asimilar que mientras vivamos en este mundo nos encontraremos con problemas, con obstáculos que nos impiden alcanzar nuestros objetivos. Si, cuando eso sucede, perdemos la esperanza y nos desanimamos, mermamos nuestra capacidad para superar esos conflictos.
Recordar el sufrimiento de otros, sentir compasión por el prójimo, hará que nuestros propios sufrimientos sean más llevaderos. Ciertamente, con esta actitud, podemos ver en cada nuevo obstáculo una valiosa oportunidad para mejorar nuestra mente, una nueva oportunidad para ahondar más en nuestra compasión. Cada nueva experiencia significa un avance gradual en nuestro camino hacia la compasión; es decir, nos hace desarrollar una empatía genuina hacia el sufrimiento del prójimo y el deseo de contribuir a eliminar su dolor.
Como resultado, nuestra propia serenidad y fuerza interior saldrán fortalecidas.
Cómo Desarrollar la Compasión
El egocentrismo inhibe nuestro amor hacia los demás; todos nos vemos afectados por él en menor o mayor medida. Para lograr la verdadera felicidad, necesitamos una mente serena, y ese estado de paz mental solo puede conseguirse a través de una actitud compasiva. ¿Cómo podemos adquirir semejante actitud?. Es evidente que no nos basta con creer que la compasión es importante y pensar en lo bonita que es. Necesitamos hacer un esfuerzo para desarrollarla; debemos utilizar todos los hechos de nuestra vida cotidiana para transformar nuestros pensamientos y nuestra conducta.
En primer lugar, debemos especificar qué es lo que entendemos por compasión. Existen muchas formas de sentimientos compasivos que aparecen mezclados con el deseo y el apego. Por ejemplo, el amor que los padres sienten por su hijo está, a menudo, fuertemente asociado a sus propias necesidades emocionales, de modo que no es totalmente compasivo. Por lo general, cuando nos hallamos preocupados por algún amigo lo llamamos compasión, pero con harta frecuencia se trata también de apego. Incluso en el matrimonio, el amor entre el marido y la esposa — especialmente en el principio, cuando cada miembro de la pareja todavía no conoce en profundidad el carácter del otro — depende más del apego que del amor verdadero. Los matrimonios que acaban pronto lo hacen porque carecen de compasión; son fruto del apego emocional basado en la proyección y la expectativa, y, en cuanto esas proyecciones cambian, el apego desaparece. Nuestro deseo puede llegar a ser tan fuerte que estemos convencidos de que la persona por la cual sentimos apego es intachable aun cuando, en realidad, tenga muchos defectos. Asimismo, el apego nos lleva a exagerar pequeñas cualidades positivas. Cuando eso sucede es un indicio de que nuestro amor está motivado por la necesidad personal más que por un cariño genuino hacia el otro.
Es posible hablar de compasión sin apego. Así pues, es preciso aclarar la diferencia entre ambos. La verdadera compasión no es una mera respuesta emocional, sino un firme compromiso basado en la razón. Y esa sólida base hace que una actitud compasiva hacia los demás no cambie aun cuando estos se comporten de forma negativa. La verdadera compasión no existe en función de nuestras proyecciones y expectativas, sino de las necesidades de la otra persona independientemente de que sea un amigo íntimo o un enemigo; en tanto esa persona desee la paz y la felicidad y quiera vencer el sufrimiento, nosotros desarrollaremos una verdadera preocupación por sus problemas. Esa es la compasión verdadera. Para un practicante del budismo, el objetivo es desarrollar esa compasión verdadera, ese deseo genuino de lograr el bienestar del prójimo, o, mejor dicho, de cada ser viviente del universo. Es evidente que desarrollar este tipo de compasión no es en absoluto una tarea fácil. Consideremos la cuestión
más detenidamente.
Tanto las personas hermosas como las feas, las simpáticas o las desagradables son, en última instancia, seres humanos igual que nosotros. Al igual que nosotros, desean la felicidad y no quieren el sufrimiento. Además, tienen tanto derecho como nosotros a vencer el sufrimiento y conseguir la felicidad. Pues bien, si reconocemos que todos los seres son iguales tanto en su deseo de felicidad como en su derecho a conseguirla, sentiremos automáticamente empatía y proximidad hacia ellos. Al acostumbrar nuestra mente a desarrollar ese sentido del altruismo universal crece en nosotros un sentimiento de responsabilidad hacia los demás: el deseo de ayudarles de forma activa a superar sus problemas. No es este un deseo selectivo, sino que se aplica por igual a todos los seres. En la medida en que ellos experimenten placer y dolor al igual que nosotros, no hay ninguna base lógica para hacer discriminaciones entre ellos y nosotros, ni para modificar la preocupación que sentimos hacia ellos en el caso de que se comporten negativamente.
Llegados a este punto debería subrayar que algunas personas, especialmente los que se consideran a sí mismos muy realistas y muy prácticos, son, a menudo, demasiado realistas y están obsesionados con la práctica. Quizá creen que «la idea de desear la felicidad de todos los seres o querer lo que es mejor para cada uno de ellos es algo impracticable y demasiado idealista. Una idea tan impracticable no puede contribuir de ninguna manera a la transformación de la mente o al logro de ningún tipo de disciplina mental, por ser completamente inalcanzable».
Un planteamiento más eficaz, puede que piensen, sería empezar por un reducido círculo de personas con las que mantenemos una relación directa. Más adelante, se puede ir ampliando el círculo e ir aumentando sus parámetros. Creen que no tiene ningún sentido pensar en todos los seres, pues son infinitos. Es razonable pensar que puedan sentir algún tipo de conexión con un cierto número de humanos de este planeta pero consideran que ese infinito número de seres repartidos por el universo no tienen nada que ver con su propia experiencia como individuos. Pueden preguntarse: «¿Qué sentido tiene intentar cultivar una mente que intenta incluir dentro de su esfera a todo ser vivo?».
En otros contextos esa podría ser una objeción válida. No obstante, aquí lo importante es comprender el impacto del cultivo de esos sentimientos altruistas. Se trata de intentar desarrollar el marco de nuestra empatía de manera que podamos hacerlo extensivo a cualquier forma de vida con capacidad de sentir dolor y experimentar alegría. Es cuestión de reconocer los organismos vivos como sintientes y, por ende, sujetos al dolor y capaces de ser felices.
Un sentimiento de compasión universal de esta índole es muy poderoso, y para que sea eficaz no es preciso que seamos capaces de identificarnos de un modo concreto, con cada ser viviente. En este sentido, es comparable a reconocer la naturaleza universal de la impermanencia: al cultivar la noción de que todos los fenómenos y los hechos son impermanentes no necesitamos considerar de forma individual cada fenómeno que existe en el universo para convencernos de ello. La mente no opera de esa forma. Es importante recapacitar sobre este punto.
Con tiempo y paciencia está a nuestro alcance desarrollar ese tipo de compasión universal. Naturalmente nuestro egocentrismo, nuestro característico apego al sentimiento de un «yo» sólido trabaja fundamentalmente orientado a inhibir nuestra compasión. La auténtica compasión solo puede experimentarse cuando este tipo de autopercepción sea eliminada, lo que no quita para que podamos empezar a cultivar la compasión y hacer progresos desde el principio.
Como Podemos Empezar
Deberíamos empezar por eliminar los mayores obstáculos que impiden la compasión: la ira y el odio. Como todos sabemos, estas emociones tremendamente poderosas pueden llegar a ofuscar nuestra mente. No obstante, a pesar de su poder, la ira y el odio pueden ser controlados. Si no lo hacemos, esas emociones negativas nos acosarán — sin que ello les suponga el menor esfuerzo — y nos pondrán trabas en nuestra búsqueda de la felicidad y de una mente bondadosa.
Cabe la posibilidad de que uno no considere la ira un obstáculo, de modo que, para empezar, sería útil indagar si la ira tiene algún valor. A veces, cuando nos sentimos desanimados por alguna situación difícil, la ira puede parecemos útil, pues, en apariencia, nos da más energía, seguridad y resolución. Con todo, en esos momentos debemos examinar cuidadosamente nuestro estado mental. Si bien es cierto que la ira nos aporta una energía suplementaria, si indagamos en su naturaleza descubriremos que se trata de una energía ciega: no podemos estar seguros de si su resultado va a ser positivo o negativo. Eso se debe a que la ira eclipsa la mejor parte de nuestro cerebro: su racionalidad. De modo que la energía de la ira es, en la mayoría de los casos, poco de fiar, y puede originar una inmensa cantidad de conductas destructivas y desafortunadas. Además, si la ira se dispara sobrepasando ciertos límites podemos llegar a enloquecer y adoptar una actitud que puede resultar perjudicial tanto para nosotros como para los demás.
No obstante, es posible desarrollar una energía igualmente poderosa pero mucho más controlada, que pueda ser empleada para manejar una situación difícil. Esta energía controlada no solo procede de una actitud compasiva, sino que también es fruto de la razón y la paciencia. Esos son los antídotos más poderosos contra la ira. Lamentablemente, mucha gente piensa erróneamente que la razón y la paciencia son signos de debilidad. Personalmente, creo que es más bien todo lo contrario: son los verdaderos signos de la fuerza interior. La compasión es, por su naturaleza, bondadosa, pacífica e indulgente, pero es también muy poderosa. Nos da fuerza interior y nos permite ser pacientes. Las personas que a menudo pierden la paciencia son los inseguros e inestables. Así pues, considero la ira un signo inequívoco de debilidad.
Dicho esto, cuando surja un problema deberemos permanecer humildes y mantener una actitud sincera, y preocuparnos de que el desenlace sea justo. Por supuesto, cabe la posibilidad de que otros intenten aprovecharse de nuestra preocupación por la justicia, y si nuestra actitud desapegada no hace más que incitar a una agresión injusta, habrá que adoptar una postura más firme. Con todo, hay que hacerlo con compasión, y si es preciso dar voz a nuestros puntos de
vista y tomar contramedidas severas, debemos hacerlo pero sin rencor ni mala
intención.
Pensemos que, aun cuando parezca que nuestros oponentes nos están perjudicando, su actividad destructiva hará que al final se perjudiquen únicamente a sí mismos. Para controlar nuestro propio impulso egoísta y tomar represalias deberíamos recordar nuestro deseo de practicar la compasión y asumir la responsabilidad de intentar evitar que la otra persona sufra las consecuencias de sus propios actos. Si las medidas que ponemos en práctica han sido elegidas con serenidad serán más eficaces, más atinadas y más enérgicas.
El revanchismo basado en la energía ciega de la ira casi nunca da en el blanco.
Amigos y Enemigos
Debo insistir nuevamente en que limitarnos a pensar que la compasión, la razón y la paciencia son beneficiosas no nos basta para adquirirlas. Debemos esperar a que surjan las dificultades para intentar ponerlas en práctica. Y, ¿Quién crea esas dificultades?. No nuestros amigos, por supuesto, sino nuestros enemigos. Ellos son quienes nos causan más problemas. De modo que, si de verdad deseamos aprender, deberíamos considerar a nuestros enemigos nuestros mejores maestros. Para una persona que valora la compasión y el amor, la práctica de la paciencia es esencial y, para ello, es indispensable un enemigo.
Así pues, deberíamos sentir agradecimiento hacia nuestros enemigos, pues son ellos quienes más pueden ayudarnos a desarrollar una mente serena. Por otra parte, también vemos que tanto en el ámbito personal como en el público, cuando cambian las circunstancias nuestros enemigos se convierten en nuestros amigos.
Obviamente, es natural y bueno que todos queramos tener amigos. Pero ¿Es acaso la amistad fruto de las peleas y la ira, de los celos y de una competitividad feroz?. No lo creo. La mejor manera de hacer amigos es ser muy compasivo. Solo el afecto hace que ganemos amigos verdaderamente íntimos.
Hay que cuidar bien a los demás, preocuparse por su bienestar, ayudarles, servirles,hacer más amigos, conseguir más sonrisas. ¿El resultado?. Cuando seamosnosotros quienes necesitemos ayuda encontraremos a muchas personas dispuestasa prestárnosla. Si, por otra parte, nos desentendemos de la felicidad de los demás, a la larga seremos nosotros los perdedores.
En la sociedad materialista en que vivimos, parece que si alguien tiene dinero y poder tiene muchos amigos. Pero en realidad no son amigos de él, sino que son amigos de su dinero y de su poder. En cuanto ese individuo pierde su fortuna y su influencia, le resulta muy difícil encontrar a esas personas.
El problema es que cuando las cosas nos van bien nos sentimos confiados, pensamos que podemos arreglárnoslas sin ayuda y creemos que no necesitamos amigos, pero en cuanto nuestra situación o nuestra salud se resienten nos damos pronto cuenta de cuan equivocados estábamos. Con vistas a prepararnos para ese momento debemos cultivar la compasión para hacer amigos auténticos que nos ayuden cuando se presente la necesidad.
Aunque a veces la gente se ríe cuando digo esto, también yo quiero hacer más amigos. Me encantan las sonrisas. Y por eso me enfrento al problema de saber cómo conseguir más amigos y más sonrisas; sonrisas sinceras. Hay otros tipos de sonrisas, por ejemplo, las sarcásticas, las fingidas o las diplomáticas.
Muchas sonrisas no producen el menor sentimiento de satisfacción y, a veces, pueden llegar a infundir sospechas o temor. Pero una sonrisa sincera nos da una sensación vigorizante y es, diría yo, exclusiva de los seres humanos. Si son esas las sonrisas que deseamos, debemos crear las condiciones para que se produzcan.
¿Cómo podemos conseguir amigos?. Desde luego, no a través del odio y del conflicto. Es imposible hacer amigos golpeando a la gente y peleándonos con ellos. Una amistad genuina solo puede nacer de la cooperación basada en la honestidad y la sinceridad, y eso implica tener una mente abierta y un corazón bondadoso. Es algo que, a mi juicio, queda patente en nuestra relación cotidiana con los demás.
Cómo Vencer al Enemigo de Nuestro Interior
La ira y el odio son nuestros verdaderos enemigos. Estas son las fuerzas contra las cuales debemos luchar y, ante todo, vencer, y no los enemigos «temporales» que aparecen de forma intermitente a lo largo de nuestra vida. Y, a menos que ejercitemos nuestra mente para reducir su fuerza negativa, continuarán importunándonos y desbaratando nuestros intentos de adquirir una mente serena.
Para erradicar de raíz el potencial destructivo de la ira y del odio necesitamos darnos cuenta de que su raíz se halla en esa actitud nuestra que aprecia nuestro propio bienestar y beneficio mientras que permanece insensible al bienestar del prójimo. Esta actitud egocéntrica subyace no solo en la ira sino también prácticamente en la totalidad de nuestros estados mentales. Se trata de una actitud engañosa que conlleva una percepción errónea de la situación real; y esa percepción errónea es la responsable de todo el sufrimiento y la insatisfacción que experimentamos. Por consiguiente, la primera tarea del practicante de la compasión y del buen corazón es cobrar conocimiento de la naturaleza destructiva de este enemigo interior y de cómo conduce de forma natural e inevitable a consecuencias indeseadas.
Para ver con claridad este proceso destructivo será preciso que tomemos conciencia de la naturaleza de la mente. Suelo decir que la mente es un fenómeno harto complejo. Según la filosofía budista, hay varios tipos de mente o conciencia, y en la meditación budista adquirimos una familiaridad más profunda con nuestros siempre cambiantes estados mentales.
En el contexto de la investigación científica, abordamos este tema en relación con sus componentes. Describimos minuciosamente el potencial de sus diversas composiciones moleculares y químicas, y de aquellas estructuras atómicas que poseen un valor beneficioso, mientras que no prestamos atención a las que carecen de esas propiedades útiles, o, en algunos casos, las eliminamos deliberadamente. Esta postura discriminatoria ha dado lugar a resultados
fascinantes.
Si dedicamos la misma atención a analizar nuestra mente, el mundo de la experiencia y los fenómenos mentales, descubriremos que hay también infinidad de estados mentales que difieren entre sí en sus modos de aprehensión, objeto, grado de intensidad de compromiso con respecto del objeto, etcétera. Algunos aspectos de la mente son útiles y beneficiosos; deberíamos, por tanto, identificarlos correctamente y fomentar su potencial. Al igual que los científicos, si tras un examen descubrimos que ciertos estados mentales son perniciosos, pues nos ocasionan sufrimiento y problemas, deberíamos buscar la forma de erradicarlos. Este es, sin duda alguna, un proyecto sumamente valioso. A decir verdad, se trata de la mayor preocupación de los budistas practicantes. Es comparable a abrir el cráneo a alguien para llevar a cabo experimentos en las diminutas células del cerebro con el fin de determinar cuáles son las que nos dan la felicidad y cuáles nos causan problemas. El peligro es grande mientras esos enemigos interiores permanezcan a buen recaudo en nuestro interior.
Fuente: Dalai Lama/Con el corazón abierto

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