Carta a Santa Claus de un niño del tercer mundo

Querido Santa Claus:

Le escribo esta carta porque ya empieza diciembre y se oye hablar mucho de usted y de la Navidad por todos lados. La televisión muestra los centros comerciales y las calles céntricas de la capital llenándose de guirnaldas y luces. Los altoparlantes difunden música en las esquinas. No quisiera ofenderlo, pero tengo que compartir con usted que para mí y para centenares de millones de niños en América Latina, África y muchos otros países de Oriente, éste es el peor momento del año. Y eso que el resto del año ya es un calvario.


Pero no se asuste, no le escribo para pedirle muchas cosas. Sobre todo, no le pido objetos. Yo sólo quiero que me regale el tiempo necesario de leer esta cartita. De todos modos, sé que tiene un trineo bastante pequeño y seguramente es por eso que nunca pasa por estas zonas rurales. De hecho, ¿cómo podría pasar, si aquí jamás hubo nieve? En el continente donde nací, para mi desgracia o no, más de la mitad de las personas estamos padeciendo hambre.


No quisiera molestarlo con estas cosas en pleno diciembre, pero tengo que decirle que morimos diariamente (en estas condiciones no tendría mucho sentido decir que vivimos) con el equivalente de un dólar. Ojo, no lo digo yo, lo dice gente muy seria que pasará unas excelentes Navidades. Lo primero que yo quisiera que me regalara es una explicación de lo siguiente.


Por un lado, me dicen que nuestros países, como los africanos, son productores de insumos básicos, materias primas y alimentos. Por otro lado, los organismos internacionales dicen que sobran los alimentos para que todo el mundo coma lo suficiente.


Entonces: ¿Por qué nosotros nos estamos muriendo de inanición? Es por eso que yo no le escribo para pedirle juguetes, porque tenemos otras urgencias. Mucha gente dice que hay que regalarles juguetes a los niños en Navidad, por eso de la fantasía, de la emoción. Cada año -y una sola vez por año- se organizan grandes entregas públicas de regalitos de plástico, peluches, muñequitas rubias y de ojos celestes, pero nosotros tenemos el color de la tierra y el estómago vacío.Lamentablemente, no podemos comernos los juguetes. Lo que hacemos es tratar de venderlos y comprar comida.


Por las cadenas de televisión de mi país están pasando todo el tiempo anuncios para que los padres compren regalos de Navidad a sus hijos. Cada año es igual. Son juguetes fabulosos, de colores brillantes, funcionan con pilas, tienen luces y emiten sonidos....¿Quién los puede comprar?


Yo sospecho que hay quien los compra, porque sino no habría publicidad. Por eso, me parece que todo esto tiene poco de fantasía y mucho de comercio. Usted, que según cuentan comenzó siendo un obispo de Asia Menor que tenía por misión principal defender a los niños, ¿No se siente ultrajado ahora? Tengo algunos indicios sobre quién puede comprar juguetes tan caros.Parece que cuanta más gente pobre hay, más dinero se reparten los ricos.


Es decir, cada vez hay menos manos para más dinero. Pero Santa Claus, fíjese qué peligroso, porque al mismo tiempo cada vez hay más manos pobres que sólo pueden agarrar garrotes. Usted que sabe leer, ¿lee los periódicos? Se está hablando mucho de corrupción últimamente en mi país. ¡Es impresionante ver lo que ganan políticos y dirigentes gubernamentales! Yo ni si quiera he ido lo suficiente a la escuela como para poder contar tanta plata. Sólo sé que son muchos números.


Es extraordinario que ellos mismos decidan los aumentos de sus propios salarios. Lo más bochornoso de todo, es ver cómo encuentran maneras de justificar estos aumentos. Y en mi país tienen la extrema delicadeza de anunciarlo cuando está por llegar Navidad. A la vista de todo el mundo. Trato de entender: ¿Será que no les alcanza para comprar los regalos que aparecen en los anuncios de la televisión? Seguramente sus hijos les estarán reclamando y ellos, pobres, sin poder satisfacerlos. Qué triste, ¿verdad?


Sincerémonos un momento, pongámonos en su lugar, con tantas obligaciones y encima tener que andar justificando sus descomunales salarios. ¡Los periodistas los molestan con tantas averiguaciones y preguntas! Después hasta culpa del pueblo va a ser cuando no hagan lo que anunciaron que iban a hacer, reducir la pobreza. Van a decir "no nos dejaron gobernar", o "me entregaron el país en bancarrota". ¿No resulta extraño que a pesar de estar en quiebra el país, como dicen, todos se peleen tanto por gobernarlo? Como a ellos, a mi mamá tampoco le alcanza el dinero, pero no para los regalos, sino para la comida. Nosotros le pedimos, pero nos dice "no tengo". Ella, sin embargo, no puede aumentarse el salario.


Por eso en mi país tenemos que trabajar desde los cinco años. Hacemos todos las tareas que se puedan imaginar, y también aquellas que cuesta imaginar. No vea usted Santa Claus lo que uno pasa. Si por lo menos alguien pudiera regalarme una buena máscara, porque a veces hasta me toca manipular insumos tóxicos, o estoy en las plantaciones cuando pasa la avioneta desparramando insecticidas. No quiero detallarle otras cosas que tenemos que hacer para poder medio comer, me dirían terrorista por estar arruinándole la Navidad.


Santa Claus, tengo una idea: ¿usted no podría regalarme un mundo donde no haya políticos corruptos y empresarios insensibles? Y no me refiero sólo a los que están en nuestros países, sino a los de los países ricos también. Porque todos están de la mano. Y la mano del más rico abre y cierra las puertas por donde pasan los políticos y empresarios de mi continente. O quizá, si repartiéramos entre todos un poco de lo que ellos ganan, tendríamos el estómago menos vacío y podríamos pensar en jugar, hacer deportes, y seguramente no estaríamos tan enfermos. Así, la calle dejaría de ser una escuela de secuelas.


Me doy cuenta que, en otras palabras, le estoy pidiendo que me regale eso que llaman otro orden económico, político y social internacional. Como quien diría, otro mundo. ¿Otro mundo es posible?Eso sería como decir, empecemos de vuelta, pero empecemos bien. Es demasiado pedir, ¿verdad? Además, si usted quisiera hacerle un regalo como ése a los pueblos empobrecidos, ¿quién financiaría? No sería fácil convencer a los gobernantes de países ricos. Dije que no le iba a aguar la fiesta, pero no puedo, estoy desesperado. Escuche esto: en la década pasada, la mitad de los civiles muertos por guerras eran niños. O esto: cada día mueren treinta mil niños de hambre y de enfermedades curables. Y esto otro: cerca de mil millones de niños trabajan para subsistir. Se me está escapando la mano. Podría darle los índices de mortalidad infantil, de ausentismo escolar, de esperanza de vida, de inequidad de ingresos, de falta de oportunidades...


Mire Santa Claus, el panorama es por demás triste. Usted que viene en su trineo repartiendo regalos, me parece que, definitivamente, no lee los periódicos.O quizá llega de otro planeta. Eso es posible. O si no, como tantos políticos y empresarios, aunque usted vive en el mismo mundo que yo, piensa como si viviera en otro. No sé, me digo todas estas cosas porque no alcanzo a entender. ¡Me queda tanto por decirle! Pero estaría abusando de su tiempo.Espero que no se sienta ofendido y se dé su vueltecita en trineo. Aunque, sé que tiene un argumento imparable: ¡Usted es fuente de empleo! Dicen que a los que crean empleo no hay que molestarlos. ¿Cree que si yo hubiera podido ir a la escuela, entendería todas estas cosas y no estaría molestándolo a usted ahora?


Quién sabe, porque he oído por ahí que a veces entiende mejor el corazón que la mente...Atentamente, uno niño entre centenares de millones
Fuente: Carlos Powell
Periodista e investigador argentino.
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