Necesitamos amor

Hay una pregunta importante que subyace en nuestras experiencias, tanto si pensamos en ella de forma consciente como si no: ¿Cuál es el propósito de la vida?. Personalmente, creo que el propósito de nuestra vida es ser felices. Desde el momento de su nacimiento, todo ser humano busca la felicidad y huye del sufrimiento; este principio no se ve alterado por la condición social, la educación ni la ideología. Desde lo más profundo de nuestro ser deseamos simplemente ser felices. No sé si el universo con sus incontables galaxias, estrellas y planetas tiene un significado más profundo o no, pero hay al menos una cosa ineludible y es que los seres humanos que habitamos esta tierra nos enfrentamos a la tarea de conseguir una vida feliz para nosotros mismos.


No somos objetos hechos a semejanza de las máquinas; somos algo más que pura materia, tenemos sentimientos y experiencias. Si no fuésemos más que entidades mecánicas, las máquinas podrían aliviar nuestro sufrimiento y colmar todas nuestras necesidades, pero el confort material por sí sólo no basta. No hay objeto material alguno, por muy hermoso o valioso que sea, que pueda hacernos sentir queridos. Necesitamos algo más profundo, algo que he dado en llamar el afecto humano. Si gozamos de afecto humano o compasión, todos los bienes materiales que tenemos a nuestro alcance pueden ser muy constructivos y depararnos muy buenos resultados; si, por el contrario, carecemos de afecto y compasión, os bienes materiales por sí solos no nos satisfarán, tampoco nos proporcionarán el menor grado de paz mental o felicidad. Es más, cuando los bienes materiales no van acompañados del afecto humano pueden llegar incluso a crearnos problemas. Así pues, al considerar nuestros orígenes y nuestra naturaleza descubrimos que nadie nace libre de la necesidad de amor y que, a pesar de los intereses de algunas escuelas de pensamiento modernas, los seres humanos no pueden definirse solamente desde el punto de vista fisiológico.


En resumen, la razón por la que el amor y la compasión nos proporcionan la mayor felicidad es sencillamente porque nuestra naturaleza las valora por encima de cualquier otra cosa. Por muy hábil y capaz que sea un individuo no logrará sobrevivir si lo dejan solo. Por muy fuerte e independiente que alguien pueda sentirse durante los períodos más prósperos de su vida, cuando esté enfermo, o sea muy joven o muy viejo, dependerá de la ayuda de los demás. Estudiemos con más detenimiento las formas en las que el afecto y la compasión nos ayudan a lo largo de nuestra vida.


Es probable que tengamos opiniones distintas sobre la cuestión de la creación y la evolución del universo, pero al menos estaremos de acuerdo en que cada uno de nosotros es el producto de sus progenitores. En la mayoría de los casos, nuestra concepción se produjo no solo en el contexto del deseo sexual, sino que también estuvo implícita la decisión de nuestros padres de tener un hijo. Esta decisión se basa en la responsabilidad y el altruismo; en el compromiso compasivo de los padres de ocuparse de su hijo hasta que este sea capaz de cuidar de sí mismo. Así pues, desde el instante mismo de nuestra concepción, el amor de nuestros padres está implicado de forma directa en nuestra creación.


En un encuentro que mantuve con algunos científicos, especialmente con neurobiólogos, descubrí que hay muchas pruebas científicas que apuntan que el estado mental de una madre durante el embarazo, sea este tranquilo o agitado, tiene un efecto importante en el bienestar físico y mental del bebé. Parece vital para la madre conservar un estado mental tranquilo y sosegado. Después del nacimiento, las primeras semanas de vida son las más cruciales para el desarrollo saludable del niño. Me contaron que durante ese período uno de los factores más importantes para asegurar un crecimiento rápido y saludable del cerebro del bebé es el continuo contacto físico de la madre. Si el niño está desatendido y descuidado durante ese período crítico puede sufrir repercusiones físicas negativas, que, si bien no son evidentes de forma inmediata, sí pueden manifestarse con el paso del tiempo.


La importancia esencial del amor y el cuidado persisten a lo largo de toda la infancia. Cuando un niño ve a alguien que manifiesta una conducta abierta y cariñosa hacia él, alguien que le sonríe o que le da muestras de afecto, el niño se sentirá feliz y protegido por naturaleza. Si, por el contrario, esa persona intenta hacerle daño, el pequeño se sentirá atenazado por el miedo, lo que puede tener consecuencias perniciosas en su desarrollo. Actualmente, hay muchos niños que viven en hogares desdichados; si esos niños no reciben el afecto necesario lo más probable es que ellos tampoco amen a sus padres al crecer y cabe la posibilidad de que también tengan dificultades para amar a otras personas. Es algo muy triste.


A medida que el niño crece y empieza a ir al colegio, su necesidad de apoyo tiene que ser atendida por sus maestros. Si un maestro, además de impartir la educación académica, asume también la responsabilidad de preparar a los estudiantes para la vida, sus alumnos sentirán confianza y respeto, y lo que les haya sido enseñado dejará una huella indeleble en sus mentes. Por otra parte, las materias impartidas por un maestro que no muestra verdadero interés por el bienestar general de los estudiantes serán consideradas temporales y caerán fácilmente en el olvido. Del mismo modo, si alguien enferma y es atendido en un hospital por un médico que muestra hacia él un sentimiento cálido y humano, se sentirá bien y el deseo del médico de ofrecerle el mejor cuidado posible será curativo en sí mismo, independientemente de las habilidades técnicas que posea.


Por otra parte, si el médico carece de sentimientos humanos y muestra una actitud poco amistosa, impaciente, o una fría falta de interés, el enfermo se sentirá ansioso por muy cualificado que sea el médico, por mucho que la enfermedad haya sido correctamente diagnosticada y que se le haya prescrito la medicación oportuna. Inevitablemente, los sentimientos de los pacientes dejarán
su impronta en la calidad y en la integridad de su restablecimiento.


Incluso en las conversaciones cotidianas, cuando alguien nos habla con calidez, disfrutamos escuchándolo y le respondemos en consonancia, toda la conversación cobra interés, por trivial que pueda ser el tema. Por otra parte, si una persona nos habla en tono frío o tajante, nos sentimos incómodos y rápidamente deseamos poner un punto final a la conversación. Ya se trate del tema más banal o del más importante, el afecto y el respeto de los demás es vital para nuestra felicidad.


Recientemente me reuní con un grupo de científicos estadounidenses que afirmaban que el índice de trastornos mentales en su país es muy elevado, afecta a cerca del 12 por ciento de la población. Durante nuestra conversación se hizo evidente que el origen de la depresión no se hallaba en la carencia de bienes materiales sino en la dificultad para dar y recibir afecto.


Por consiguiente, como se desprende de todo lo dicho, tanto si somos conscientes de ello como si no, llevamos la necesidad de afecto humano en la sangre desde el mismo día de nuestro nacimiento. Aun cuando ese afecto proceda de un animal o de alguien a quien normalmente consideraríamos un enemigo, tanto los niños como los adultos se sentirán atraídos por él.

Fuente: Con el Corazón Abierto (Dalai Lama)

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