El deporte, el protagonista de la vida

El deporte es el protagonista de la vida planetaria. La actividad física se eleva a la máxima dignidad de las virtudes humanas. El liderazgo deportivo de los países se equipara a desarrollo, riqueza, grandeza, felicidad.

Pero todo eso forma parte del espectáculo mediático global que caracteriza la vida actual, que no es ajeno a la política, la publicidad, la economía o la medicina. Por eso los ganadores son tan admirados, como si fueran dioses, sin tener en cuenta los enormes sacrificios y esfuerzos que han de afrontar para vencer, los cuales, por otra parte, suelen implicar riesgos para su salud física y psíquica, amén de los vericuetos más o menos ilícitos, inmorales o inhumanos que a veces se utilizan para ir "más allá de lo posible".

A otra escala está la relación entre actividad física y salud. Estamos acostumbrados a relacionar actividad física con salud física, pero no tanto a relacionarla con la salud mental y, sin embargo, esta relación es muy interesante.

Se sabe que el ejercicio físico metódico, asiduo y del nivel de esfuerzo adecuado para cada persona sirve para reducir la ansiedad y el estrés de la vida cotidiana, mejorar el estado anímico y aliviar las depresiones. Además, se ha observado que la eficacia de los antidepresivos aumenta hasta un 30% cuando se asocian al ejercicio físico adecuado. Asimismo, hay datos que sugieren que el deporte mejora el rendimiento intelectual, ya que incrementa el desarrollo y la renovación neuronal, lo cual podría contribuir a retrasar el deterioro cognitivo y de memoria asociado al envejecimiento y las demencias.

Ahora bien, todos sabemos que una cosa es el deporte y otra el ejercicio físico. Lo mucho que cuesta hacer ejercicio de forma sistemática, racional, metódica e inteligente, y lo fácil que es admirar a los deportistas en la tele. Y eso es justamente lo que sucede en este mundo postmoderno y globalizado, cuyas dolencias más universales y simbólicas son la obesidad y la depresión.

Ambos males son contemplados como lacras o estigmas de la sociedad capitalista. Acabo de leer en una revista de divulgación científica que las personas obesas consumen hasta un 18% más de energía que las delgadas y en los tiempos que corren eso es casi un pecado global. Y a los depresivos se les acusa de consumir ingentes cantidades de dinero en fármacos, tratamientos y bajas laborales. Y no parece que ninguno de los dos colectivos sea muy proclive a practicar ejercicio físico.

Así pues, algo no encaja en esta sociedad postmoderna, que por un lado admira hasta la desmesura los triunfos deportivos y por otro estimula la práctica de una vida sedentaria y estresante. La cuestión es que el deporte de elite, tomado como espectáculo global sociopolítico, puede que nos divierta y distraiga, pero también nos convoca a sentirnos miserablemente humanos, rendidos y agotados ante los televisores cultivando la apatía y la obesidad.

En estos tiempos de olímpismo podría ser una excelente oportunidad para animarnos a incorporar de forma sistemática el ejercicio físico a nuestros hábitos saludables. A ser más inteligentemente activos y esforzados.
En definitiva, a hacer más ejercicio y contemplar menos deporte, lo cual podría ayudarnos a mejorar nuestra salud física y mental. Si al menos las olimpiadas sirvieran para eso, ya habrían servido para algo, independientemente de las medallas que obtengamos. ¿No cree?
De Jesús J. de la Gándara (elmundo.es-salud)
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