Gracias... Maestro

Por enseñarme la verdad, el camino y la vida. Me indicas­te que la verdad está debajo de cada detalle, que la verdad es lo desconocido de instante en instante.

Me enseñaste que el camino no existe, que debemos hacer nuestro propio camino, que sólo están las huellas de aquel que vino.


Me enseñaste que la vida es una serie de martirios que lleva el hombre enredados en el alma, que los fracasos no son fracasos, sino lecciones a la conciencia para que nos levantemos.

Aprendí que la ley divina no se queda con nada, nos da lo que nos hemos ganado, lo bueno y lo malo, que la ingratitud de los hombres no debe sorprenderme; que el ego es mi peor enemigo.

Me enseñaste que no son las pérdidas ni las caídas las que pueden hacer fracasar nuestra vida, sino la falta de coraje para levantarnos y seguir adelante.

Aprendí que cada uno de nosotros tiene su maestro particular que si despertamos podemos aprovechar su sabiduría, que el maestro vive en los planos superiores de conciencia esperando que el discípulo despierte para entregarle la gnosis de los siglos.

Aprendí que en esta vida física podemos estar en el cielo o en el infierno, que podemos elegir. Me enseñaste que al morir los defectos psicológicos nacerán las virtudes del al­ma, y si además nos sacrificamos por la humanidad es que podemos lograr la revolución de la conciencia.

Sé que utilizaste a muchos para enseñarme. Que todos somos instrumentos para que se cumpla la ley.

En la escuela me enseñaron letras y me enseñaron a di­bujar el arco iris. Luego tú me enseñaste que el arco iris simboliza una alianza de Dios con los hombres.

Sé, maestro, que utilizaste el sueño y las corazonadas para en­viarme tus mensajes, que me indicaste cuáles eran los verdade­ros amigos, aunque no siempre te hice caso. Que no son los amigos, la familia ni lo hijos, es la mujer la que puede levantar al hombre; que la mujer es la sociedad más conveniente, pero que a la mujer hay que descubrirla todos los días. Nunca faltó el eterno femenino en el altar de los dioses y que sólo amando a una mujer es que podemos llegar a Dios. Y que la mujer es el cá­liz donde podemos beber del vino sagrado de la luz. Sé que utili­zaste a alguien para llevarme hasta la mujer que necesitaba.

Ahora sé que todos somos discípulos y posibles maestros pero que sólo si aprendemos a oír, podremos enseñar. Ahora entien­do porqué ese calificativo no se gana con títulos, ni con sober­bias, ni grados, ni postgrados, ni con paros ni con un buen suel­do por enseñar, que la maestría es vivir la vida sabiamente vivida, enseñando con el ejemplo aún en los momentos más difíciles.

Me enseñaste, maestro, que la vocación no se estudia ni se cal­cula, que la vocación hay que descubrirla y practicarla y amarla para luego devolverla con alegría a la humanidad.

Damos gracias al altísimo por enviarnos a los maestros. Cuando un ser da luz, recibe luz. Y elevamos una petición al cielo por cada educador, para que la luz de nuestro señor el Cristo ilumine su camino.
¡Feliz Día del Educador!
Fuente: William Palencia/Articulista
P.D. Para todos aquellos que nos enseñaron algo y nos marcaron para siempre en esta hermosa vida

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